domingo, 30 de agosto de 2009

PUNO (HISTORIA LOCAL)


José Luis Velásquez Garambel

ESPACIO SOCIOCULTURAL DEL ALTIPLANO

La geografía histórica del departamento de Puno inicia con una de las culturas más antiguas en la historia de la humanidad, así se erigió en este referente la Cultura Qaluyo (que es la primera cultura del altiplano), decaída ésta se dio lugar al desarrollo de una cultura naciente, me refiero a Tiawanaku, la misma que se extiende en el altiplano, esta expansión se consolida durante los años 800 D.C. período en que su influencia cultural se expande por todo el Perú, por el norte de Chile y el Nor-oeste argentino. Destacan además los templos del Akapana (pirámide escalonada), Pumapunku, Kalasasaya, entre otros de similar importancia. Luego de florecer, esta cultura, deviene un período de decadencia que da lugar al nacimiento de pequeños grupos que han sido bautizados como los reinos Qollas.

“Por los años 1300 de nuestra era, en la península de Sillustaniy en el cerro infiernillo, ubicado a continuación, había un importante pueblo Kolla. Estaba dividido, socialmente, en dos sectores por una muralla, aún hay restos de ella en el istmo o sector denominado Sillustani Cunca (cuello de sillustani)…Squier (1974:208) manifiesta que posiblemente en ese lugar vivía un mallku o señor rodeado por sacerdotes y/o funcionarios de alto rango, seguramente vinculados a la nobleza de los Zapana…los kollas surgen al desintegrase la imponente organización estatal del Tiwanaku. Controlaron un vasto territorio que comprendían el lado nor-occidental del lago Titikaka, con accesos hacia el lado occidental como Arequipa, Moquegua y Tacna en el Perú, Arica y Quizá Atacama en Chile. Según las crónicas, la capital del reino fue Hatunkolla, donde un gran desarrollo tecnológico, producto de las experiencias acumuladas en el tiempo, destacando el desarrollo de la arquitectura funeraria” (AYCA GALLEGOS, Oscar. “Sillustani”, pag. 28-29)

El origen del imperio de los incas está envuelta en una serie de relatos y de leyendas, y en muchas de ellas el lago Titicaca tiene una importante presencia; sin embargo algunos historiadores creen que cuando empezó la expansión del Tahuantinsuyo las tribus del altiplano ya habían formado pequeños reinos que mantenían enconadas luchas entre sí, demostrando un espíritu bravío que se mantuvo aún después de incorporados al imperio.

“En el llamado Collasuyo se encontraban los llamados reinos aymaras, que se encontraban en la región ubicada al sur del Cusco. Ellas eran un conjunto cultural y geográfico que se desarrolló alrededor del lago Titicaca y estaba asociado a la gran llanura del altiplano Perú-Boliviano (…) el altiplano favoreció a demás al desarrollo de una economía basada ene l pastoreo, su clima, por último, impulsó el desarrollo de una cultura del frío para conservar y aprovechar mejor los alimentos (chuño, charqui). Se desconocen quienes fuero los primeros habitantes de esta región. Sólo que a comienzos del Horizonte Tardío vivían allí tres grupos étnicos principales: Aymaras; Puquinas; Uros. (“Culturas Andinas”, Juan de Dios Cutipa Lima, UNA-PUNO-2002).

El pueblo Qolla, conocido hoy con el nombre de Aymara, vive en la cuenca del Titicaca entre el Perú y Bolivia y su territorio está limitado por barreras naturales; por el este, la cordillera de los andes y por el sur, el desierto del noroeste argentino. El nombre “Aymara” fue empleado por Polo De Odenargo en 1559 refiriéndose a la lengua del pueblo que habla esta lengua:

“El pueblo aymara ha sido acusado de no poseer una historia y, aún más, de no hacer historia. La historia y la cultura de este pueblo ha quedado ensombrecida por el prestigio del imperio incaico. Sin embargo, el pueblo aymara sigue en pie como grupo cultural que ha cimentado profundamente su medio natural y ha forjado su carácter combativo ene. Altiplano del collao” (“Cultura Aymara”, Domingo Llanque Chana. IDEA-TAREA; LIMA-1990).

Sobre los conflictos por el dominio de estas tierras Garcilaso manifiesta que fue Mayta Capac quien intentó conquistar los reinos Qollas, lo había intentado mediante pactos de paz. Al respecto Juan José Vega y Domingo Llanque coinciden en manifestar que Zapana y Cari viendo el empuje militar incaico enviaron mensajeros pidiendo paz y amistad. Así Cari, principal de los lupaqas realizó un pacto en Chuchito, viendo que dichas alianzas de paz no eran satisfactorias y viendo que los qollas se habían levantado en armas contra los incas, se habían fortificado en Pucará, Asillo, Arapa, y Pucarani, ante tales eventualidades Pachacutec envió ejércitos que lograron conquistar parte del Qollasuyo y parte del Omasuyo. Los reinos Qollas fueron anexados al sistema incaico por Tupac Yupanqui (1471-1493), siendo este quien les atribuyó el nombre de Qollasuyo.

PUNO DURANTE LA INVASIÓN ESPAÑOLA

Para Juan José Vega, la catástrofe de Atahualpa y luego las derrotas de sus generales Quisquis y Yucra Huallpa y Rumiñahui, significaron la conquista por España:

“El Collasuyo, en sus vastas dimensiones, había sido descubierto por Digo de Almagro en los meses finales de 1535, cuando dirigía, él mismo, la vanguardia de la expedición que marchaba a conquistar el reino de Chile…la imaginación de los españoles y las tretas de Manco Inca habían rodeado de tesoros inexistentes con el fin de alejar a los invasores lo más posible del Cusco con el fin de sublevarse, este estratagema le fue harto útil…por otro lado el Collasuyo- Gracias a sus punas y distancias- permanecía hasta ese momento en marginalidad respecto a los ataques hispánicos y por eso los del collasuyo no habían sentido directamente los infernales efectos destructivos de la conquista española, salvo tonel fugaz paso de Diego de Almagro. Eran por eso más renuentes a la lucha, ya que no sufrían la opresión hispánica.

En las meditaciones de Vitcos, su recuperada capital, Manco recordaría también lo enseñado por los amautas; que siempre había sido el collasuyo la más difícil comarca del antiguo imperio; era por las muchas naciones que allí coexistían. Les decían collas en general, pero eran Lupacas, pacajes, chuis, caranques, chichas y otras más. Hacia la vertiente oriental, los belicosos mojos y chiriguanas de la selva; rumbo al sur, umahuacas, jujuys y otras hasta Arauco”.


Los hombres que habitaban en estas tierras eran por naturaleza rudos, indominables y reacios a todo tipo de control, quizá por ello el nombre del altiplano se emplea como castigo. Como lo menciona el Dr. Tamayo en su libro sobre Puno (la visión que se tiene del altiplano es una visión que dista mucho de la realidad, así algunos escritores manifiestan que Puno es zona de castigo, el último reducto sobre la tierra cuyo frío es sólo comparable a las de la antártica). La otra actitud, que ha caracterizado al hombre de este referente, ha sido la rebeldía, que ha fluctuado a su vez entre dos polos ideales: el repliegue de la cultura andina sobre sí misma rechazando a “Occidente”; o la apropiación de los instrumentos de dominación de los vencedores. Ambas variantes pueden rastrearse hasta el mismo siglo XVI. El movimiento del Taki Unquy a inicios del S. XVII, sería un ejemplo de repliegue, en el altiplano las continuas luchas entre pequeños grupos de poder que iban creciendo cada vez más (como es el caso de los hermanos Salcedo), siempre en relación a su poder pecuniario, éste no fue un intento de regionalización económica, menos el de un movimiento separatista sino por el contrario fue una lucha entre dos bandos de mineros que pugnaban por el control de las minas (pretensiones que se truncan con la intervención del Virrey Conde de Lemos). También la rebelión de Juan Santos Atahualpa a mediados del S. XVIII. Pero, en actitud contraria, recordemos que ya Manco II montaba a caballo (¿los camiones de entonces?) y buscaba españoles que le enseñaran el uso de las armas de fuego. Túpac Amaru II se acercaría más a este segundo polo; Túpac Katari al primero. Lo que nos interesa destacar, sin embargo, es que en el S. XX predomina la segunda forma de rebeldía: aquella que busca apropiarse de los instrumentos de poder de los dominantes y, entre ellos, de uno clave, la educación. Arrancarles a los mistis el monopolio de sus conocimientos es el equivalente del gesto de Prometeo arrebatándole el fuego a los dioses (lo que se había constituido en un período posterior).

Si nos preguntáramos: ¿Quién llegó antes al altiplano? (y qué importancia tiene dicho acontecimiento). Recordemos que en este período un imperio naciente se estaba consolidando, que este proceso fue truncado y que jamás existió una conciencia de unificación y mucho menos un sentido de unidad espiritual, menos territorial (¿Cómo entonces no desarrollar una cultura escindida?), es natural que a nuestros días nuestro país esté dividido en polos y en gigantescos abismos de racionalidad, nuestra nación no es una nación sin futuro, ni siquiera es una nación (sin considerar el concepto jurídico que esto pueda encerrar), es un conglomerado de naciones dividida entre sí por intereses de transnacionales, es también un laboratorio de la escuela del mundo al revés. A la interrogante del inicio René Calsín responderá difiriendo con el resto de historiadores sobre la fecha en que los españoles arriban a esta región:

“El Gobernador Francisco Pizarro, en los primeros días del mes de diciembre de 1533, envió del Cusco a dos españoles, a Diego de Agüero y Pedro Martín de Moguer, para que exploren el Altiplano.“Mandó el Gobernador dos cristianos... los que partieron a principios de Diciembre... tardaron cuarenta días en su viaje”. “Pues hecho este repartimiento y fundación del Cuzco... ya sauido alguna rrelación de la provincia del Collao por dos españoles que auia enviado a él, a un Diego de Agüero y a otro Pedro Martín de Moguer” (Cita recogida por René Calsín Anco). A esto habría que confrontar los datos presentados por el Dr. José Tamayo Herrera, quien en su libro “Historia Social E Indigenismo En El Altiplano” manifiesta lo siguiente: “el primer misionero que llegó al Collao fue fray Tomás de San Martín en 1534, a la provincia de Chucuito (…).

Cabe hacer mención a que el Dr. Tamayo Herrera se refiere también a lo consignados Tanto por Calsín Anco y por Juan José Vega.

Después, las incursiones hispanas al Altiplano se caracterizaron por ser violentas y asoladoras. Así, la expedición de Almagro arrasó varios pueblos, cuando transitó por el Altiplano en su travesía a Chile. El cronista Pedro Pizarro (quien de niño habría sido el paje del Marqués fue obligado por el virrey Toledo a escribir lo que de la invasión recordaba), rememoraba: “ Almagro... el día que de el Cuzco salió, se quemó la mitad dél, y asi fue con su partida todo el Collao, porque esta senté que llevaba de Guatimala y de don Pedro de Aluarado yban rrobando y destruyendo por donde pasauan”. Los pueblos del camino de Urcosuyo, fueron los que más han sufrido las agresiones depredadoras de las hordas hispanas; este camino cruzaba los pueblos de Paucarcolla, Puno, Chucuito y Ácora” (“Historia de la Provincia de Puno”. René Calsín Anco. GRP-2004).

Entonces Almagro no fue quien descubrió el Qollasuyo, Sino que lo hicieron Diego de Agüero y Pedro Martín de Moguer, las fuentes de René Calsín Anco son confiables, la empleada aquí responde a Pedro Gutiérrez de Santa Clara (1544) probablemente uno de los primeros cronistas llegados a esta provincia: “Francisco de Carauajal... con toda su gente... llegó a un pueblo llamado Puño... otro día por la mañana se pusieron todos en camino para Chucuito”. En modo similar recurre a “La Visita Hecha a La Provincia De Chucuito” de Garci Diez de San Miguel, otro documento importante de 1567. En la cita recogida de Gutiérrez de Santa Clara por Calsín Anco aparece el origen o la primera denominación del pueblo de Puno (“Puño en la cita”).

Otra innovación al respecto es la visita hecha por Pizarro en persona a la provincia del qollasuyo “En los años de invasión hispana, por territorio del Kollasuyo, específicamente por los pueblos de Puno y Chucuito, transitaron numerosos conquistadores, caso de Diego de Almagro y de Francisco Pizarro. Almagro pasó en 1535, cuando dirigía la conquista de Chile; y Pizarro, lo hizo en 1539, cuando se propuso conocer sus dominios, para tal propósito se dirigió del Cusco a las Charcas. Ambos transitaron por la principal vía del Altiplano, el camino de Urcosuyo” (Calsín Anco, ob. Cit.).

