Enrique Cuentas Ormachea
En un ensayo sobre el mestizaje, José María Arguedas decía “Las manifestaciones del folklore en el Perú constituyen formas complejas de lo mestizo indoespañol. La penetración de lo europeo a través de la imposición cultural española alcanzó casi toda el área de la antigua cultura nativa y se mezcló con ella de manera profunda”, agregando: “Sin embargo, existe en el Perú una zona cultural india, otra mestiza y otra que se va asimilando por entero a la cultura occidental”.
En el departamento de Puno, en la Meseta del Collao, coexisten manifestaciones culturales que coinciden con lo afirmado. Hay expresiones predominantemente nativas, otras con acentuado carácter mestizo y otras con notoria influencia occidental. Estas variadas formas se advierten en los aspectos dancístico y musical.
Así: el Choqela y el Ayarachi son expresiones autóctonas de danza y música ritual aymara y quechua; las de Carnaval de comunidades rurales tienen carácter mestizo y las de trajes de luces acusan influencia occidental. Entre estas últimas nos referiremos a La Diablada, anteriormente conocida como Danza de los diablos, una de cuyas expresiones es la Diablada Puneña.
La Diablada Puneña es una de las danzas que se interpreta durante la festividad de la Virgen de la Candelaria de Puno. Destaca por el colorido y riqueza de los trajes y su variada coreografía, Cuando se presentó en los Teatros Municipal y Manuel Asencio Segura, de Lima concitó expresiones admirativas del público y los críticos de arte. José María Arguedas comentó: “El público deliró con esta danza en que las luces y colores de los trajes, la multiplicidad de los símbolos, la coreografía y la música se conjugaron en un juego penetrante que nos cautivó.
Lo expuesto ha determinado que dediquemos este trabajo al estudio de la danza. Abordaremos, refiriéndonos al origen y antigüedad; ámbito en que se presenta; época de presentación; características y significado; personajes; leyendas. Estableceremos las diferencias y semejanzas de la Diablada de Oruro con la de Puno, su desenvolvimiento coreográfico y la música.
Los cronistas hacen referencia a la creencia que tenían los antiguos pobladores del Perú en la existencia del demonio, al que identificaban con un espíritu maléfico cuya residencia se ubicaba en un antro bajo tierra. Garcilaso de la Vega, en el capítulo VII del Libro Segundo de “Comentarios Reales de los Incas” dice “Dividían el Universo” en tres mundos; llaman al cielo Hanan Pacha que quiere decir mundo alto; donde decían que iban los buenos a ser premiados de sus virtudes; llamaban Urin Pacha a este mundo de la degeneración y corrupción, que quiere decir mundo bajo; llamaban Ucu Pacha al centro de la tierra, que quiere decir mundo inferior de allá abajo, donde decían que iban a parar los malos, y para declararlo más le daban otro nombre que es Zupaipa Huacin que quiere decir Casa del Demonio. Este concepto, evidentemente novedoso, lo acoge Luis E. Valcárcel como una “concepción filosófico-religiosa” de los antiguos peruanos y, al ocuparse de la religión y la magia en el antiguo Perú, hace referencia a la religión oficial, que concentraba su atención en el Hanan Pacha observando los movimientos del sol, la posición de las estrellas, el fulgor del rayo o los colores del arco iris; y la religión popular que se desenvolvía en este mundo, en el Kay Pacha; “en la tierra próvida y densa, expandíase en todas direcciones, poblando el espacio de numerosos espíritus”. “Nada escapaba al control de los espíritus, no podían ser burlados, Cada espíritu tenía su domicilio: en las montañas, en las fuentes, en los lagos, en los bosques, en las oquedades de la tierra, en los roquedales, en los desiertos, en el páramo. Eran espíritus benévolos unos, malignos otros, temibles todos”.
Otros cronistas y lingüistas también hicieron referencia al concepto de los antiguos peruanos sobre los espíritus del bien y del mal, aunque con “criterio encasillado en el dogma católico, que los hacía confundir con frecuencia la naturaleza de los dioses del Panteón indígena a los que denominaban de una manera genérica como demonios o diablos”.
Ludovico Bertonio, en su “Vocabulario de la Lengua Aymara”, consigna el térmico “supaya = demonio” parecido al vocablo quechua Supay con que se denominaba al demonio o diablo.
