viernes, 6 de agosto de 2010

sobre beso de lluvia



Un tema siempre difícil ha sido el hablar de un sistema curricular propio y pertinente a nuestro medio; se ha criticado que el DCN que emanaba el gobierno a través del Ministerio de Educación obedecía a otra realidad y que a ello se debían los índices desfavorables de las evaluaciones internacionales en las que nuestro país aparecía en los últimos lugares. Sin embargo las disposiciones del mismo gobierno en relación a políticas y enfoques educativos permiten desarrollar democráticamente potencialidades regionales, en nuestro caso con el gran impulso de una organización como CARE – Perú, que ha hecho suya esta preocupación y que a través de diversas actividades y talleres, que se han desarrollado durante años de trabajo, ha logrado estructurar junto a la Región de Educación de Puno el Proyecto Curricular Regional (PCR), el mismo que encuentra su asidero en la búsqueda del diálogo (ya en sus dimensiones filosóficas orientadas hacia las concepciones interculturales y en las nuevas tendencias de la pedagogía contemporánea, así como en modelos culturales diversificables), del conocimiento universalizable y los valores antrópicos que están presentes en toda cultura (que son además las únicas que nos hacen indiferenciables a los uno de los otros, es decir nos hacen humanos ante todo).

Por lo anterior es que a fines de Agosto del 2007 fui convocado por CARE – Perú (Puno), para desarrollar la sistematización de lo ha venido a ser parte de mi preocupación (los estudios regionales, específicamente las literaturas regionales), de ese modo aprovechando la huelga universitaria de dicho semestre tuve la oportunidad de organizar los documentos que empleaba para mi dictado del curso de Literatura Regional en la Universidad Nacional del Altiplano, abandonar un poco las luchas sindicales por un fin acaso tan alto como el de ser parte de la construcción de un modelo que nos permita, a los púnenos, ser más de lo que hemos sido. Es cierto, el trabajo en parte ya estaba hecho; sin embargo había que otorgarle organicidad, verificar las fuentes, seleccionar los contenidos. Lo que habría sido imposible en un período tan mesurado sin el trabajo paralelo (por un lado las continuas reuniones con los especialistas de comunicación de toda la región de Puno, ya en las diferentes provincias – al respecto cabe mi agradecimiento al Prof. Igor Luis Huamantuma Taipe, especialista de la UGEL Carabaya, por haber organizado un festival de Literatura Puneña que coincidió con mi trabajo, del mismo modo a los especialistas de toda la región que de modo particular organizaban cursos con los profesores de la especialidad de Literatura y con los que tuve la suerte de compartir diálogos continuos. Es decir que la apertura que la Región de Educación de Puno tuvo para con mi trabajo fue decisivo, hicieron un alto para mirar el desarrollo y la construcción de imaginarios a través de la literatura y junto a CARE – Perú me facilitaron los medios para llegar a gran parte de las provincias y validar los contenidos. Por otra parte CARE-Perú me proporcionó la ayuda de un asistente, que sin cuya ayuda no habría podido organizar la parte de Literatura Aimara (desarrollada en un taller denominado “Encuantro de Sabios Andinos”) puesto que se trata de una lengua en la que tengo limitaciones, no como la lengua quechua que heredé directamente).

Puno es una tierra en donde las voces y los colores danzan en cada imagen que dibuja su literatura, se trata de una tierra de verdaderos alarifes de la palabra que siembran alicantos de tradición literaria.