Otros documentos nos mencionan la presencia de los jesuitas en el mundo Lupaca, Xavier Albó (Introducción a “Vocabulario de la Lengua Aymara” de Ludovico Bertonio, CERES-IFEA-MUSEF, Cochabamba-1988) es en la actualidad uno de los que más ha trabajado al respecto:

“una de las principales resoluciones de la congregación provincial de 1576, que sentó las bases de la presencia de la orden en el mundo andino fue la aceptación de las cuatro doctrinas de Juli en el corazón de la nación Lupaza. Los jesuitas llegaron ahí en noviembre del mismo año. Anteriormente los Lupazas habían sido evangelizados principalmente por los dominicos, dentro del estilo más convencional de doctrinas muy ligadas al poder colonial. Pero los recién llegados, inspirados en gran medida por Joseph de Acosta, entonces providencial, hicieron planteamientos innovadores entre los que sobresalía prohibir que “español ninguno ni soltero ni casado viva en el pueblo de Juli, porque son la polilla de los indios (cita recogida por Albó de una crónica anónima de 1600- ed. Mateos 1944). Al ser Juli un pueblo de paso obligado en la ruta de Lima y Cusco hacia la Paz, Charcas y Potosí; la medida no puedo implementarse con el rigor que tuvo años más tarde en las célebres misiones-reducciones jesuíticas en los llanos. Pero se estaban ya sentando los antecedentes de una sociedad cristiano indígena con cierta autonomía frente a los poderes coloniales.

La influencia de los padres era sobre todo intensa en la esfera religiosa, con largas sesiones diarias de doctrina, e incluía un fuerte poder real en la vida ordinaria de la población. Pero por otra parte el modelo permitió una conservación de las sociedades previamente establecidas, quizás mayor que en otras regiones andinas sujetas al poder directo de corregidores y encomenderos, e incluso muchísimo más que en las misiones jesuíticas de los llanos orientales, donde se reducían diversas naciones dispersas a nuevos poblados centrales de organización y costumbres notablemente distinta (…).

Tamayo Herrera refiere a que el Titicaca; “no se llamaba así, sino Chuquiabo – Chuquiapu o laguna de Chucuito y Puno, como pequeño centro poblado ya existía en 1543, porque en las Ordenanzas de tambos de Vaca de Castro aparece ya Puno Como Tambo, sobre el camino del azogue y de la plata, en una fecha tan remota” (Tamayo Herrera Ob. Cit).

Una vez que los españoles asumieron el control del Collao, los principales pueblos inkas de esta jurisdicción (excepto la Gobernación de Chucuito), se convirtieron en repartimientos y se entregaron en encomienda a los conquistadores. Así, sucedió con Atuncolla, Paucarcolla, Capachica, Puno, Vilque y Mañazo, etc.

“El repartimiento de Puno se entregó primero a Alonso Mazuelas. Este encomendero fue sucedido por el Capitán Martín Dolmos y, después, resultó como encomendero de Puno Alonso García Ramo”, sobre este respecto los datos presentados por Tamayo Herrera nos refieren a Martín Dolmos, conjuntamente con el de Chupa. Además Dolmos quedó registrado por Garci Diez de San Miguel : “los indios de Puno encomendados en Martín Dolmos vecino del Cuzco”.En la Visita hecha a la provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguel en el año de 1567 (…) El repartimiento de Puno, en los albores de la colonia, dependía de la ciudad del Cusco y, después, de la Audiencia de Charcas. Por un documento anterior a 1565, se conoce que “Puno e Ichu”, junto a los repartimientos de Moho, Huancané, Capachica y Paucarcolla, pertenecía a la Audiencia de Charcas” (Calsín Anco. Ob. Cit.).


El curato de Puno, en el primer tramo de la colonia, contaba con una viceparroquia, con la de Ichu; y en el segundo tramo, con dos viceparroquias, con Ichu y con Chiaraque”. (Calsín Anco. Ob. Cit.) Según la información presentada aquí por Calsín Anco no existe ninguna investigación anterior a la suya en la que se haya hecho referencia a la hasta entonces viceparroquia de Chiaraque (este es un hallazgo importante y con la intención de aportar a este hallazgo presentamos aquí un documento encontrado en el Archivo Histórico de Puno, en el fondo Corregimiento/sección Cabildos/ 1668):

“Nos el Dn Dn Gregorio Francisco de Campos por gracia de Dios y de la santa cede apostólica, obispo de la ciudad y obispado de nuestra señora de la paz (…) ante el requerimiento de la vice parroquia de Chiaraque perteneciente hasta aquí a la doctrina de la purísima concepción y San Carlos de la Villa de Puno, en la provincia de Paucarcolla, con acuerdo y aprobación del Sr. Vicepatrono del distrito. Es nombrado Dn Miguel Antonio de Arze presbítero para dicha parroquia de Chiaraque y (…) para que lo haga en lengua aymara”

Frente a este documento cabe la necesidad de profundizar sobre este aspecto, tal parece que la hasta entonces vice parroquia de Chiaraque era la segunda más importante de la provincia de Paucarcolla y a partir de este momento sufre un conversión a Parroquia, y obviamente su categoría es elevada.

“En los albores de la colonia, inclusive hasta los años de los sucesos de Laikakota, el pueblo de San Juan Bautista de Puno gozaba de cierta prestancia en el consenso de los pueblos del Altiplano; sin embargo, la mayoría de quienes se ocuparon de su historia han minimizado su importancia, con las calificaciones de: “lugarejo de San Juan Bautista de Puno” (Guillermo Lohman Villena); “ayllu” (Vladimiro Bermejo); “refugio” (José Tamayo Herrera); “aldehuela Indígena” (Enrique Cuentas Ormachea); “caserío” (Rubén Vargas Ugarte, Lohman, Tamayo y Cuentas); “pascana” o “tambo” (Alberto Parodi Isolabella y Tamayo); “villorrio” (Alejandro Cano y Bermejo); y “aldea” (Emilio Romero, Alfonso Torres Luna, A. Bandelier, Bermejo y Cuentas); entre otras alusiones. Entretanto, el maestro José Antonio Encinas lo refería indistintamente como “aldea” o “pueblo”; Ignacio Frisancho Pineda como “pascana”, “aldea” o “pueblo”; y solo Jorge Basadre como “pueblo”. Sin embargo, en crónicas y en numerosos documentos coloniales Puno quedó registrado como pueblo. Así, lo consignaron el Lic. Vaca de Castro (1543), Pedro Gutiérrez de Santa Clara (1544), Garcí Diez de San Miguel (1567) y Antonio Vásquez de Espinoza (1630), entre otros. Es más, su importancia como pueblo queda demostrado en la Tasa de la visita general de Francisco Toledo; según esa tasa de 1573, el corregimiento de Paucarcolla comprendía a siete departamentos. Estos repartimientos, por el número de pobladores que tributaban, se ordenaban así: 1º Capachica, con 5360 tributarios; 2º Puno, con 4705; 3º Paucarcolla, con 4586; 4ª Huancané, con 3394; 5ª Moho (con Conima), con 2768; 6ª Coata, con 1506; y 7º Vilque (Vilquechico), con 1262”. (Calsín Anco, Ob. Cit.)

De manera que el pueblo de San Juan Bautista de Puno, en el primer tramo de la colonia, gozaba de cierta preeminencia en el Altiplano.

“En el primer tramo de la colonia, comprendido desde la invasión hispana hasta el desenlace de los Sucesos de Laikakota, sobre el pueblo inka llamado Puño por los cronistas, se erigió el pueblo de San Juan Bautista de Puno”.(Calsín Anco hace referencia al respecto a Gutiérrez de Santa Clara).

Respecto a la fundación de Puno, es un tema esclarecido en múltiples coloquios organizados por el Archivo Histórico del Gobierno Regional, los documentos hallados por René Calsín son una clara muestra de que la fundación se dio, que el Virrey Conde de Lemos firmó el documento mencionado, que hizo sembrar de sal a los asientos mineros de San Luis de Alba, Laykakota y que condujo a toda la gente que habitaba en él al pueblo de San Juan de Puno un 09 de setiembre de 1668. Considerando que los pueblos crean sus mitos para explicar su origen sus habitantes se crearon una fecha (la del 04 de noviembre) que en nada coincide con la historia, ya que el 04 de noviembre de 1668 el Virrey se encontraba en la ciudad del Cusco siendo imposible que se hallara en Puno ya que en los documentos encontrados en el Archivo del Cusco el Virrey se encontraba ya en tal ciudad a fines del mes de setiembre. Por otra parte los documentos encontrados en el Archivo de Puno (sobre la repartición de solares) y la petición de un solar por parte de Miguel de la Torre (primer maestro de la Villa de la Concepción y San Carlos- documentos cuyos hallazgos compartimos con René Calsín) nos refieren a este acontecimiento y narran la manera cómo se efectúo el traslado y la fundación (no ampliaré sobre este respecto debido a que René Calsín se ha especializado en estos períodos y además que ya cuenta con un trabajo sólido sobre el mismo y que ha sido financiado por el Gobierno Regional de Puno).

Durante la rebelión de Túpac Amaru II Puno abasteció a los ejércitos de éste, sus consecuencias fueron desastrosas, tanto así que probablemente no se haya podido recuperar hasta hoy:
“El propio José Gabriel al llegar a lampa el 9 de diciembre de 1780, saqueó la casa del corregidor y quemó la cárcel. Los indios de Ilave y Acora al marchar sobre Punoincendiaron totalmente la ciudad de Chucuito, la que ha permanecido en ruinas y olvidada desde entonces. (…) Las 11 haciendas de los Choquehuanca en Azángaro fueron asaltadas, saqueadas y todo su ganado desapareció en 1781, quedando sólo las ruinas de los caseríos y los cascos inhabitados carentes de toda vida. Por segunda vez azángaro sufrió un desastre en 1782, Diego Cristóbal Túpac Amaru hizo operaciones en esa ciudad por un lapso de varios meses (…)” (Tamayo Herrera, Ob. Cit.).

He logrado recabar documentos importantes sobre este período, tengo en mi poder cartas de Tupac Amau II dirigidas a Chuquiwanca (El Abuelo), en dichas cartas el revolucionario le pide ayuda y socorro para que Chuquiwanca apoye la sublevación; sin embargo éste nunca presta ayuda y organiza pequeños ejércitos de resistencia e inicia una lucha contra los tupacamaristas (a pesar de que Tupac Amaru le reconoce como primo suyo y por ello como parte de la descendencia de la nobleza incaica). Y es que estas reacciones de lucha interna se han dado siempre en nuestra historia, la lucha de la individualidad se inicia con el conflicto del no reconocimiento de un espíritu colectivo, menos de una identidad comunitaria, hemos sido desde la colonia seres individualistas. Desde entonces, las poblaciones conquistadas fluctuaron entre la resignación y la rebeldía. Se trata, por cierto, de dos polos ideales, que en la realidad se presentan sumamente matizados o incluso entremezclados contradictoriamente. El concepto “adaptación-en-resistencia”, da cuenta de buena parte de esas situaciones intermedias. La impunidad de los mistis resultó así legitimada a nivel metafísico. Son los engreídos de Dios y el dominio de la lectura les permite un dominio arbitrario: “pueden hacer lo que les da la gana”. Como se sabe, en el Perú la situación colonial no quedó cancelada con la Independencia.

En los inicios de la república no existen mayores alteraciones en la vida política de esta provincia; no hasta 1825, fecha en la que Bolivar visita Puno y en ella crea un colegio, en 1830 se sientan en Puno los cimientos para un ciclo de larga duración denominado por Flores Galindo: “el ciclo lanero” o “ciclo del comercio lanero”y se consolidan las pequeñas aristocracias locales que distan de los conceptos de élites (ya sólo existían pequeños grupos de poder, que centraban su poder sobre los campesinos y en la posesión de tierras). Las huellas que habían dejado el coloniaje no se habían borrado, menos ahora que seguimos siendo un grupo de naciones post-coloniales (cuando decimos que el Perú es un país pluricultural y multiétnico, nos falta decir que no somos una nación sino muchas), El término “postcolonial, sería, por lo tanto, más preciso si se articulara como “teoría de los post-primer/tercer mundos”, o como “critica post-anticolonial” como un movimiento que va más allá de las relaciones relativamente binarias, fijas y estables que diseñan (mapean) las relaciones de poder entre “colonizador/colonizado” y “centro/periferia”. Tales rearticulaciones sugieren un discurso más matizado, que permita el movimiento, la movilidad y la fluidez. Aquí, el prefijo “post” haría sentido menos como lo que viene “después” y más como lo que sigue, lo que va más allá y se distancia críticamente de un cierto movimiento Intelectual –la crítica tercer mundista anticolonial- más que superar cierto punto histórico –el colonialismo- pues aquí el “neocolonialismo” sería una manera menos pasiva de referirse a la situación de los países neocolonizados y una modalidad políticamente más activa de compromiso.
A pesar de todas las ambigüedades del término analizado por Shohat, la cita subraya un aspecto crucial de las prácticas teóricas contemporáneas identificadas como postcoloniales, aunque el término excede su propia descripción. Argumentaré a favor de la razón postcolonial entendida como un grupo diverso de prácticas teóricas que se manifiestan a raíz de las herencias coloniales, en el cruce de la historia moderna europea con las historias contramodernas coloniales. No iré tan lejos como para proponer lo postcolonial como un nuevo paradigma, sino como para tomarlo como parte de uno aún más grande. Me gustaría Insistir en el hecho de que el “post” en “postcolonial” es notablemente diferente de los otros post de la crítica cultural contemporánea. Iré aún más allá al sugerir que cuando se compara con la razón postmoderna, nos encontramos con dos maneras fundamentales para criticar la modernidad: una, la postcolonial, desde las historias y herencias coloniales; la otra, la postmoderna, desde los límites de la narrativa hegemónica de la historia occidental.