El Padre Martín Murúa manifiesta en; Historia del origen y geneolagía real de los Reyes Incas del Perú”: “Que donde primero apareció el demonio en este Reino del Perú fue en Surco, pueblo de la comarca de Lima de donde fue discurriendo por toda la tierra y alude a que en aquel distrito le llamaron Pacha Camac…. Y en el Cuzco le llamaban Chancho Chaba y en el distrito del Collao se llamaba Anti Viracocha”.
Antonio de Ulloa en “Noticias Americanas” hace referencia a los “mochaderos” hace referencia a los “mochaderos” o parajes situados en lo alto de los cerros donde concurren a idolatrar, llamando para eso al diablo.
Pedro Cieza de León citado por Garcilaso de la Vega, en el Cap. 72 de “Crónica del Perú” dice refiriéndose al dios Pacha Camac: “El nombre de este demonio quería decir hacedor del mundo, porque Cama quiere decir hacedor y Pacha, mundo…” y comenta Garcilaso que “por ser español no sabía la lengua tan bien como yo que soy indio inca”. Y continúa “Teniendo este nombre en tan gran veneración que no osaban tomarle en la boca y, cuando les era forzoso tomarlo, era haciendo afectos y muestras de mucho acatamiento…Tuvieron al Pachacamac en mayor veneración interior que al Sol, que, como he dicho, no osaban tomar su nombre en la boca… Esta verdad que voy diciendo que los indios rastrearon con este nombre y se lo dieron al verdadero Dios nuestro, la testificó el demonio, mal que le pasó, aunque en su favor como padre de mentiras, diciendo verdad disfrazada con mentira o mentira disfrazada con verdad”.Prosigue: “I el Rev. Padre Fray Jerónimo Román en “La República de las Indias Occidentales”, libro I, capítulo V, dice lo mismo, hablando ambos (Cieza y el P. Román) deste mismo Pachacamac, aunque por no saber la propia significación del vocablo se lo atribuyeron al demonio. El cual en decir que el Dios de los cristianos y el Pachacamac era todo uno, dijo verdad porque la intención de aquellos indios fue dar este nombre al Sumo Dios, que da vida y ser al Universo, como lo significa el mismo nombre. I al decir que era el Pachacamac mintió, porque la intención de los indios nunca fue dar este nombre al demonio, que no le llamaron sino Zupay, que quiere decir diablo, y para nombrarle escupían primero en señal de maldición y abominación, y al Pachacamac nombraron con la adoración y demostraciones que hemos dicho. Empero como este enemigo tenía tanto poder entre aquellos infieles hacíase Dios, entrándose en todo aquello que los indios veneraban y acataban por cosa sagrada…. Y por este engaño adoraban aquellas cosas en que el demonio les hablaba, pensando que era la deidad que ellos imaginaban, que si entendieran que era el demonio las quemaran entonces como ahora lo hacen, por la misericordia del Señor, que quiso comunicárseles”.
Recapitula Gracilazo que esta confusión se produce por el desconocimiento del verdadero significado de los vocablos aborígenes por los españoles, que abominaban los ídolos y prácticas de los indios como cosas del demonio. Concluye “Este es el nombre Pachacamac que los historiadores españoles tanto abominan por no entender la significación del vocablo”. “Pero si a mí, que soy indio cristiano católico por la infinita misericordia, me preguntasen ahora ¿cómo se llama Dios en tu lengua? contestaría “Pachacamac”, porque en aquel general lenguaje del Perú no hay otro nombre para nombrar a Dios sino éste, y todos los demás que los historiadores dicen son generalmente impropios, porque o no son del lenguaje o son corruptos con el lenguaje de algunas provincias particulares o nuevamente compuestas por los españoles…”
Waman Poma de Ayala también hace referencia al diablo en “Nueva Coronica y buen gobierno”. “dicen que decían que había otro señor muy grande más que ellos eran diablos y así decían Zupay que por tal conocían por “Supay” y anci de ellos sauian todo lo que pasaba en Chile en Quito de preguntar a estos supayconas, tenían oficio de hechiceros pontífices llamados Cuntiuiza Huallauiza” y hace la referencia a una maldición que “echauan entre ellos” al decir “Supay apasunki” que quiere decir “que el diablo te lleve”.