Frente a lo que se dijo ¿cómo atreverse a seleccionar textos literarios, para incluirlos en algo que pretende ser lo más selecto de la literatura puneña? Es el primer problema que tiene un investigador cuando piensa en la literatura de Puno, el riesgo es grande, pero alguien tiene que asumirlo. Durante el año 2005, tiempo en que fui contratado por la Universidad Nacional del Altiplano, para dictar cursos de literatura universal, durante el período de reestructuración curricular presenté un proyecto para la creación del curso de Literatura Regional, en ese entonces hicieron oídos sordos y por cuestiones políticas enviaron el proyecto a una ciénaga en donde el olvido cosechaba ácaros, un año más tarde recibí la noticia que el distinguido escritor Feliciano Padilla puso nuevamente en tapete el proyecto de crear dicho curso, esta vez con mayores éxitos, juntos festejamos el logro que no sólo era nuestro sino que se trataba de una apuesta para el estudio, la investigación de nuestra cultura escrita, el mérito era suyo. La Universidad de Puno no consideraba un curso de esa dimensión en su plan de estudios, y lo peor de todo era que muchos profesores de la especialidad pensaban que no era necesario y que si se creaba serviría sólo para quien dicte ese curso, ya que no tendría qué contenidos enseñar. Todas las universidades del país que poseen la especialidad de Literatura desarrollan cursos sobre literatura regional, es más, todos los Institutos Superiores lo hacen, la Universidad estaba llamada a liderar esa investigación y no lo hizo. Hoy en día estos estudios están en boga, porque a través suyo no sólo se estudia la literatura, sino los imaginarios locales, las costumbres, las racionalidades con las que diversas comunidades desarrollan su visión sobre el mundo y sobre sus diversas actividades. Se estudia la función social que cumple el mito, el relato, la tradición; las formas cómo se construyen las concepciones estéticas a través de la poesía, las capacidades que se desarrollan al asumir roles distintos en una sociedad mediante el teatro, se enseña a ser más humanos a través de estos contenidos que nos ayudan a identificarnos como únicos en un medio que globaliza no siempre lo bueno, sino aquello que nos hace dependientes y dominados. De este modo la buena literatura debe servir para enseñarnos a ser mejores y sobre todo más humanos.

El criterio empleado para este libro ha sido el crítico–selectivo (como dije bajo mi responsabilidad) y es que los destinatarios de este libro serán los maestros y los jóvenes de nuestra región y no se les puede ofrecer algo que es todo menos literatura, por eso en este trabajo se considera el respeto por la palabra y por la humanidad. En el primer capítulo se tocan los puntos referentes a literatura oral tradicional (para ello se ha efectuado una investigación con informantes de la mayoría de las provincias que constituyen la región de Puno, del mismo modo se han recurrido a las versiones, que sobre las mismas existen). El segundo capítulo se refiere a la literatura escrita (el relato, la tradición y el cuento) se han recurrido a fuentes bibliográficas y hemerográficas existentes, como se podrá notar, en el presente trabajo, se han seleccionado nombres de escritores cuya obra eran desconocidos, por primera vez se presenta a Narciso Aréstegui como narrador puneño, a Telésforo Catacora, y otros tantos (se trata de una gran tradición literaria). En relación a la novela se ha preferido trabajar con fragmentos, eso posibilita desarrollar una visión sobre el estilo y el manejo de la estructura, es verdad que en forma segmentada no se puede determinar mayores rasgos, sin embargo es la única forma de mostrar este género. En la poesía el estro poético de Alberto Mostajo, Emilio Armaza, Carlos Oquendo, Omar Aramayo, José Luis Ayala, Percy Zaga, José Velarde, Alfredo Herrera, Lolo Palza, Simón Rodríguez, Edy Sayritupac, Gabriel Apaza, Filonilo Catalina, Rubén Soto y los jóvenes Mendoza, Saúl Castellanos y Luis Incacutipa (los tres últimos todavía estudiantes universitarios) constituyen toda una genealogía oquendiana; por otra parte Alejandro Peralta constituye también su propia genealogía:

Emilio Vasquez, Luis de Rodrigo, Efraín Miranda. Más tarde Omar Aramayo fusionará las
dos tendencias (en “los dioses”), otras ramas de la poesía puneña la constituyen los insulares Dante Nava, José Paniagua Nuñez, Jorge Florez–Áybar y Jovín Valdez Peñaranda.En teatro, se descubre una veta que no ha sido estudiada con anterioridad, este es un aporte al conocimiento de este género. Servirá en el futuro, no sólo para el conocimiento de los escolares sino de especialistas en la materia.

Este trabajo es un complemento y un homenaje a los desarrollados por Moisés Yuychud (Ensayos literarios – 1913), Gilberto Salas Perea (el álbum de mis cholas – 1935), Alfredo Macedo Arguedas (antología de las letras puneñas – 1949), José Portugal Catacora (el cuento puneño – 1955), Juan Luis Cáceres Monroy (tres representantes de la poesía indigenista – 1974) , Manuel Suarez Miraval (Poesía Indigenista – 1959), Samuel Frisancho Pineda (antología de la poesía puneña – 1978), Teobaldo Loayza Obando (literatura puneña – 1996), Omar Aramayo (antología de la poesía puneña – 1999), Feliciano Padilla Chalco (antología comentada de la literatura puneña – 2005), Walter Bedregal Paz (2008).