Este denominativo de “ciclo lanero ya corresponde a la historia” en palabras del Dr. Tamayo Herrera pertenece ya a la verdad histórica, aquí el principal foco de desarrollo de desarrolla en torna a las lanas.

En un sentido distinto y más restringido, el ciclo lanero como tal y como lo afirma Tamayo Herrera: “correspondería sólo a un período menor, el de la elevación de precios de la lana y de las fibras, y al de la expansión de la hacienda y a la penetración arquipeña en el altiplano puneño, entre 1875 y 1932, en que la gran crisis mundial termina con el período de prosperidad que tuvo su cima en la I Guerra Mundial”.

La construcción del ferrocarril de Arequipa a Puno se inició el 29 de enero de 1870, la primera piedra fue colocada por el obispo arequipeño Benedicto Torres. El contrato de construcción fue adjudicado a Enrique Meiggs y el ingeniero que la construyo fue J.L. Thorndike. La construcción fue terminada rápidamente, pese a las dificultades que presentaba al tramontar la cordillera Occidental. Y el 1° de enero de 1874, el primer tren hizo su triunfal entrada en Puno, así se inició el fin de la célebre feria de Vilque.

La intención de este trabajo no es brindar una historia completa de la provincia de Puno, otros son los investigadores que habrán de hacerla, sino más bien brindar un panorama para ubicar a las escuelas en ella dadas.

LITERTURA REGIONAL DE Henry Esteba Flores


José Luis Velásquez Garambel

Un amor desmedido por Puno, una forma de vivir al amparo del calor de los libros y de los datos exactos y curiosos, así como una constante batalla por la identidad de nuestro terruño son las características de Henry N. Esteba Flores. Quien acaba de Publicar “Literatura Regional” (antología por provincias), libro por demás didáctico y que contiene breves referencias de estricto orden pedagógico; con una rara y exquisita presentación de relatos y cuentos que deben ser material de consulta no sólo para maestros y alumnos de la región de Puno, sino también para especialistas de literatura.

Antes de dedicarnos al libro, les hablaré un poco del autor. Y es que se trata de un verdadero amante de la literatura y de los gajes que ella esconde. Quienes le conocemos, sabemos de sus andanzas, de sus penurias y de sus alegrías. Hace tiempo atrás recorrió casi toda la Argentina de pueblo en pueblo…visitando librerías y puestillos en los que los libros usados se expendían, y lo hizo como todo buen iniciado en las letras, trabajando en todos los oficios, desde vendedor de artículos de la “A” a la “Z”, pasando por albañil, estibador, etc, y etc. todo ello le ha nutrido de humanidad y ha servido para reforzar su carisma y su peculiar modo de ver el mundo. Del mismo modo lo ha hecho con Bolivia (ciudad en la que, puedo dar testimonio de fe, compartimos la penuria), en donde recorrió a pie por todos los vericuetos y los lugares por donde se vendían libros, ya por esa pasión desquiciada que como una enfermedad corroe el alma y no la deja tranquila o por una fuerza extraña y misteriosa sólo cesa al pasar el trance. El mismo recorrido ha surcado por Lima, en donde por razones de trabajo, radicó por buen tiempo.

Es pues un verdadero personaje escapado de una obra literaria, cada uno de sus matices y de los adjetivos que podamos emplear para caracterizarlo, sencillamente no bastarían, bástenos decir que, sólo, es especial y que en el proceso de la literatura puneña no sólo le quepa el lugar de “El librero” o el depositario de las joyas inhallables de la cultura puneña, sino del cronista de nuestro tiempo, el amigo sencillo y amante de todo lo puneño.

Hemos compartido con él experiencias que sólo podrían ser comparadas con imágenes hiperbólicas de un relato de ficción o acaso escenas de un frenesí literario que ha consistido en la búsqueda, en el rescate de libros, periódicos, revistas y discos concernientes a Puno; lo que ha sido hasta la fecha una tarea ardua y muy difícil, en la que Henry Esteba nos ha llevado, siempre, la delantera. Tarea que de forma particular ha emprendido y sin el apoyo de ninguna institución ni pública ni privada, ya que en un país en el que sus gobiernos, que junto a sus instituciones, desprecian la cultura y la niegan a todo aquél que la pretenda, es casi imposible subsistir de este oficio (que resulta, en nuestra cultura, casi siempre vano), que por lo general termina prejuzgado por la sociedad. O, si tiene usted una opinión opuesta, qué diría si alguien responde con: “literatura”, si le efectúa preguntas como: ¿A qué te dedicas? ¿De qué vives? ¿Qué respiras? Bueno no es que se exagere; pero en definitiva esa ha sido, es y seguramente será la vida de este amante de la literatura y de lo puneño.

“Literatura Regional” de Esteba Flores, consigna textos de autores, en algunos casos “clásicos”, y en otros “rarísimos” y no por ello de baja calidad, ellos son los que corresponden a una verdadera pesquisa producto de una búsqueda incesante de lector zahorí y perspicaz. En la primera parte se hallan textos de la Literatura Oral y en una segunda los textos de Autores por Provincias.
En su contenido podemos encontrar a los siguientes autores. Eduardo Fournier, J.A. Encinas, Federico More, Date Nava, Emilio Romero, Alberto Mostazo, Mateo Jaika, Emilio Armaza, Vicente Achata, Feliciano Padilla, José Cáceres, Juan Arce, José Portugal, Carlos Oquendo, José Paniagua Núñez, Jorge Flórez-Áybar, Percy Zaga, Serapio Salinas, Jovin Valdez, Simón Rodríguez (P. Puno); Benjamín Dueñas, Luis Rodríguez (P. Carabaya); Gabino Pacheco, Oscar Cano Torres, Alfredo Macedo, Augusto Siancas, Roberto Mendoza, Aurelio Medina-Moshó (P. Melgar); José D. Choquehuanca, Lisandro Luna, Pompeyo Aragón, Julio Chamba, Efraín Miranda, Dulio Ayala (P. Azángaro); Adrían Solórzano (P. San Antonio de Putina); Enrique Anchieta, José Luis Ayala, Fidel Mendoza, Eddy Sayriyupa (P. Huancané); Gabriel Apaza (P. Moho); Alberto cuentas, Enrique Gallegos, Luis Gallegos, Andrés Céspedes (P. Collao); Julián Palacios, Manuel A. Quiroga, Víctor Villagra, Vladimiro Bermejo, Boris Espezúa (P. Chucuito); Luis de Rodrigo, Vicente Benavente, Alberto Valcárcel, Carlos Calderón, Luis Zambrano (P. San Román); Francisco Chukiwanka, Ernesto More, Eustaquio Kallata, Vladimir Herrera (P. Lampa); Alejandro Cornejo (P. Sandia); Omar Aramayo, José Velarde (P. Yunguyo).

Sin duda se trata de un libro refrescante e inclusivo, que consta además de algunos elementos que puedan servir para un análisis estructural (empleado en los predios escolares) como época, corriente literaria, reseña biográfica de cada autor y las obras respectivas. El libro se puede hallar en el Jr. Tacna 420, con Hernán Salas, el editor del libro.

Festejamos la aparición de este libro, que en definitiva enriquece el material bibliográfico de la región, sin duda Puno ha ganado con el trabajo del autor, para é nuestro abrazo y felicitaciones.

viernes, 28 de agosto de 2009

JUAN BUSTAMANTE (*)


Emilio Vásquez


Vilque, la otrora cuidad ferial. Don Mariano Bustamante y Jiménez y Doña Agripina Dueñas y Vera. Juan Bustamante nace en Vilque. Primeras letras con el padre. Don Mariano Bustamante, guarda los tesoros del Rey, en Lampa. Estudios elementales de Juan en Cabanillas. Juan Bustamante hombre acomodado, anhela conocer el mundo. Diputado pro la provincia de Lampa, en 1839. Gran conocedor de la altiplanicie del Kollao. Sus proyectos legislativos frustrados. Bustamante piensa en la redención del indio. Los caudillos militares. Puno y Arequipa, es escenario de las luchas caudillistas en el sur. Por segunda vez, representante ante la Convención de 1856. Papel de Bustamante en el combate del 2 de mayo de 1866. Prefecto en Cusco, Amazonas, Huancavelica. Intendente en Lima. Encauzamiento del río Rimac a costa de su peculio. Descendientes de Bustamante. Las zumbas de El Murciélago.

Vilque, distrito ubicado a 32 kilómetros al norte de la cuidad de Puno, hasta fines del siglo XIX fue centro ferial de la gran nombradía, es decir de inusitada atracción comercial en la América del Sur. Se refiere que anualmente venían desde Tucumán y otras zonas de Argentina innumerables recuas transportando mercaderías de factura ultramarina, para su venta en la feria, ocasión en que además se vendían, al por mayor y menor, millares de caballos y mulos, previamente invernados en las extensas pampas de Moro y Buenavista, a orillas de Titikaka.

De Chile venían también recuas, trayendo cueros de toda clase, calzados para todo trabajo, maderas preparadas para la confección de muebles de fina talla, fruta seca y conserva; en fin, todo aquello que fuera susceptible de comercialización. De Colombia venía café, cacao, añil, telas de noble y mediana calidad, artículos llamados de mercadería, etc. De Europa y los Estados Unidos se importaban implementos agrícolas y herramientas para todo género de trabajos artesanales. A su vez, de las ciudades y los pueblos del Perú (ya independiente) incluyendo los de la costa, la sierra central y la “montaña”, la gente acudía a Vilque solamente de compras. Nuestra industrialización, aún incipiente, no tenía cosas nuestras que ofrecer y vender en Vilque. Culpables de ello eran, desde luego, las permanentes luchas caudillistas: los gamonales disputándose, a porfía, la toma de la presidencia de la Republica, ambición insaciable del militarismo de aquellos tiempos.

Pero Vilque, otrora emporio comercial, inclusive de gran auge social, donde año tras año, hacia los días de la Pascua de Pentecostés, se repetía la renombrada feria en la cual – se cuenta – se hacían transacciones por nada menos que la cantidad de cinco millones de pesos, por aquellos tiempos una suma fabulosa, extraordinaria, ha venido a menos. Si antes era una cantidad ferial amplia, capaz de alojar a innumerables visitantes, forasteros y nativos, compracentros nacionales y extranjeros, ahora es una población abandonada, un pueblo en ruinas, cuyos galpones, si pudieran hablar, dirían que hoy pueblo de Vilque era, en otros tiempos, grande y rico, muy superior a Pucará, a Rosaspata, a Vilquechico, centros también feriales del Kollao de entonces.

La decadencia de Vilque comienza cuando un día el ferrocarril trepó la cordillera de los Andes, descendió hasta la altiplanicie del Titikaka, llegó a Puno y arribó después al Cusco. Y también cuando comenzaron a navegar los vapores en el lago Titikaka, y el comercio y el progreso, la civilización y la cultura, tomaron otro sentido, distinto rumbo, y por tanto, surgieron procedimientos de comercialización de los productos nacionales y extranjeros. Naturalmente, Vilque sufrió las consecuencias, pues a costa de su ruina, otros pueblos – caso de Juliaca, por ejemplo – sintieron llamar a sus puertas el toque de la prosperidad.

En Vilque, como en los pueblos que se levantan s lo largo de la cadena andina, el 24 de junio, día de San Juan, es una festividad que se celebra con pompa y algarabía propiamente rurales. San Juan es la fiesta de los ganados, de los pastores y del advenimiento de las ventiscas invernales que se desatan, con mayor fuerza, en las regiones altas del país, en la meseta del Kollao, por ejemplo. La noche de San Juan, en los cerros de la sierra peruana, alumbran el espacio crepitantes fogatas destinadas “a caldear el ambiente helado del invierno”, según reza la tradición.