Pero frente a este criterio del diablo como espíritu maligno que se dice tenían los antiguos peruanos, se erigen otros que no siempre coinciden. El Jesuita Anónimo, citado por Luis E. Valcárcel en su “Historia del Perú Antiguo”, ofrece una versión propia que apoya en el testimonio de Juan de Oliva (en sus Anales), de Polo de Ondegardo (en su Averiguación), de Fray Melchor Hernández (en sus Anotaciones), en los quipus de Yute Inga y en la “común tradición”. Dice que el Creador del Mundo es Illa Tece Wiracocha cuyo nombre significa Luz Eterna y que los criados invisibles de Illa Tecce Wiracocha eran: a) los Huaminca, soldados, ángeles buenos. Hayhuay panti, hermosos y resplandecientes; b) los supay, adversarios malignos, prevaricadores, traidores a los cuales nunca se adoró. Posteriormente dice, en contradicción con Fray Domingo de Santo Tomás, que el Supay o diablo nunca fue adorado. Invoca en su apoyo a Juan de Oliva, al P. Román en su “República Indiana”, a Fray Melchor Hernández en sus anotaciones verbo Huaminca y a sus informantes indios, los Incas Francisco Yute y Juan Guallpa, al cacique de Huarochirí don Sebastián y a Don Diego Roca Inga.
Fray domingo de Santo Tomás al ocuparse del Proceso Evangelizador dice: “Supay = espíritu bueno o malo que después quedó como malo”. Finalmente, con Dyviols podemos concluir que “los españoles trajeron en sus naves a su propio demonio” y entre los espíritus malignos del panteón incaico consagraron al Supay como demonio. Dice luego: “Claro está que la elección fue completamente arbitraria si se da crédito a la definición más antigua de Zupay, la que ofrece Fray Domingo de Santo Tomás en su “Lexicón” (1560); ángel bueno o malo, demonio o trasgo de casa. Lo importante y significativo es que Zupay no era exclusivamente un espíritu maligno. Llega a serlo cuando la palabra pasa al mundo ideológico de los evangelizadores”. El mismo lexicógrafo demuestra que, es esa época, el mestizaje cultural y lingüístico de la palabra estaba bien avanzado cuando asigna el “zupaypaguacín” el equivalente de infierno un neologismo sin duda, pues el término significa literalmente: “Casa del Zupay”, comentando lo anterior dice Manuel Marza; Se debe distinguir entre el demonio como “hecho teológico” y como “hecho ideológico”, el primero era parte de la doctrina católica y los misioneros tenían que introducir un neologismo (como hicieron con el término Dios) o buscar un término similar en la cultura andina, que fue la alternativa elegida, para la cual debieron forzar los datos del mundo indígena, sí hemos de creer a Duviols; el segundo, como “hecho ideológico” era parte importante de la cultura española del siglo XVI, hasta tal punto que el mismo Duviols afirma que “la demonología fue la ciencia teológica más generalizada entre los conquistadores y colonizadores del Perú, pues, un soldado autodidacta como Cieza de León sabe y dice de ella casi lo mismo que un estudioso y especialista como Acosta”. Prosigue “En la cultura española el demonio sirvió para explicar muchas cosas; la semejanza entre el cristianismo y las religiones americanas era una parodia diabólica y el demonio hablaba en los oráculos indígenas y era causa de la sodomía, de la antropofagia ritual y los sacrificios humanos. Y, en general, todo lo malo o inexplicable era atribuido al demonio. Esta dimensión ideológica pasó también en el proceso de transculturación indígena, como pasaron otros elementos ideológicos…”.
De lo expuesto podemos colegir que la confusión de conceptos respecto a los espíritus del bien y del mal se originó en el criterio dogmático de los cronistas españoles quienes, por procesos de sincretismo y reinterpretación, cambiaron los significados originales que los antiguos peruanos utilizaron para diferenciar a los espíritus que los rodeaban. Entre estos se hallaban los “Zupay”, “Haupuñuñu”, “Biscocho”, “Humapuricuc” y algunos más a quienes se identificó con el demonio o diablo. En este proceso la Iglesia Católica trajo a América el concepto del demonio y su representación gráfica, identificándola con la del dios Pan, cuya característica principal fue la sensualidad.