Ante esto sólo se intenta crear un espacio en el que sea posible desarrollar un diálogo de la comprensión del otro, por ello la temática es diversa, es más que un muestrario, es la emergencia de todo un proceso que tiene mucho que ver con la formación de imaginarios múltiples, su eje es el de la afirmación cultural, su norte, la conciencia crítica que el puneño debe desarrollar en su cultura. Saber quienes somos leyendo lo que somos es la única vía para reconocernos como iguales y diferentes. Este libro no intenta ser totalitario, por razones didácticas obvia muchos nombres que quizá debieron mencionarse; sin embargo, se apuesta por la imagen y la orfebrería de la palabra, por el decantamiento, por el verdadero trabajo literario que es función de alarifes que conocen la arquitectura semántica. “Por ello se prescinde de consejas populares, panfletos versificados, rimas forzadas y se apuesta por la literatura”.

Agradezco otra vez el desprendimiento y la apertura de CARE – Perú, del Ministerio de Educación a través de la Dirección Regional de Educación de Puno, pido disculpas a todos aquellos que me prestaron su auxilio y que por torpeza mía no puedo mencionarlos.

LOS INDIOS EN EL PERÚ (*)

Juan Bustamante Dueñas

Al escribir la historia de las costumbres de los indios del Perú, he tenido por principal objeto, poner de manifiesto el estado de cultura en que se encuentran los pueblos del interior; para que de los hechos se deduzcan as necesidades de la nación, y los poderes religiosos, políticos y legislativos, den leyes adecuadas y adopten disposiciones justas, y sepan el estado de civilización en que se encuentran los individuos para cuyo adelanto se toman providencias muchas veces inconvincentes, extemporáneas, irrealizables.

La nación peruana no es la asociación de los individuos moradores de la costa del Perú, no son esos pueblos solos los que constituyen la república: la nación tiene pueblos numerosos en el interior, esos pueblos son de indios; de indios que tienen necesidades, de hombres, a quienes los gobiernos no deben abandonar sin proporcionarles los medios de que han menester para la realización de sus fines morales, políticos y religiosos. La nación es constituida por un crecido número de indios excedentes a la raza blanca moradora de las costas del pacífico; los indios tanto como los blancos, contribuyen a sobrellevar las cargas del Estado, pero como ellos no gozan de las mismas garantías individuales, de los mismos derechos.

Los indios en el Perú, no han sido, ni son en la actualidad los hombre libres, los ciudadanos de los pueblos; antes sí los esclavos envilecidos de la raza naciente, los parias del Perú, el blanco de los abusos de las autoridades religiosas y políticas, las víctimas humildes del sable del militar. Siempre humillados, siempre despreciados, arrastran la cadena del esclavo que para siempre debiera haber rodado a los pies de la patria en los campos de Ayacucho, sus pueblos arruinados, el embrutecimiento y el atraso; van cada día en peor estado, sus lágrimas no dejan de verterse, sus hogares no han dejado de ser allanados, sus pueblos se explotan y saquean; víctimas de los abusos hasta de sus curas, no pueden considerarse libres: ellos y sus hijos han sido los que el látigo del amo haya cesado de infamarlos: siempre súbditos, nunca gobernantes, han carecido de oportunidad, para expresar sus necesidades; mientras que los mistis han monopolizado todos los puestos públicos.

En situación tan dura, no pueden menos que vivir aguardando el momento de sacudir el yugo; y por eso los vemos luchar encarnizados en cada una de las guerras civiles; por eso los vemos crueles, al castigar a sus enemigos y opresores; por eso han tenido lugar las sangrientas escenas que frecuentemente se han representado, y en cuya realización se han encontrado circunstancias inauditas.

Tristes y abatidos por la humillación, les vemos alejarse del ruido de las ciudades, y de la sociedad de los mistis para sustraer a sus hijos de la esclavitud a que están condenados, sin más que haber tenido la desgracia de nacer indios; huyen de los blancos y van a buscar asilo en lo más profundo de los valles, en las nevadas cúspides de los montes, en los friolentos y mortíferos bofedales de los andes. Allí, abandonados de la sociedad, con la frente humillada, casi desnudos; ahí nacen sus hijos, y mueren sin más idea de nación y de leyes, que las que han podido sugerirles sus padecimientos en el ejército o bajo la tutela de un blanco que se apropia de ellos para reducirlos a la condición de esclavos.