Fue allí, en Vilque, cuando se celebraba la fiesta de San Juan y cuando en sus gentes no se había apagado todavía el entusiasmo de las ferias comerciales, que nació Juan Bustamante el día 24 de Junio de 1808, tal como él mismo lo declararía reiteradas veces. Es este mismo ciudadano vilqueño el que después de su muerte se tornaría en personaje si se quiere de leyenda, y al que intereses de todo orden y conveniencias inconfesables de la época, habrían de negar sus acciones generosas, trastocar su memoria y, finalmente, sumirlo en el olvido, al punto que ahora apenas si una que otra vez se le recuerda en breves crónicas y ocasionales artículos periodísticos. Se habla de Juan Bustamante, el Mundo Purikuj, sobre nombre éste que se le aplicara por haber recorrido, una y otra vez, pueblos de Medio Oriente, de Asia y de toda Europa. Se rememora más por los viajes que hizo que por las ideas que difundió. Se el recuerda, si ello en verdad ocurre más por su carácter de trotamundos que por las acciones de bien que llevó a cabo y las luchas que en fervor de los indígenas, especialmente de Puno, emprendió hasta el sacrificio y la inmolación innoble.

Juan Bustamante fue hijo del “caballero arequipeño don Mariano Bustamante y Jiménez y de Doña Agripina Dueñas y Vera, natural ésta de Vilque, descendiente de Túpac Amaru”, dice Alfonso Torres Luna en una breve biografía (1) publicada gracias al esfuerzo de Consuelo Ramírez Figueroa, su viuda. (Aquella revelación que afirma que la madre de Juan era descendiente de Túpac Amaru no parece ser cierta, pues no se presentan pruebas ni se mencionan documento alguno al respecto).

Don Mariano Bustamante ostentaba en la provincia de Lampa el grado de Teniente de Regimiento de Milicias Urbanas de Caballería (2). Sin duda que Don Mariano amaba entrañablemente a su hijo Juan; por lo menos eso es lo que él ha repetido en cuanto ocasión tuvo para hacerlo. Por aquella época, es decir, cuando Juan era niño, anunciábanse aquí y allá (Caracas, Quito, Buenos Aires) los preludios de la guerra de la independencia de América, guerra en la que el Perú no podía estar ausente. Estos no le permitieron a don Mariano educar debidamente a su hijo y darle la instrucción esmerada que se merecía, tanto por sus cualidades de niño dotado, de que ya había dado pruebas, cuanto pro el rango social que el caso indicaba.

El nivel cultural de Puno era en aquella época, como en todo los pueblos del interior del Perú, de suma estrechez. No había escuelas públicas eficientes. Uno que otro sujeto del común de las gentes sabía leer y escribir. Si algún plantel de instrucción existía en determinados pueblos de la sierra, era la catequista parroquial, escuela siempre regentada por el señor cura que tenía que comenzar obligatoriamente por el “Cristos, a, b, c, ch”, para terminar en la ritual amonestación y la consiguiente captación de prosélitos. En vista de estas dificultades, el pequeño Juan debió ser llevado por la madre a Cabanilla (3), pueblo cercano a Vilque. Allí fungía de “educador competente” el señor párroco, seguramente de mayor prestancia y reputación regional que el de Vilque.


Estudiante parroquial de Cabanilla era muy inquieto, apto y perspicaz. El resto de su aprendizaje, sumado a la memorización de los salmos de David (como diría después el viajero) que el padre le había dejado, era cuestión de su propio esfuerzo e iniciativa. Hay que tener en cuenta que hacía 1812 todo indicaba que la guerra de la Independencia del Perú era un hecho. Y Don Mariano Bustamante ya estaba alistado en los ejércitos realistas, por tanto privado de educar debidamente al hijo. “Demasiado hizo, pues, mi señor padre – dice Juan Bustamante - encargándose por sí mismo de mi educación; es decir, empeñándose en fijar en mi mente todas las máximas de una religión a prueba de bomba, y apoyado en los salmos de David, tras cuyo aprendizaje me llevaba noche y día, con tal cuidado y tal esmero, que hasta logré estampar, muchas de ellas, en mi memoria” (4).

Hijo de padres ricos (la madre era propietaria de extensas haciendas), de manifiesta notoriedad social en el medio, la educación propiamente dicha – la pedagógica- la hizo Juan Bustamante en sus primeros años, frente a la naturaleza y el trato cotidiano con el medio que lo rodeaba. Las experiencias vividas en la pubertad y en la adolescencia debían ser, imperativo de las circunstancias, sus positivas y duraderas impresiones.

Aparte de ser doña Agripina una matrona de no pocas virtudes, como es natural, anheló para su hijo la mejor preparación intelectual. Sin mayores luces, Juan salía de la pubertad: a los trece o catorce años era ya un adolescente, o algo más que eso. Esta etapa del desarrollo biopsíquico. Tiene sus características definidas en todo muchacho.

En el caso de Juan Bustamante, entrado ya en los veinte años, sería ejercitada y cumplida la loca bohemia pueblerina, ora en Cabanilla, ora en Lampa, ya en Vilque su tierra natal, o en Puno. Vencidos los veinte años, había que pensar seriamente: había que estudiar. ¿Dónde? Se dice que en Puno y en Arequipa. Debió estudiar, puesto que allí estaba con parientes, amigos y otras vinculaciones. Consuelo Ramírez de Torres Luna afirma que en la casa familiar de las “señoritas Miranda” Juan Bustamante tenía su apartamento. Allí debió entonces escrutar atentamente el panorama de su existencia y pensar en el futuro, la hacienda Urcunimuni, de sus antepasados – recuerda la señora de Torres de Luna – fue repartida entre sus colonos, es decir, entre “sus amigos, los indios”, con quienes había vivido jugando a campo traviesa en sus memorables días de la infancia.

Ya hombre, hecho y derecho, después de haber estado un tiempo en Arequipa, la tierra de su padre, vuelve a sus lares nativos. Piensa en que es hora de trabajar. Las necesidades de la propia existencia, “la sorda crítica de los vecinos” y el juicio fiscalizador del ambiente, así lo exigían. Se dedicó entonces a la productiva actividad de la compra-venta de lanas en Puno, negocio en el que ganó mucho dinero y con el que después viajó por el ancho mundo para ilustrarse mucho e instruirse, en alguna medida, en el conocimiento objetivo de otros países.

Pocos años después de la Independencia, las ambiciones caudillistas emergen en el fuego de la beligerancia armada. Gamarra con Santa Cruz, viejos amigos desde las aulas del Seminario de San Antonio Abad, en el Cusco, guerrean sin darse tregua para destruirse mutuamente. Vivanco contra Castilla; Orbegoso se entiende precisamente con Santa Cruz mediante un “pacto ominoso”, celebrado en Vilque el 8 de julio de 1835, según comenta Luis Alayza y Paz Soldan (5). (Lo cierto es que en Vilque quedó bosquejada, si no definida, la Confederación Perú-Boliviana).

Ante el doloroso cuadro de la guerra sudperuana, Juan Bustamante, hombre de paz, de espíritu constructivo, gran patriota, demócrata de toda las veras, de sentimiento humanitarios, preferentemente todo en cuento se refiere a la clase indígena, de la que procede, un día es elegido representante de Lampa ante el congreso de 1839-40. Clausuradas las sesiones, Bustamante retorna a Puno, donde hace lasa cosas que atañe a sus bienes: venderlos y repartirlos entre sus colonos. Luego decide emprender viaje hacia otros países, especialmente a los de Europa. Lo hace llevado pro ese anhelo de toda su vida: conocer mundos que están más allá de los límites de la patria, como diría él. Caballero andante, soñador – pero iluso- sale de su “mancha” altiplánica, montado en su mulo trotón y gran conocedor de los caminos ásperos, escabrosos y e sorpresivos tremedales de las pampas y cordilleras kollavinas.

Es curioso: después de una breve estada en Lima en su condición de diputado por Lampa, Bustamante va al Callao y contempla la llegada y la salida de buques que traen mercaderías y cargan la producción agropecuaria y minera del Perú. Es entonces cuando decide cumplir con su gran anhelo. Pasado un tiempo. Aborda un buque de velas y se lanza sin vacilaciones a su primera aventura. Su propio propósito es viajar, acaso sin itinerario fijo. Es un viajero de extracción provinciana, pero no por ser provinciano menos idealista. En tanto que una despiadada burguesía rural hostiga, veja, roba azota a sus congéneres, Bustamante piensa en la emancipación del indio, de ese peruano genuino que realizará algún día – dice esperando – la grandeza del Perú.

Las condiciones socio-económicas del Perú post-emancipación tenían que ser notoriamente deferentes. Las pocas señales de progreso de parte de algunos elementos personales o institucionales se veían siempre frustradas por ambiciosas intervenciones caudillistas. Cada uno de las generaciones o coroneles surgidos de las acciones libertadoras de Junín y Ayacucho, guerreaba en procura de alcanzar la presidencia de la republica. ¿Acaso en alguna ocasión (1836) no gobernaron el Perú hasta dos presidentes? La naciente republica entonces con algo menos de un millón de habitantes. Un cúmulo de acontecimientos, como resultado de la beligerancia política, tenía que banderizar obligadamente a los hombres y a los pueblos. Teníamos que sembrar por fuerza odios y prevenciones. Un pueblo, política y culturalmente en la etapa de la pubertad, vivió en permanente pugna. Luchas sordas, declaradas de región contra región, de cuidad contra cuidad, de familia contra familia, no auspiciaban la paz interna. La zozobra, el nerviosismo y la decepción de los peruanos, no permitían alcanzar realizaciones valiosas. De la noche a la mañana, cualquier quidam sentada condición de alto dirigente, o se erigía, sable en mano, jefe de una “causa justa”, auto titulándose defensor de la patria, de la república y de la democracia. Pero a reglón seguido, súbitamente, el hoy estado de cosas, cambiaba con el nuevo amanecer.

El sur del Perú, en los azarosos albores de la independencia, era, pues, teatro de enconadas luchas caudillistas. Arequipa – según refiere Flora Tristan – día y noche olía a pólvora quemada. Puno, por sus especiales condiciones geopolíticas, era un amplio y cinemática escenario de sorpresas, campo de batallas menudas, constantemente ocupada la ciudad por gentes ignaras, pero bajo el comando de generales cundas que, a su arbitrio, imponían a las poblaciones y a las áreas rurales cupos y tributos, “contribuciones patrióticas” y “préstamos”, que dejaban exhaustas a las instituciones y a las gentes, señaladamente a los indios, pobres bestias de carga que todo lo hacían, que todo lo debían pagar.

Juan Bustamante contaba, a estas alturas, entre 25 y 30 años de edad. Inclusive fue autoridad de segundo orden en Puno. Lampa y Cabanilla. No quería ni buscaba ser hombre rico, sino hombre útil a su terruño, útil a la sociedad, a la patria. No era una mentalidad altamente instruida, sino un ciudadano honesto, acendradamente progresista, generoso, magnánimo. Se refiere – ya se ha dicho – que antes de emprender el viaje (el primero) a los 33 años de edad, dejó repartidas entre sus colonos una de sus haciendas, es decir una de las que poseía en Cabanilla. Las otras dos estaban en Vilque y Capachica (6).

Su espíritu de lucha, su afán progresista y su disconformidad con la explotación, la servidumbre y los vejámenes de que los indios eran victimas por parte de las autoridades y los gamonales, hicieron que su decepción fuera mayor cuando tuvo en Europa, el viejo continente de pueblos cultural e industrialmente evolucionados, y donde vive y adquiere nuevas y valiosas experiencias (7).

Vuelto al Perú, vía Valparaíso, en 1844, Bustamante desembarca en Mollendo, desde donde se encamina directamente a Puno. En 1845 se le ve como diputado titular por Lampa (8).

Insatisfecho seguramente de su primer viaje, vuelve a Europa en 1848, oportunidad en que recorre casi toda las naciones del viejo mundo y los del Medio Oriente. Presencia en Francia los graves acontecimientos de la revolución popular en Paris, en 1848, desembarcando en el Callao.

Sus cualidades morales e intelectuales pasaron, seguramente, para que en 1856 Bustamante fuera otra vez elegido diputado pro Lampa ante el Congreso de ese año. Con mayor ímpetu que en 1839, el representante liberal ataca esta vez a los generales caudillos, acusándolos de ser culpables del atraso del país y ser causantes, además, de las iniquidades que se cometían con los indios. Su credo indigenista es, es pues, valiente y decidido. Está resuelto a enfrentarse a todo cuanto pudiera sobrevenirle. La Constitución de 1868 ya no lo cuenta entre los representantes de Puno, por Lampa son Federico Luna y Agustín Pastor. Por el cercado de Puno, José Luis Quiñones y Manuel Costas.

Por su propia cuenta, ya en su tierra, Bustamante mando construir dos puentes sobre los ríos de Cabanillas y Pucará (1863), que dificultaban la intercomunicación regional, en los meses de verano, de intensas lluvias en el mundo andino. Nombrado intendente de Policía en la capital de la República, Bustamante quiso dar pruebas, una vez más, de su criterio acerca de lo que debe ser la función pública: suprimió las multas a los infractores de la ley, costumbre instituida por las autoridades que le antecedieron. El mismo refiere (9), además, que mando encausar las aguas del Rímac, a costa de su propio peculio, producto, según Torres Luna, de la venta de sus propiedades en Puno. La obra costó la suma de 80, 000 pesos. Mayores pruebas de desprendimiento patriótico no se pueden pedir a nadie.

En 1864 Bustamante fue nombrado prefecto del departamento del Cuzco. Una de sus mayores preocupaciones al asumir el cargo fue, como hizo en Lima, suprimir las llamadas multas, cualesquiera que fuesen las personas demandadas. Este hecho tenía que provocar, lógicamente, antipatías por un lado y simpatías por otro. Bustamante hizo algo más: como en Lima con el río Rímac, mando encauzar el río Huatanay, que tan mala fama y peor aspecto daba a la cuidad imperial. Otro de los propósitos de Bustamante fue los crueles abusos que se cometían con los indios. “Esta insólita y extraña actitud del prefecto – decían los potentados, las autoridades alternas de provincias y las organizaciones religiosas de la ciudad – hay que combatirla sin tregua, sin descanso”. Desde luego, la parte sana de la ciudadanía aprobada las justas medidas tomadas por ese modelo de autoridad que era el prefecto Bustamante, pero esa autoridad no duró mucho, pues las maquinaciones de los poderosos en la política capitalina pudieron más, determinando su cambio. “El coronel Bustamante fue prefecto del Cusco desde el 29 de junio de 1864 hasta el 08 de agosto del mismo año. Por disposición de l gobierno fue reemplazado por el coronel Mariano Ignacio Prado” (10). La circunstancia de que en el cargo de prefecto estuviera tan poco tiempo no obstante las obras benéficas que realizó , dicen mucho sobre las razones que pasaron en el gobierno y las presiones que se ejercieron sobre él para que se decidiera su cambio.

Hay algo más en al vida de este sencillo varón y ejemplar ciudadano, debido a los propósitos de reivindicación o reconquista de las colonias perdidas por España, en Junín y Ayacucho, en 1834, se cernía sobre el Perú la guerra con España. La presencia de la Comisión Científica en las costas del Pacífico al mando del almirante Pinzón, tenía que poner en alerta a toda la América del Sur, especialmente al Perú. El combate de Abato, en Chile (7 de abril de 1866), demostraba que la guerra con España era un hecho. La cuestión de Talambo, en el norte del Perú, fue oportuno pretexto para la toma, por la escuadra española, de las islas guaneras de Chincha.

El Perú (no cabía duda) estaba, pues, en los prolegómenos de la guerra, situación que desde los primeros momentos advirtió Bustamante. Fue así como el ex-diputado viajó rá­pidamente a Puno, ciudad donde reunió gente patriota y con ella formó un batallón. Lo instruyó personalmente, lo armó mal que bien, equipándolo por su cuenta. Gracias a su ascen­diente moral en la tierra que lo viera nacer, gracias a su per­suasiva oratoria, logró enfervorizar y disciplinar a ese su ba­tallón puneño, al frente del cual Bustamante se puso en ca­mino con sus soldados kechwas, aymarás y mestizos de Vil­que, Cabanilla, Lampa, Huancané, Puno, etc.

Trasponiendo páramos y montañas, la improvisada tropa arriba, al fin, a la ciudad de Arequipa, El general Mariano Ignacio Prado, entonces prefecto del departamento, había encabezado la revolución del 28 de febrero de 1865, por lo que el ambiente mistiano resume fervor revolucionario. Busta­mante, con su improvisada unidad, se suma a las del general Prado, hecho que determinará después una amistad du­radera. De este modo, Puno y Bustamante, contribuyeron eficazmente a los acontecimientos históricos que culmina­rían con el triunfo del 2 de mayo de 1866, en el Callao. Fue precisamente a raíz de ese acontecimiento que se le reco­noció el grado de coronel, que bien se lo merecía. Con ese grado militar paseóse por el Perú y el mundo, aunque sin mencionarlo sino en ocasiones inevitables.

De Bustamante no se puede decir que era nómada por naturaleza; tampoco se le puede tildar de dromomanía. Era, más bien, un activo y serio deportista, un espíritu de ideales superiores. Aunque poco instruido, culto para su tiempo. Buscaba ampliar, cada vez más, su visión del mundo e ingresar "a la universidad de la quimera" —que diría Ricardo Ro­jas—, aquella que permite a ciertos caracteres, por autoedu­cación, enriquecer experiencias fecundas y obtener conocimientos múltiples para ser útiles a la sociedad. Es lo que en realidad hay que pensar en tratándose del incansable via­jero, que con motivo de su segundo recorrido por Europa decía: "Al abandonar de nuevo el Perú, en 1848, excitado por la pasión de ver mundos, porque es mal del que desgraciada­mente no podré curarme nunca, ni remotamente pensé en que, sin quererlo, vendría a sentir la necesidad de entretener al público hablándole de mi persona. Se me figura haber dicho de mi viaje anterior, todo cuanto se podía decir". (11) Mal del que nunca podré curarme, declara paladinamente. En buena cuenta, ésta es una confesión consciente, propia de su perso­nalidad. Pero desde donde fuere, siempre retornará a la pa­tria. Inclusive vuelve una y otra vez a los lares que le vieron nacer. "Todos debemos al país nuestras pocas o muchas lu­ces y nuestros desvelos", decía este romántico y generoso se­ñor que sentía a la patria en su significación profundamente humana, porque la patria no solamente es para él la entidad física o territorial, sino que reside en sus valores inmanen­tes y trascendentes. Medita, instante tras instante, en el por­venir del Perú, sin dejar las cosas que se refieren al bienestar del terruño. Le preocupa, ahíto de nostalgias y añoranzas, los amigos de la infancia. Pero piensa y reclama, por encima de todo, en la necesidad de hacer justicia al indio, cruelmente ultrajado por los gamonales y menospreciado por las autori­dades.

Dondequiera que se halle, Bustamante piensa en la grandeza del Perú, en la paz y el trabajo. "Esta es la satisfacción' que más apetece mi alma —declara— como que nada quiero' tanto como el bien de mi amada patria. Ese será siempre el objetivo de mi idolatría, y, particularmente, de los pueblos' de mi provincia, a los que me unen vínculos de una amistad sincera, contraída desde la infancia con un sinnúmero de personas: amistades cultivadas con toda lealtad y una limpieza cordial. Merecían aquellos mis amigos este tributo de mi gratitud" (12).

Hay una fotografía (seguramente es una de las últimas) de este ilustre hombre que exorna el folleto El viajero Bus­tamante, (13) por Juan A. Bustamante, su nieto. Esta fotogra­fía, a nuestro entender, es muy expresiva no sólo desde el pun­to de vista antropológico sino psicológico. Intentemos, pues, interpretarla, siquiera de pasada, ya que ninguno de los auto­res que se han ocupado de él hablan de cómo ha sido o pudo ser este ex-diputado por Lampa, prefecto en varios departa­mentos del Perú y viajero incansable. Se nos ocurre que fue dueño de un continente antropológico definidamente kolla. Parece ostentar una cabeza redonda, un tanto achatada la am­plia frente, que no es, precisamente, la frente del aymara... Seguramente cubríanle la cabeza unos cabellos negros y la­cios, compartidos por el centro en dos espesas porciones. La mirada acusa firmeza de carácter a la par que sinceridad en los actos. Ojos de pupilas negras, moviéndose en los orbicu­lares, muy enérgicos y vivaces. La nariz sí parece ser ayma­ra: casi aguileña y un tanto achatada en las fosas. De anchas espaldas y hombros levantados, con una amplia caja torácica donde se alojaban un corazón generoso y unos pulmones re­cios, propios del hombre andino.

De Bustamante se podría decir que era "hombre bueno por los cuatro costados". Habiendo sido persona rica, sus bienes y sus haciendas los entregó a sus colonos y a sus amigos. Sin duda alguna es el primer reformador agrario del Perú, noble causa por la que luchó sin tregua hasta su exe­crable inmolación, mejor dicho, su abominable asesinato. Por o que pensó, por lo que dijo, por lo que hizo y pudo realizar, aunque sólo a medias; por la causa de la redención del indio que lo llevó al sacrificio, se puede expresar enfáticamente que fue un hombre justo, de conducta cabal. Todo lo quiso para los demás, nada para él. Faltábanle, sin embargo, las lu­ces de la ciencia y la preparación intelectual que su inteligen­cia merecía; pero tuvo, en cambio, la lucidez de las concien­cias incontaminadas. Tenía una exacta noción de las cosas de la cultura, del progreso y la civilización. Espíritu sano y limpio como el suyo, es caso raro en un mundo agitado por intereses y conveniencias inconfesables. Como todo hombre idealista y de talento, Bustamante no fue comprendido por los hombres de su tiempo, mucho menos por aquellos gober­nantes militares que, en tácito acuerdo para hacer turno, to­maban el gobierno de la nación. (En realidad, si se repasa la historia del Perú de los primeros decenios posteriores a la Independencia, se verá que hay muchos ejemplos de ambicio­nes inconfesables). Tal vez fue por eso que sus adversarios le llamaron el loco Bustamante. Se apreció de "locuras" las cosas que él dijo e hizo en su tiempo, sobre todo en su tierra natal. Pero sus "locuras" consistían en anunciar ideas altruis­tas y de justicia social en favor de las clases campesinas, de comunidades circunvecinas, de haciendas enteras. Habién­dole tocado luchar en un mundo sórdido y egoísta, tanto con ¡a palabra como con los hechos, está claro que las fuerzas po­derosas que se le oponían habían de llamarle "loco".

Hombre de realizaciones, tenía que lanzarse contra las autoridades políticas, siempre coludidas con los gamonales (señores de horca y cuchillo) y la ociosa clerecía provinciana! Surge aquí, bien a las claras, que hay que llamar a Bustamante hombre justo, héroe civil, con mucho o poco de genial. eu todo caso, de generosidad probada, de alta comprensión so­cial, tal vez sin par en ese su tiempo de oscurantismo, de socorridas lealtades y de enriquecimientos ilícitos.

Bustamante no tuvo hermanos; pero sí dos hijos: Juan Bustamante Jara y Sofía del Carmen Bustamante y Contreras. Juan, todavía muchacho, acompañó a su padre en muchas de sus acciones beligerantes (14). Muerto el padre, Juan emprendió estudios universitarios en Arequipa; pero —nos decía Ma­nuel J. Bustamante de la Fuente—, por quién sabe qué cir­cunstancias, no los culminó, y —según señala Ricardo Busta­mante y Cisneros— "en cambio fue un próspero comerciante en telas de alta calidad, procedentes de Europa y Asia, pues era el único importador de sedería y mercería para su venta al por mayor y menor, en el sur del Perú".

Gracioso. Manuel Atanasio Fuentes se regodeaba tomán­dole el pelo a Juan Bustamante. Como se ha dicho ya, el gran viajero era intendente de Policía (hoy se denomina pre­fecto) de la ciudad de Lima. Con este motivo, lo tomó a car­go El Murciélago. Acaso sus zumbas se pasan de la raya —como se dice— poniendo el pie en las lindes del insulto. Don Manuel Atanasio Fuentes quería que el intendente, de la noche a la mañana y sólo por ser tal, pusiera en la ciudad de Lima las cosas en orden. Reclamaba limpieza, orden en el tránsito, luz en la oscuridad de las calles apartadas, y se librase de ladrones y asesinos a la vieja ciudad de los virreyes.

Si las calles de Lima no tenían alumbrado público, cul­pa era del intendente; si ellas estaban inundadas de aguas negras, y llenas del estiércol que dejaban los caballos haladores de coches del servicio público, de las vistosas calesas par­ticulares y las "victorias", culpa era del intendente; si los la­drones asaltaban aquí y allá, culpa era del viajero y ex-diputado por Lampa. Más aún, si los negocios de la pretensa República democrática peruana andaban mal, culpa era del intendente de Policía, de la Incunvencia de Porquería, como gustaba calificar al despacho público a cuyo frente estaba el coronel del ejército peruano Juan Bustamante.

Cuenta El Murciélago en uno de sus artículos, que un día escuchó en el portal de Botoneros un diálogo entre "dos animales de charreteras". De pronto advirtieron éstos —di­ce— que en los escaparates de una de las tiendas se exhi­bían caricaturas, seguramente de personajes de la política del momento. Uno de ellos dijo:

—No quisiera ser sino intendente para poner a ese pícaro francés en la cárcel.
— ¿Por qué? —preguntó el otro.
—Porque es muy inmoral esto de estar haciendo cari­caturas; esto no se hace en países civilizados. (Sic).
— ¡Ah! ¿Y qué hiciera Ud. con El Murciélago?
—Le daría de palos al escritor si fuera intendente, por­que en países cevilizados (sic) no le permitieran escrebir (sic) con tanta inmoralidad.

"Por el sonidito de la voz —dice El Murciélago— y por el olorcito a llama, bien se comprendía que el individuo era de por allá, y creo que daba el nombre de países cevilizados (sic) a los pueblos de Puno, donde seguramente no hay ca­ricaturas ni murciélagos escritores".