Si tienen propiedades, éstas se hallan a merced de la rapacidad del gobernador, del alcalde y del cura, que de tiempo en tiempo hacen sus incursiones para enriquecerse a costa del sudor y del trabajo de los indios. Sus producciones, acumuladas a fuerza de sacrificios, y para cuya consecución se ven obligados a luchar con la tempestad que atruena cerca de sus solitarias estancias, con las torrenteras que se desprenden iracundas desde las cimas de los montes, contra la perpetua nieve que arrasa sus sementeras y se estaciona en sus campos; esas producciones adquiridas a costa de sufrimientos y trabajos son arrebatadas por sus opresores por una cantidad de dinero que jamás pueden ser el precio de ellas; si la guerra necesita de soldados, ya se sabe que los indios serán los escogidos para el matadero, a que se les obligará a concurrir después de hacerlos pagar algunas sumas para el sostenimiento de la misma guerra.

Ellos, sus llamas, sus paccochas y en suma todo lo que legítimamente les pertenece, están a merced de los ladrones; es decir de los mistis autoridades; de esa falange de pillos descarados que acumulan riquezas y gozan satisfechos del trabajo y de las lágrimas de los indios; a quienes se trata de mantener en la ignorancia vergonzosa, a quienes se humilla y reduce a la condición de brutos.

¿Puede darse crédito a mi narración, cuando la escribo en el siglo XIX, en el siglo de la civilización, del progreso, de la igualdad y de la libertad, en el siglo de la república y de la democracia, en el siglo de las reformas?

Al escribir la historia de las costumbres de los indios, no he podido menos que enjugar lágrimas de compasión, arrancadas de mis ojos al concebir sus padecimientos y el llanto de esos infelices seres a quienes considero iguales a mí. ¡No desprecies lector esas lágrimas; porque si no merecen estimación al desprenderse de los ojos de un peruano; pensad que son las lágrimas del que escribe: y llora con los ojos que vio los padecimientos de los descendientes de un soberbio imperio: yo, cuya vida se deslizado hasta hoy, entre esos desventurados, he tenido el pesar de asistir a algunas de sus fiestas, y presenciar las escenas ridículas de que me ocupo en esta obra; escenas que revelan el estado de atraso y embrutecimiento en que se encuentran!

La tradición y el por qué de sus prácticas han llegado a mí, de los labios de los mismos indios ancianos, quienes me enseñaron a comprender la quichua, en cuyo idioma dulce y sentimental me contaban sus padecimientos, cuando en las friolentas noches solía yo ir a sentarme a la puerta de sus humildes cabañas a solicitar la narración que me hacían, mientras la luna reflejaba su pálida luz, hacía brillar la nieve que cubre las cimas de los montes inmediatos.

Yo he presenciado los bautismos, matrimonios, defunciones, he visto las cárceles habitadas por indígenas a quienes castigaba sin justa causa; he visto talar sus campos, y más de una vez he deplorado como ellos el descuido e inacción de los gobiernos, el despotismo militar, los escandalosos abusos de los mistis-autoridades, y las consecuencias de leyes y disposiciones adoptadas sin previsión, sin conocimiento del estado de los pueblos, sin equidad ni justicia. Por estas razones, y porque en la república existen hombres que como yo han sido testigos oculares, y saben la lastimosa historia de los indios, me creo con derecho a ser creído, y a exigir de los gobiernos la atención que se merecen los padecimientos de los hijos del sol.

Cuando en la primera entrega, relato las costumbres de os curas, deploro sus abusos, no lo hago con el objeto de procurarles sus desprestigio; pretendo sí, que estos procuren reformarse; y que los obispos, atendiendo a la necesidad de una reforma en las divisiones parroquiales, y en el clero, traten de abreviar su realización, para que los pueblos no sufran por más tiempo los abusos de que son víctimas; pido para los pueblos ignorantes, sacerdotes ilustrados; quiero que se difunda por toda la nación el Evangelio, a quien considero como el mejor medio de civilizar al pueblo, y hacerlo dichosos animándolo con la moral y la verdad; quiero que la oscuridad y la ignorancia cedan el puesto a la luz y al progreso a que está llamada la sociedad, anhelo hombres para el mundo, no seres degradados ni embrutecidos; por eso solicito la instrucción.