A lo largo de varios artículos, que tanto tienen de pulla y de barrero, El Murciélago machaca con los estribillos, como por ejemplo: “U. que ha estado en Europa”, “U. que ha visitado otros pueblos cevílizados. . .”, “U. que ha estado en las grandes ciudades del mundo...”, “Diga U. D. Bustamante...”, “D. Burro Andante...”, “¿no sería mejor...?”_ “¿no estaría mejor?”, “Vea Ud. S. Intendente...”. Y así otras muchas lindezas.

El señor intendente jamás contestó una palabra.


Notas:

(*) Originariamente titulada: “Glosa Biográfica de Juan Bustamante Dueñas)
(1) Puno histórico. Colegio Unión de Ñaña, p. 248, Lima, 1968.
(2) Ver anexo. Documento Nº 1.
(3) Bustamante habla de Cabanillas, pero hay que suponer, en realidad, se refiere a Cabanilla, distrito éste de la provincia de Lampa, creado en 1825. Cabanillas, en cambio, es de más reciente creación (28 de febrero de 1958), pertenece a la provincia de San Román, y surgió sólo como una estación del ferrocarril Arequipa – Puno. Oficialmente se llama Deustua.
(4) Viaje al antiguo mundo. Segunda edición. Imprenta Masias, Lima, 1845.
(5) Mercurio Peruano, Nº 160 y 162, Lima, 1940.
(6)Hildebrando Fuentes. El Cusco y sus ruinas, Lima, 1905.
(7)Estas referencias corresponden a Consuelo Ramírez de Torres Luna, nieta del viajero. No hay testimonios escritos al respecto, pero todo indica que así debió ser, dado el carácter desinteresado de Bustamante.
(8)“En Jerusalén recibió el diploma de Caballero del Santo Sepulcro. En la India estuvo siete meses. Conoció Macao y Cantón, y de allí emprendió viaje a América del Sur. El 24 de enero de 1844 salió de Valparaíso con rumbo a Islay, adonde llegó el 1 de febrero. Había invertido casi tres años en dar la vuelta a mundo” (Jorge Basadre. Historia de la Republica del Perú, Editorial Universitaria. Lima, 1968.
(9)En 1848 Bustamante sigue siendo diputado por Lampa. Y como tal, forma parte de la Comisión de Minería (agosto 7 de 1848). Crónica Parlamentaria, t, III.
(10)Ver anexo. Documento Nº 8.
(11)Juan Bustamante. Apuntes y observaciones civiles, políticas y religiosas, etc. "Advertencia". Imprenta Lacrampe, Sons y Com­pañía, París, 1849.
(12)Ibid.
(13)Juan A. Bustamante. Compañía de Impresiones y Publicidad, Lima, 1956.
(14)"Juan Bustamante, el viajero, sólo tuvo dos hijos: Juan y So­fía. Juan, por su madre, Jara. Sofía casó con Leónidas Mostajo; tuvo cuatro hijos: Carmen, Elena, Julia y Juan. Juan, casado con Mercedes Valdivia Lizárraga, tiene cuatro hijos: Gloria, Juan, Marcelo y Jaime. Sofía Bustamante Contreras casó con Figueroa Lancho. Tuvo tres hijos: Sofía, Zoraida y Adán. Zoraida casó con Ramírez. Tuvo cuatro hijos: Julia, Zoraida, Con­suelo y Arturo. San Miguel (Lima), 15 de diciembre ce 1973". (firmado) Juan A, Bustamante.

LA HORA UNDÉCIMA DEL SEÑOR VENTURA GARCÍA CALDERÓN

El texto que se presenta a continuación fue publicado en la revista "Colónida" en el Nº 01 y 02, respectivamente, pertenece al Joven Federico More, quien solía decir "Un hombre vale por la cantidad de enemigos que tiene". el texto constituye una pieza lograda de la crítica de inicios del 900. (publicado también en "Beso de Lluvia" (CARE-PERÚ, 2008), en el capítulo concerniente al Ensayo puneño.



Federico Guillermo More Barrionuevo (*)


Alrededor del año mil novecientos siete, publicó don Ventura García Calderón un libro, i quedó de modo oficial incorporando a la literatura. “Frívolamente”, ese primer libro, aunque no siempre llega al plagio siempre se queda en la imitación. Ya es “el Cementerio de los perros” casi todo tomado de Willy; ya son las cartas de Santa Teresa donde hay un batiburrillo de Gauthier, Merimée, Gómez Carrillo y Mendés.

Después de este libro, apareció el segundo de tan discutible autor: era una tentativa de historia crítica y de catalogación. “Del romanticismo al modernismo”, se titula tal obra. Todo lo que en ella se contiene estaba dicho por Menéndez y Pelayo, González de la Rosa, La Biblioteca Internacional de Obras Famosas y el señor doctor don José de la Riva Agüero y Osma. Y no vale la pena acometer una obra de esas, cuando se va a hacer simples trabajos de compilación. Para eso, basta un amanuense. Nada nuevo, nada valioso, nada original nos dio el señor García Calderón en ese libro. No hizo ni siquiera antología. Que si esto hace, se hubiera salvado en nombre de un eminente criterio de selección.

Luego, tuvimos “Dolorosa y desnuda realidad”, libro de cuentos. La misma historia de hace cinco años. Sin citar a Manuel Díaz Rodríguez, a Clemente Palma, a Rufino Blanco Fombona, a Abraham Valdelomar y a algunos otros máximos cultivadores del cuento en América, debemos decirle al Señor García Calderón que nadie tiene derecho para mortificar al intelectual, al simple lector, al hombre curioso y al periodista, con libros comentadores de vejeces, con libros en los cuales no hay sino un parisianismo barato, historia de faubourg, champaña de Moulin Rouge y humo de Quartier. Y a veces ni eso, sino vulgares aspectos de amor, de dolor y de placer. No será por culpa del señor García Calderón que el cerebro o los nervios de hombre alguno adquieran algún desusado valor vibratorio.

Procedido de tan pobres heraldos, hoy aparece el señor don Ventura García Calderón Rey con un libro cuyo título dice, pomposo: “La Literatura Peruana”. Y luego un paréntesis que es la cosa más reveladora y risueña: “(1535-1014)”. El libro –llámesele así- tiene noventa páginas. Y es la historia literaria de un país en trescientos sesenta y nueve años de vida. A cada año le corresponden menos de tres décimos de página, es decir, menos de doce renglones, pues treinta y cuatro renglones tiene cada página promediadamente. Esto es lo que en limeño hablar se llama candelejonada. Cítese, por orden alfabético o cronológico a los autores con sus libros y su fecha de nacimiento y muerte, y fecha de publicación de obras, y será posible llenar doscientas páginas. Teniendo en resultado un apreciable diccionario de la literatura peruana o un buen catálogo de biblioteca nacionalista.

Y como el señor García Calderón escribe desde Europa –cuenta que vimos el continente de rascacueros- y es empleado del Gobierno del Perú y colabora en revistas escritas en francés, cualesquiera que ellas sean, existe el temor de que América, y el Perú tengan por cierta la palabra de este autor de tantos libros abominables. Sólo por esto me he resuelto a perjeñar este artículo rectificatorio. Vuelvo por los fueros de mi patria, de su tradición literaria, de mis maestros de ayer, de mis camaradas de hoy, y del nombre de todos en la posteridad. No es justo que cualquiera venga a decir vulgaridades e insidias. No es nombre que haya quien abuse de nuestra indolencia. No es intelectual que siendo el Perú el país que hoy vale más en América si se le considera como nación productora de inteligencia, esté sometido- por nuestra holgazanería o nuestra mal entendida soberbia- a ser mirado a través del espejo convexo –deformador siempre –del primer audaz o del mejor embustero.

Porque el señor García Calderón representa en París los intereses –intereses dijo- de determinado grupo literario que hay en Lima- su palabra carece de imparcialidad. Y esto sería bastante, aunque el señor García Calderón tuviese talento. Y porque el señor García Calderón está enyugado por las conveniencias de su círculo, su palabra carece de libertad, y así, aunque su criterio quiera ser justo, su conveniencia le cohíbe a serlo. Para ser juez hay que ser solitario y rebelde, y sin embargo, desdeñoso y humilde; no es concebible un juez a quien su gobierno emplea, un juez vinculado a mil ambiciones y a diez mil intereses. El champaña del Club Nacional y la Justicia literaria, el tango en el Casino de Chorrillos y la independencia moral para decir verdades, son cosas y hechos perfectamente incompatibles.

Tanta desigualdad y tanto error se agravan al ver que ni siquiera el ha sido apto señor García Calderón para investir de estilo y gracia armónica al pensamiento ajeno, al yerro propio y al convencionalismo creado. Su estilo no tiene ni las pompas millonarias del viejo cervantismo, ni la amplificación llena de boato que supo Cautelar, ni la fina y sutil ronda de melodías que en Francia es de todos, ni la sobriedad robusta y dura del pensador que sólo trabaja en mármoles. Ese estilo es la concreción abigarrada de todos los lugares comunes del modernismo. Nos hemos librado de proceloso piélago, del ardiente frenesí, del corazón de roca, de la nave del estado y de todas las antiguallas románticas, para caer en la vida intensa, el contento de vivir, la alta elegancia espiritual, la edad galante, el cínico abandono y otras mil zarandajas que el modernismo nos ha regalado. A vuelta de recriminaciones, hay que declara al señor García Calderón incapaz de novaciones y flamantes hallazgos; la originalidad y fuerza del decir no tienen más origen que la fuerza y originalidad del pensar. Y quien, como el señor don Ventura, piensa igual a todos ha de decir.

“La Literatura Peruana” se titula el libro, y, en su primer párrafo, se contienen estos renglones: “en el Perú, más que literatura hubo literatos”; y, dos líneas más abajo: “preferiremos, pues, a la historia de corrientes literarias el orden cronológico de un paseo entre libros”. Ya se vé que el señor García Calderón sabe poner títulos y se lógico. Quedamos en que “La Literatura Peruana” no es la historia de la literatura peruana, sino “un paseo entre libros”. Cronológicamente y en noventa páginas. Poco menos que un catálogo.

En la página seis encontramos: “limeña fue exclusivamente la literatura peruana, y Lima no es el Perú: algunos dicen que es lo contrario del Perú”. Y digo el señor García Calderón, ¿porqué no tituló su mamotreto: “la literatura limeña”?. Después de despotricar diciendo lo ya dicho, no hay razón a ocuparse de Garcilaso, del Lunarejo, de Concolorcovo, de José Santos Chocano, todos hijos del Perú y no de Lima.

Quien literatura peruana pretende hacer, obligado está a inquirir en el alma de nuestros más remotos ancestrales. Y esos no son los marquesitos putrefactos y esmirriados y las tapadas niñacholescas del coloniaje. Debe subir el espíritu hasta los remotos milenios de los megalitos incaicos. Deben escudriñar en la tradición, oír de boca del pueblo la rapsodia que, desde la boca de lejanísimo ancestral, viene hoy al último retoño de una raza que entre frío y alcohol aún pimpollece. La Biblia y la Iliada no son sino la compilación genial y divina de la inquietud espiritual que dos pueblos derramaron en consejas. Cuando el señor García Calderón vaya hasta el más helado y agreste rincón andino y escuche de labios del aborigen una y mil leyendas, verá que hay diferencia ente la literatura peruana, honda, triste, fuertes y sobria, y la literatura colonial hecha por frailes, tahures y andrójinos.

Pero el señor García Calderón sería inepto para instruir y fallar en literatura fuese más medulosa que la colonial. Por eso en su libro “La Literatura Perauan” el único capítulo donde hay algo de donaire, de sincera picardía, de buen sentido galante y cínico, es en el referente a la Colonia. Se ve que el Señor García Calderón aún es colono de España. No tiene una sola característica de republicano, de hombre libre, de ser político operante dentro de las normas activas de la nacionalidad. Que si así fuera, y amara el señor don Ventura las solicitaciones tradicionales de su patria, sabría que en aquellos lustros lueñes y suntuosas del Imperio, hubo un General Ollanta, enamorado y aventurero, que llenó el alma popular con el suceso risueño y terrible de un imperial amor que costó sangre. Y sabría el señor don Ventura que el recuerdo de aquel Ollanta dominador y galán, aun vive en la herencia espiritual de la raza, y puede constituir el principio de un maravilloso folclore, exuberante de floridas rapsodias heroicas.

Pero ello es que al señor García Calderón le interesan más los frailes de la Colonia, escribiendo loas a la pirotecnia de los festivales religiosos, y los poetas cortesanos y lacayunos hinojados ante el más ridículo gesto virreynal. Y no hay que negar que la frívola picardía y la sensualidad más o menos simulada de aquellos años, hallan en el señor García Calderón a un comprensivo. Cómo no si en toda nuestra época de servidumbre nada tuvimos de intenso, de amplio o de alto. El señor García Calderón al sumergirse en el lago de la Colonia, está tristemente sometido al principio de Arquímedes. Si su espíritu fuera otro, Newton le rejiríale; pero para eso es urgente usar de altura y de lejanía y que la masa de uno sea igual a la de lo visto o evocado. Y bien sabemos que la razón directa no puede existir entre don Ventura y la enormidad de nuestra infancia imperial o entre el mismo don Ventura y el grandor tumultuoso de nuestra orgiástica juventud republicana. La república y el imperio están lejos de nuestros escritores chirles. La Colonia, insulsamente fornicadora, baratera y grandulesca, está cerca de esas almas de tela de araña. Y en literatura, la época atrae al escritor en razón directa de la inmensidad y del cuadrado de las distancias dado que existen la inmensidad. ¿Veis como don Ventura no puede estar sometido a la atracción con los incas o con los caudillos y si a la atracción con los curas y las beatas?