Como quiera que la historia nos presenta los fértiles campos, enrojecidos con sangre, las encumbradas cimas, las llanuras, los profundos valles, las heladas cordilleras, todo ensangrentado; ¿y con qué sangre? ¿es acaso sólo la de los tiranos de la patria, es la de los enemigos de la libertad? ¡No! Esos cúmulos de huesos que se alzan sobre los campos de batalla, salvo los que legaron los padres de la patria, y en que se hace difícil enumerar las víctimas ¿son por ventura las pirámides de gloria con que puede honrarse la nación? ¡No! Esos cráneos empolvados, esa sangre que aún humea, es peruana; ha sido derramada en luchas fratricidas, la ambición y la empleomanía han conducido millares de víctimas hasta esos campos; hasta ponerlas bajo el imperio de la muerte.

Los indios han vertido siempre su sangre, pero jamás han recibido la recompensa de su valor y esfuerzos. Oprimidos por las autoridades, han estado aguardando la vez de emanciparse; por esta razón la voz de los revoltosos, las imprecaciones de los demagogos, ha encontrado acogida entre los pueblos; entre los indios que son los soldados del ejército, que son los que en el campo de batalla no tiemblan a presenciar del peligro, y que luchan hasta morir o salir triunfantes.

Los abusos frecuentes y el despotismo de las autoridades subalternas han dado lugar a infinitas y trágicas escenas; de la narración de las que más atención merezcan, por sus trascendencias, me ocuparé detenidamente, suplicando al lector que perdone mis fallos y opiniones, cuando se trata de la calificación de los hechos; teniendo presente que procuraré sólo hacer justicia; sin que el provincialismo, ni el espíritu de partido, puedan hacerme variar de objeto, ni prodigar incienso a los ídolos de mis pasiones. La verdad en la narración, la justicia en la calificación de los acontecimientos: tales son los objetos que me he propuesto.

No pretendo escribir la historia del Perú, para cuya obra son necesarios innumerables documentos, escribo la historia de las costumbres de los indios; y cuando tomo algunas veces la historia de la nación para referir algunos acontecimientos que en ella deben consignarse, lo hago persuadido de que el señor Lorente y otros historiadores les han pasado superficialmente, como se nota en sus obras.

Ojalá que el gobierno, a quien están encomendados la guarda de los derechos de los pueblos, el buen orden público, el porvenir de toda la nación, atendidas las necesidades de los súbditos, acuda a satisfacerlas inmediatamente, procurando adoptar las reglas de gobierno que damos al fin de esta obra, en cuanto ellas merezcan; pues son reglas nacidas de las mismas necesidades y de los mismos acontecimientos que se refieren. De esta manera se conseguirá poner un dique al desborde a que se encaminan los pueblos, se evitará la ignorancia que es uno de los peores males que han afligido y afligen a las sociedades; civilizadas las masas, y conociendo cada individuo sus deberes sociales, las peroratas de la demagogia no encontrarán jamás acogida, el hombre libre, reconocerá sus deberes, aprenderá a cumplirlos; y la felicidad será en adelante el distintivo de la nación.

Preciso, urgente es trabajar por la libertad de la raza indígena; no sólo el gobierno debe procurar esto; todos los individuos que de él dependen deben trabajar incesantemente por unificar su política y sus relaciones con esa raza numerosa; y hacer que los blancos todos, procuren armonizar sus costumbres con las de los indios, destruyendo el error, las supersticiones y los abusos por medio del ejemplo y de la buena doctrina.

Existen muchas razones de conveniencia pública, para obrar en este sentido, y procurar la reforma de las instituciones sociales. ¡Ay de las autoridades que abusan de la situación de los indios, y no modifican su conducta! ¡Ay de los blancos que someten al indio a la esclavitud y al sufrimiento! ¡Ay de los sacerdotes que en posesión de los medios para difundir la moral y formar caritativos corazones, dejan a sus feligreses sumirse en la vergonzosa ignorancia, y dejarse arrastrar por sus torpes instintos, por sus temibles pasiones! ¡Ay, en fin, de los gobernantes que no escuchan las quejas de los súbditos, y los mantienen bajo la tutela de los blancos, sometidos al yugo de los tiranos y a merced de los ladrones!

Cuando los indios cansados de sufrir levantan su abatida frente, cuando al grito de guerra tiemble la costa del Perú, y los muros de su capital se estremezcan, los lugares de recreo se bañen con sangre; entonces sólo se reconocerá el poder de los pueblos, la robustez de la mano indígena, que arrasando los monumentos de la civilización, coloca sobre sus ruinas, y edifica sobre los cráneos de los blancos el trono donde deba reinar en lo sucesivo una libertad salvaje, a quien aún hay tiempo de engalanarla, con la justicia y las reformas de que han menester los pueblos para su engrandecimiento y tranquilidad posterior.


(*) Introducción a la Historia Antigua del Perú. Lima, 1922, Prólogo, p. 83-92. texto de 1867. Seleccionada por el Dr. José Tamayo Herrera en “El Pensamiento Indigenista” Francisco Campodónico F. Editor, Mosca Azul Editores.

El oráculo de agua

Escribe: José Luis Velásquez Garambel


Boris Espezúa Salmón (Juli – 1960), ganador del prestigioso premio “COPE de ORO” – 2009, es el poeta que nos obliga a recordar nuestra fe en la poesía y nos devuelve la esperanza en la palabra; pues la literatura, con el perdón de Dios, es para el hombre justo y sensible la única religión a través de la que se logra sensibilizar el espíritu y consolidar el sentido estético que aparece en una cultura.

De seguro muchos recordarán la incursión de Boris en la Política, buen intento de hacer de la sociedad puneña un espacio más justo, y es que ocurre algo que se ha convertido en una verdadera regla, “los pueblos jamás eligen bien”, es la ignorancia la que se atiborra, gobierna a la inteligencia y a la sensibilidad; así como a la esperanza se opone la opacidad de espíritu ya que existen océanos de distancia entre el manejo de la metáfora y el discurso que repta con ansias de llegar al poder y de hacer del pueblo más torpe y vulgar de lo que ya es. Sin embargo Boris sólo ha tenido buena voluntad y buena fe en la palabra, y como era de esperarse la inteligencia en una sociedad en donde los edificios de la corrupción nos cubren del sol no puede aspirar a más.

Estas palabras son un abrazo al hermano mayor que ha sabido, con gracias e inteligencia, mantener el oficio de orfebre de la poesía, de alarife de la imagen poética por más de treinta años y ha hecho magisterio en generaciones anteriores como a los del 90, ya que sin su presencia no existiría una continuidad tan vigorosa en el panorama poético de Puno, prueba de ello es el premio reciente que nos ha entregado a los puneños y por el que nos sentimos orgullosos, ya que ha pasado más de una década desde que otro poeta, Alfredo Herrera, nos entregara otro premio COPE de ORO”.

En poesía, no existe sólo inspiración sino sobre todo ejercicio, sudor y sudor, lectura y lectura, corrección y corrección ¡oficio! Y eso se conquista con estudio y formación constante. Eso ha hecho Boris Espezúa desde los 16 años y a la fecha han transcurrido ya 34 años, de tal modo que no es sorpresa su magnífico dominio sobre su oficio.

En 1978 salió a luz “El sentimiento en camino”, con poemas escritos entre el año 75, 76 y 77; el poeta contaba entonces con la edad de la ternura y algunos años más tarde se constituiría en una de las voces más nítidas e importantes de los ochentas y de los noventas junto a Alfredo Herrera Flores, José Velarde y Lolo Palza Valdivia. En el suplemento TOTORIA del 1º de abril del 2009 manifestábamos que era heredero de la profundidad de Gamaliel Churata y de la transparencia de Carlos Oquendo, sin duda no ha sido un error, este premio que nos entrega da testimonio de ello. Pues en años anteriores ha logrado ser finalista del COPE 1995 y 1997. Además, en su producción poética cuenta con: “A través del ojo de un hueso” (1989), “Tránsito de Amautas” (1990), “Alba del Pez herido” (1998), “Tiempo de cernícalo” (2003) y ahora “Gamaliel Churata o el oráculo del agua” (2010).

Toda su producción poética es una exploración sobre la cosmovisión andina, son pues una reelaboración semántica de los mitos nuestros, y en esta vera transita junto a “Los Dioses” de Omar Aramayo, quien es su referente anterior. En “el oráculo del agua” ha efectuado un estudio de la obra de Gamaliel Churata y ha poetizado parte del mismo, en ese tránsito ha desarrollado un tejido semántico muy complejo que recurre a la filosofía de nuestro referente cultural, un “Ur text de diálogos andinos” como lo llama Walter Paz.

Por otra parte, los premios nacionales de poesía en Puno son muy escasos, su nombre se une a Alejandro peralta, Luis de Rodrigo, Omar Aramayo, Alfredo Herrera. Gracias a ellos podemos continuar llamándonos “Tierra de poetas”.