Tan reñido está don Ventura con todo lo enorme y tan carente vive del sentido de patria, que, después de marcar a Olavide, ese llorón demagógico, católico teatralmente reformador, pasa de frente a Melgar y a la época republicana, sin preocuparse del grande y sonoro don José Joaquín de Olmedo. Ni siquiera cita al autor de “El canto a Junín”. Llega a afirma que nos falta una “Araucana”. ¿Cree el señor García Calderón que “El canto a Junín” no es bronca y candentemente épico? ¿O cree que Olmedo no es peruano? Ya don José de la Riva Agüero, en bello arranque de leal nacionalismo, defiende la peruanidad de Olmedo. Olmedo es peruano como Napoleón francés. Olmedo es peruano porque nació en territorio del Perú, porque fue diputado en el Congreso del Perú, porque a nombre del Perú saludó a Bolívar en memorable ocasión, porque en el Perú y para el Perú fue la más ardua y honda de sus obras poéticas. Y los peruanos debemos defenderle porque él constituye una de las más brillantes y claras glorias de nuestra política y de nuestra literatura. Y don Ventura no le cita. Y hace historia. y dogmaliza. Que su cofradía se lo tenga en cuenta.

Precisa perdonar al autor de “La Literatura Peruana” el que compare Lima con Versalles y a Micaela Villegas con la Pompadour. Precisa perdonarle que el “guá, que lisura” perfectamente cursi, dulzón y fingido, lo llame “adorable de gracia y picardía”.

Y pasemos a la República. Ya desde Flora Tristán se notaba en Lima lo que Paúl Groussac constató más tarde: la superioridad de la mujer con respecto al hombre. De ahí que el romanticismo careciese aquí de lo que el mismo García Calderón llama “continuidad en el delirio, sincera correlación de vida y obra”. Eso no podía existir, porque en el Perú nunca ha habido sinceridad. Moda fue el romanticismo, como otrora lo fuera el gongorismo. La superioridad de la mujer volvió a nuestros poetas llorones y no elejiacos. Les dió de Jeremías y de Boabdil, nunca de Byron y Espronceda. Es que aquí la virilidad reside en la mujer; y el romanticismo es virilidad lírica y no añagaza ecolálica de sentimentalidades claudicantes. Por eso, aquí, muerto el romanticismo –que fue moda- no ha quedado sino un cínico desparpajo de hombres incapaces de amor y sacrificios. En otras partes donde hay grandes almas, el romanticismo es eterno, porque él es la ternura, la pasión, la generosidad, el arrojo. Y todo esto no lo nota don Ventura; percibe vagamente que aquí el romanticismo fue fracaso y no sabe porqué. Pues por eso: porque no hay romanticismo donde no hay profundidad; porque el romanticismo no es barquichuelo de papel bogante en tazas de agua, sino buque fantasma suelto en vagancia sobre enormes océanos incógnitos; porque el romanticismo es cosa de hombres, y en la isla de San Balandrán que es el Perú, no puede existir sino la degeneración del romántico, que es la mujer meliflua, sensiblera y loca por vivir en novela. Apunto estas ideas para que el señor don Ventura las use, si quiere, en su próximo libro.

Y, entre paréntesis, quisiera saber que Bécquer es ese que influyó a nuestros románticos el año 1830. Gustavo Adolfo, no puede ser, que, según entiendo, este poeta nació en 1837.

Estrañanse de que el Perú tengamos la bancarrota política, cuando en políticos acabaron nuestros mejores ingenios, es estrañarse de que los niños salgan tontos cuando mujeres son las que les educan: en el Perú la literatura nunca fue sino un medio. Los que la hacían y los que la hacen, carecieron siempre de honradez y de limpieza de corazón. Era imposible investir de perfección política y social a un pueblo donde los directores de ideas fueron siempre arribistas e inescrupulosos. Todo esto no obsta para que a don Ventura le llame profundamente la atención nuestro fracaso político.

Luego, el desfile de románticos, una caterva melenuda y quejumbrosa, sin una reciedumbre, sin un gesto fuerte, sin un amplio además. Y el señor García Calderón quema el orobías del más cálido fervor en aras de ese aglutinamiento de poetastros gemidores. Y no cita nombres como el de Manuel Castillo, se arequipeño cuyas odas al Paraguay y al Dos de Mayo, significan el más encumbrado alarde de hombría en medio de la fofa y descarnada contextura de nuestros romanticismo.

Paso al catálogo.
Se marca la hora de transición. No aparecen Samuel Velarde y Renato Morales, esos dos faros ebrios de pura luz lírica.

En ese campoamoriano Samuel Velarde, halló auspicioso refugio la clara venta del maestro de todas las ironías. Sobrio y pulcro en la forma, nada conoció él de los desmelenamientos románticos, y cada uno de sus versos tiene la castidad joyante de la crisálida en el instante mismo de la metamorfosis. Renato Morales supo, antes que todos sus contemporáneos del Perú, las primera solicitaciones del movimiento que encabezó en América Rubén Darío. Y cuando aun Chocano se envanecía de sus arrestos de romántico y enarbolaba los airones de un verbo hinchado y crespo, ya Renato Morales amabala por si misma virtuosa música de la palabra y era preconizador de la síntesis fulgente e irremplazable que en “Los Trofeos” tiene definitivos crisoles de gloria. (1)

El señor García Calderón olvida a estos dos peruanos; y en medio de esos olvidos surge la diatriba contra los pobres románticos que cantaban a la Patria y a la bandera. ¿Por qué? La patria decadente y bizantina que es el Perú de hoy, ya no inspira esos arrebatos que sintieran otrora en nobles días de prosperidad, nuestros mejores románticos. La patria, idea cenital, -que diría Víctor Andrés Belaunde- ha palpitado siempre en el fondo de todos los verbos de todas las épocas. Y no solo la Patria. Hasta la política como instantánea manifestación de la Patria. Sin llegar a Homero, habrá que recordarle al Señor García Calderón a ese panfletario que fue don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas. Luego, Carducci, Quintana, Rudyard Kipling y d´Annunzio, justifican y enaltecen los fueros de la poesía civil. Entre nosotros, Chocano –el más grande- cultiva aún las glorias de la tierra y de la tradición y las lleva a la rotunda magnificencia polifónica de sus mejores versos. El mismo Gonzáles Prada, canta el novísimo aspecto de la patria: la anarquía. Y, ya en prosa, este maestro hizo sonar sus bronces cada vez que se encontró con cosas de la tierra. Pero Chocano y Prada son los escritores de lo que debió ser un gran pueblo, y nada tienen que ver con esta nacioncilla, que apenas es digna de la Entomología. De tal pueblo es hijo de Ventura, y no es raro que le dé risa ver a poetas cantores de la patria. Estamos en el tiempo de los escritores que se adormilan entre los trabajos de laboriosas digestiones y que, pagados por el gobierno, se ocupan en desovillar vulgares malabarismos. Ya pasó la época en que nuestros poetas y nuestros pensadores eran hombre de barricada y de guerrilla.

Después de haber contemplado tan desgraciadamente los aspectos sicológicos y sociales de nuestra literatura, el señor García Calderón aborda la época presente. Nada, o casi nada, nos dice de la época en que transicionamos del romanticismo a la audacia del arte moderno. No cita a Teobaldo Elías Corpancho, el último romántico de aquella grei destemplada en lamentaciones y fecunda en pelos. No cita a Domingo Martínez Luján, ese mulato insigne, ejemplar extraviado de un arte superior, literato de fina sangre eugénica, y que, en la sátira, en el libelo, en la crónica, en la crítica, en el madrigal y en la oda, escondió siempre ricos e imprevistos tesoros de nerviosismo y de mentalidad. Y fue Martínez Luján quien primero, y lleno de briosa inteligencia, rompió con el romanticismo. Fue Martínez Luján el que trajo –cuando aún eran impresentidas las alas de Chocano- el atrevimiento del arte personal, el fervor por la originalidad, el cariño al punto de vista propio, el deseo de enriquecer el léxico, el amor a la palabra que cada uno- dentro de ciertas relatividades, se sobreentiende- juzga y usa como quiere. No cita a Julio Santiago Hernández- político, periodista y sabio en verbales orfebrerías, y que dio a nuestra prensa sentido hidalgo de gramática y sindéresis. Y si Hernández pertenece- porque ya murió, al pasado, Luján tiene, vivo aún como está, al doble aspecto de su papel histórico y de su actuación presente: hoy, casi atrofiado e imbécil, gracias al alcohol- dulce enemigo a quien conozco tanto- aún derrama en tabernas y esquinas los relieves de su antiguo aticismo y, anulado cual se halla, vale muchísimo más que el laureado señor Gálvez.

En el último capítulo de su obra, don Ventura trata de los que son- y cuenta que si don Ventura se lo calla nadie lo sabría- las tres más altas figuras de la historia literaria de Perú: Manuel Gonzáles Prada, José Santos Chocano y Ricardo Palma. Empieza el señor don Ventura por decir que Prada nació el 44, Chocano el 75 y Palma el 35. Mentira, don Ventura; Prada nació el 48, Chocano el 79 y Palma el 33 ¿No recuerda el señor García Calderón esos versos de Chocano:

“Cuando nací, la guerra llegaba hasta la sierra más alta de mi tierra”,

y no vé en ellos un claro dato biográfico? Porque, después de todo, nuestra guerra anterior a la del Pacífico fue la del 66, la del dos de mayo, y esa no llegó hasta la sierra más alta de nuestra tierra.

Soy de los que creen que con respecto a la personalidad de Ricardo Palma, ya sea ha dicho todo y que muy avisado y zahori ha de ser quien nuevo decir intentare, si al buscarle nuevo también le busca cierto y bueno. Ricardo Palma está virtualmente muerto. Pertenece a la historia. Y ya su historia está hecha. Sin embargo, don Ventura arriesga a propósito de la personalidad del tradicionista algo relativamente nuevo; y, como es natural, se equivoca. Dice que Palma representa el fin del romanticismo y la iniciación de orientaciones flamantes. Pero no atisba don Ventura que la tradición no es sino hija de la novela romántica, de esa que diversamente cultivaron el de Los Tres Mosqueteros y el de Ivanhoe, y que después, y también haciendo tradiciones, amó ese fantaseador genial y presuntuoso “El Cocinero de su Majestad” y de “Las cuatro barras de sangre”. Y la tradición de Ricardo Palma- tradición también hicieron Benito Pérez Galeos y Juan Vicente Camacho- es la hija legítima- y donairosísima por cierto- de esa novela que un día se llamó histórica y que es sólo la expresión genuina de la modalidad romántica. De modo, pues, que el señor García Calderón disparata cuando afirma que la aparición de Palma implica la ida del romanticismo. Por lo demás, el valor de Ricardo Palma no lo discute nadie, por mucho que sea menester depurarlo dentro de un criterio al par que admirativo justiciero.

Tampoco será por el señor García Calderón que conozcamos nada nuevo de Chocano. ¿Qué es gran poeta, cantor de las Américas e influenciado por Heredia y acaso por Leconte de Lisle? Pues para decirlo, se reúne uno con cuatro amigos horteras antes que se pueda pontificar, y no se publica libros que, para desdicha de los autores, suelen caer en manos de quienes no son horteras.

Y veamos a don Ventura juzgando a González Prada “el menos peruano de nuestros escritores”, según dice el mismo señor García Calderón.

Prada no es ni más ni menos peruano. Sencillamente, no es peruano. Es un gran escritor de Francia, de Alemania, de Escandinavia, desrumbado en tierras de Castilla. Es nuestra primera figura, nuestra única gran figura, porque tuvimos la honra de que en suelo nuestro naciera, no porque nosotros le hayamos dado algo de nuestra alma, ni él haya heredado algo a nosotros parecido, ni nosotros hayamos sido capaces de tomar un destello de espíritu magnífico. Por la ineludible sugestión del medio, Prada hubo de hablar de nosotros; pero. ¡cómo habló! Hasta un extranjero que no conoce el Perú y que no está obligado a ser exacto y verídicamente original tratando del Perú – he nombrado a Rufino Blanco Bombona- sabe del no peruanismo de González Prada. Y ahora don Ventura quiere contarnos novedades.

Y cuida si juzgando a Prada se puede decir mucho no dicho ni por otros urdido. A este gigante olvidado, aun no se le conoce. El nada tiene que ver con nuestra literatura, ni nada nos ha enseñado, ni nada hemos aprendido de su musa y de su prosa. Como que si algo le hubiéramos aprendido, no estaríamos viviendo en pleno Bajo Imperio. Cuando Prada escribió ni tuvo propósito novadores ni innovó nada. No porque su palabra no era nueva, sino porque para nosotros era antipódica. Quizá dentro de cincuenta años, Prada empiece a innovar para el Perú. Se puede otorgar que haya innovado en toda la literatura hispano-americana, aunque nada tiene de americano o de español; pero es absurdo pensar que tenga que ver algo con el Perú. Concibo yo a Gladstone reformando innovadoramente las formas políticas del África Central; pero no concibo a González Prada enseñando arte puro y original a los peruanos. Mejor es, pues, que coloquemos a Prada al margen de nuestra cochinería, y le consideremos en nuestra historia literaria sólo por el hecho de su nacimiento.

Don Manuel González Prada, “ese gallardo animal de presa”, solo i formidable en la vida i el porvenir de América no necesitaba, después del arduo, profundo u fulgente juicio de Blanco Bombona, que el señor García Calderón le arrojase quince vulgaridades a la cara. Decir –como ya hace once años lo dijo el señor doctor don José de la Riva Agüero- que Prada imita a Luis Menard, es decir injusticias. Cuarentiún años tenía González Prada cuando leyó a Menard, i ya había escrito buena parte de “Páginas Libres” i quizá de “Minúsculas”. Don Manuel no reconoce más maestros que Quevedo, Gauthier i Espronceda (2) i, prescindiendo de esto, no se vé la similitud entre Menard i Prada.

Acorde, pues, con el señor García Calderón en el no peruanismo de González Prada, he de detractarle en muchos puntos. Coincidiendo con Fombona –con qué gran escritor no coincide –dice don Ventura que mientras “Minúsculas” es joya de subida valuación “Exótica” no pasa de ser un tratado de métrica con ejemplos. Se dá el señor García Calderón cuenta de lo que dice? A Blanco Fombona- siquiera porque en “Pequeña Opera Lírica” probó calidades de gran poeta- se le pueda esculpar de extravíos; pero a don Ventura que hasta hoy nada ha probado, nada se le puede perdonar. Un libro que, como “Exótica”, tiene composiciones de la excelencia de “Los caballos blancos”, “Los cuervos”, “Prelusión”, los ritmos “ternarios” de la página 38 i muchas otras, es un libro inmortal, tan inmortal como “Minúsculas” que, no obstante su infinita delicadeza, me gusta menos que “Exóticas”.

“Exóticas” es a la literatura castellana lo que “La clave bien afinada” de Juan Sebastián Bach a la música: la muestra de una alta inspiración encauzada dentro de un ritmo perfecto, i tersa e impasiblemente olímpico. La serie de reformadores se establece así: Pinciano, Juan de la Enzima, Luzán, Masdeu, Sinibaldo de Mas, González Prada. Esa es la alta composición del verso, Muerta la doctrina de que la armonía era ciencia i la melodía inspiración, sentado que la calidad de Wagner es netamente melódica –pese al odio que Strauss tiene a la melodía; establecido que la armonía no es sino la forma técnica de ordenar los vuelos de la melodía, i proclamado por Camile Mauclair el valor, puro i preciso, de la palabra como expresión musical, el polirritmo gonzalezpradesco es la última forma de la ciencia de hacer versos. Es una violenta i genial sustitución de métodos. Los polirritmos son música, son armonía, son pautas ordenadas bajo el compás de los acentos. Son las alas de Pegaso, sujetas al inflexible yugo luminoso de los dictados de Minerva.

Al Prada prosista, pensador, propagandista, no se le puede juzgar en cuatro líneas; don Ventura ni le percibe, ni se dá cuenta de lo que vale. Dice lo que ya hemos dicho todos. Apenas acierta cuando afirma que está fuera del medio, y esto es viejo.

Yo, que siempre esperé que la justicia llegase par ala grande i olvidada maravilla que haí en la vida i en la obra de Gonzáles Prada; yo, que, como único orgullos de mi vida literaria, he tenido siempre el de mi profunda reverencia para don Manuel en nombre de cuya grandeza i apostolar impolutez romperé “plumas cuando no lanza” yo, agradezco a García Calderón que haya dicho una palabra en el concierto de homenajes que América inicia hacia González Prada. Ya el gobierno del Perú i toda la literatura de América se han unido en la pleitesía que el maestro merece: i todo el que tenga una pluma i un ensueño debe presentarse a reparar los treinta años de intriga, infamia i calumnia que han rodeado esa vida i esa obra incomparables del jefe que hoy, ya viejo, siempre debe consolarse viendo que toda una juventud vuelve hacia él las pupilas filiales i comprensivas.

Pero nunca diga el señor don Ventura, que él ha visto a don Manuel haciendo compungidas carantoñas para encubrir el desborde de imperiosas lágrimas. Yo sé que eso es ridículo i estúpido. Lucidos estaríamos viendo a González Prada haciendo pucheritos. Tamaña hombría, tamaña serenidad, tamaño orgullos, acabando en lágrimas a ante don Ventura García Calderón. Hábrase visto!

Y tampoco diga don Ventura que don Manuel, mayor de setenta años –que no lo es- ya no producirá nada: i no lo diga, si, a renglón seguido, va a improvisar loas a la juventud i lozanía del maestro. Es tan fácil percibir la contradicción i ahorrársela.

Pero don Ventura no se critica, i, por eso, al tratar de Ricardo Palma, dice que trajo el ingenio de Francia i de Anatole France, i, dos párrafos más allá, que representa la gracia española. Piense don Ventura en la posibilidad de semejante contubernio. Además, no es probable que Palma, cuando escribió sus tradiciones, conociéndose a France. Quien también hacía palotes i no era padre ni de “Los pozos de Santa Clara” ni de “La Isla de los Pingüinos” ni de sus otras obras maestras de irmia. Y creo que no se pretenderá decirnos que el ingenio de Palma es precursor i guía del de France.

Y vamos a la generación presente.
No es Francisco García Calderón el primer escritor, no es Riva Agüero el que le sigue. Aquél es un vulgarizado u docente de ideas circulantes; éste es un buscador hábil de gran biblioteca. Ninguno de los dos tiene originalidad, inquietud, don de sugerencia. Ninguno de los dos es dueño de la virtud suprema de un estilo milagroso. Ninguno de los dos es capaz de atumultar ideas y sensaciones en un cerebro fuerte. Ninguno de los dos conduce a la admiración. Se les aprecia.

José Gálvez, Luis Fernán Cisneros, Leonidas Yerovi. Así no se enfila a las gentes, Yerovi es genial, Cisneros encumbrado, y Gálvez una medianía con marca de fábrica. Con la marca de fábrica de un periódico necesitado de servidumbre. Plajió a Villaespessa, a Jiménez, a Darío; escribió epítalamios cortesanos; explotó al pueblo en horas de patriotismo convencional. El mismo García Calderón dice que es un romántico que da vueltas a su noría. Yo no quiero decir cuál es el ser que da vueltas a la noria. ¿Por qué querer galvanizar a ese cadáver que un momento pareció iluminado bajo el mentido reflejo de una flor natural de similar? ¿Porqué involucrarle con Cisneros y Yerovi? García Calderón le lapida y le encumbra. García Calderón no tiene fibra para decir lo que, sin querer, insinúa. ¿Ya vé el señor García Calderón que el champaña del Club Nacional y la justicia literaria son incompatibles? García Calderón no ha leído bien a Ureta, ese gran lírico de verdad, tan sincero como afectado es el señor Gálvez, tan original como el señor Gálvez, es imitador.

Si el señor García Calderón conociera –que mi siquiera les cita- a Renato Morales de Rivera, y a Percy Gibson, sabría quiénes son grandes poetas, honra de la raza.

Y olvida a éstos, para decir a José María de la Jara y Ureta, “gran escritor de silueta agarena”, que es como decir: Emilio Castelár, gran orador que se lavaba con jabón de Reuter. Nada tienen que ver silueta y talento, como nada jabón y verbo tribunicio.

Y olvida a Francisco Mostajo, rebelde, representativo de un pueblo hirviente de ideales truncos; a López Albújar, diazmironiano pleno de efusiones; a Juan Manuel Osorio, cuentero lleno de sutiles requiebros de observación y estilo; a Augusto Aguirre Morales, novelista, poeta en juncalísima prosa constelada de amor, de lucha y de pena; a José Gabriel Cosio, prosador enamorado del viejo verbo castigado y rico de los padres de la lengua; a Luis Valcárcel, polígrafo inquieto y solicitado por mil hondos pensamientos diversos; a Ángel Vega Enríquez, ensayista abundoso y candente como hierro fundido en altos hornos. Y esta es la juventud que en provincias levanta la bandera de algo que no es el modernismo como don Ventura crée, sino anhelo intelectual, desinteresado y sobrio.

Tampoco cita don Ventura a Clorinda Matto de Turner, soberbio espécimen femenino de lucha, de verdad y de calor de espíritu.

Tampoco cita a Federico Elguera, profundo y atico continuador de la genealogía de satíricos que empezó en Caviedes y, hasta hoy, parece concluir –broche de oro- en ese estupendo y holgazán Yerovi.

Tampoco cita a Andrés Avelino Aramburu, literato, periodista, viejo condal y florentísimo que ha dado a nuestros diarios gentiles formas de decir elegante.

Y se olvida de José María Eguren, nebulosa preñada de luces que sólo ciertos telescopios saben descubrir.

Y dedica dos líneas a Enrique Bustamante y Ballivián, poeta insigne, artista sumo, padre de esos “Elogios” donde desfila toda la pintura galante, mística y hereje de muchos siglos; padre de “Arias de Silencio”, ese florilegio que Rodembach inspiró en hora miracula de anunciaciones.

Y llama incipiente a Abraham Valdelomar. Incipiente al que ha escrito “El Caballero Carmelo”, cuento que don Ventura no hará jamás, cuento que es orientación de nuestra literatura de mañana; cuento donde vivimos nuestra vida, la de nuestras costas llenas de sol, de mar y de sencillez; cuento hermosísimo por el calor humano de su verbo y la técnica de su expresión artística.

Y es tan injusto don Ventura, y tan ignorante, que llega a decir que el señor don Julio Alfonso Hernández se inicia. Error, don Ventura; el señor Hernández no se inicia, no sea usted injusto; el señor Hernández ya concluyó.

Y se olvida don Ventura de Florentino Alcorta, ese compósito del alma aristosa de Rochefort, del verbo sombrío de Drumont, del empuje bilioso y perverso de Bonafoux, - de Alcorta, ese panfletario digno de inmortalizarse en letrillas.

Y en cambio nos endiosa a don Antonio G. Garland mi estimable conocido; pero en quien no veo mayores excelencias literarias. A pelo a la maligna veracidad del mismo Alcorta.

Y si lo que quiso don Ventura fue elogiar a un joven, ¿qué le impidió cita a Félix del Valle, muchacho calavera por mil conceptos superior al señor Garland.

Señor don Ventura García Calderón Rey.

Usted no conoce nuestra literatura; usted ha copiado de todo el mundo; usted va de equivocación en equivocación; usted no sabe nada del Perú; usted no posee ni originalidad ni estilo; usted no tiene sino el bastardo matiz parisino; usted no debe desprestigiarnos ante el extranjero. Yo le ruego que haga usted desnudas y dolorosas … vacíedades y que, frívolamente, se entienda con libros franceses. Y déjenos tranquilos, que ya nosotros solos daremos honra a nuestra pobre patria que únicamente cuenta con nuestra humildad de combatientes bien intencionados.

Nunca elogie usted a Sassone, ese empresario de la pornografía.
Nunca diga usted que don Manuel no deja discípulos.
Nunca dé usted sólo dos renglones a tan grandes poetas como José E. Lora y Lora.
Nunca se olvida usted de lo que tiene obligación de recordar.
Nunca diga usted que los escritores acabaremos en diputados.
Nosotros, señor, no queremos diputaciones. Nos contentamos con que nos hagan cancilleres de un buen consulado en Europa. Parece que esto da derecho a ser necio, y nosotros, apenas, queremos tener derecho a ser justos y a luchar lealmente. Que aquí, ni esto nos otorgan.

Y en el artículo, - aún no sé si próximo o remoto- le diré a usted quiénes son los que se inician.



(*) Sin quererlo y por exigencias tipográficas, he de dejar para el próximo número, las notas de ese artículo. –F.M.

(1) Morales conoció, cuando América casi no lo sospechaba, a ese formidable Herrera Reissig que hoy nos asombra. Me ha sido concedida la fortuna de leer las cartas que entonces cambiaron los dos poetas. Y los herederos de Renato guardián aún originales de Reissig con versos que “Los Peregrinos de Piedra” no incluyen.

(2) Estos datos, los conozco, por que el maestro mismo tuvo un día la dignación de proporcionármelos.