Con ingenioso fanatismo, el adoctrinador sustituyó los ídolos antiguos reemplazándolos por el diablo al que puso los nombres de “supay” y “Sajra” y logró que los aborígenes admitieran parcialmente este criterio asimilándolo al concepto “Arun-Meqala” que, en idioma nativo, designa al “dios de las tinieblas”, al que por oposición corresponde el “Pacha Tata” o “dios de las alturas”. El idioma aymara contiene vocablos que designan las diversas formas del espíritu del mal. Además del “Supay” existen: el “Auqa”; el “Anchancho” espíritu maligno que habita en las minas; el “Tiluya” a quién se considera propietario de los metales preciosos; el “Supaya apa” espíritu que presenta similitudes con el “Judío errante” y los espíritus sensuales; el “Supay-loqalla” correspondiente al varón y la “Niña –wichinca” correspondiente a la mujer, así como el “Auqa-gallo” que es el fruto de las relaciones entre los mencionados espíritus diabólicos”.
Yolanda Pedregal señala que, en la actualidad, en oposición a la deidad benéfica de los lugares desolados, que llaman “Huasa Mallcu” se encuentra el “Supaya” o demonio que tiene como servidores al “Anchancho”, las “Meqalas” y los “Japiñunus”. El Anchancho” es un enano desleal y pérfido vestido con traje recamado en oro y plata; con zalamerías atrae a sus víctimas a quienes lanza a la enfermedad y la muerte. Las “Meqalas” son brujas ladronas de sementeras. Ellas también chupan la sangre de los corderos; además sorben el seso de los niños, a los que guardan en los innumerables bolsillos de sus rojas túnicas. Los “Japiñunus” son seres maléficos, cuyos senos están repletos de miel envenenada. Quién sucumbe a su seducción y succiona el fruto de estos pechos termina en la idiotez o la locura. Todas las denominaciones corresponden a espíritus existentes en las culturas del altiplano del Collao.
Para comprender mejor el proceso de aculturación del “Supay” prehispánico con el concepto del “Diablo” occidental, recurrimos a J.E. Fortún quien cita a Rigoberto Paredes, en una adaptación de Guillermo Francovich: “A ese genio maléfico llamaron antiguamente “Huahuari” que equivale a fantasma malo, y después “supaya” que es el nombre con que actualmente se le conoce… Mas el indio llegó a sufrir una violenta perturbación en el criterio que secularmente había mantenido respecto de sus dogmas cuando los misioneros cristianos señalaban como supayas a sus mismos ídolos y como sus intermediarios a los propios sacerdotes o “Huillcas”, su confusión aumento cuando de los nuevos dioses y de sus adoradores no recibían sino sufrimientos. Poco a poco, a medida que eran víctimas de la crueldad de españoles y mestizos y con la prédica insistente de misioneros y sacerdotes, quienes acusaban de diabólico a su antiguo culto, el Supaya fue haciéndose simpático en su sencillo espíritu y comenzó a fijarse de él. En vano se amenazaba a los indios con las penas del infierno; en vano se pintaba cuadros espeluznantes que las ponían de manifiesto: continuó la duda turbando su mente. El “supaya” fue creciendo en su imaginación y ocupando el lugar de sus antiguas divinidades. De ahí que el indio le tema, pero no le repulse, y cuantas veces puede invocar sus favores, lo hace sin escrúpulos. Busca a las “chamacanis” porque supone que están en relación con aquél y les paga cualquier cosa para que al “supaya” lo hagan propicio a sus deseos”.
Como concluye Fortún, el criterio respecto al cual el diablo ocupó el lugar de las antiguas deidades indígenas, es erróneo, pues el culto a los “Achachilas”, “Auquis” y la “Pachamama” supervive en todas las comunidades del Ande.
En un ensayo sobre el mestizaje, José María Arguedas decía “Las manifestaciones del folklore en el Perú constituyen formas complejas de lo mestizo indoespañol. La penetración de lo europeo a través de la imposición cultural española alcanzó casi toda el área de la antigua cultura nativa y se mezcló con ella de manera profunda”, agregando: “Sin embargo, existe en el Perú una zona cultural india, otra mestiza y otra que se va asimilando por entero a la cultura occidental”.
En el departamento de Puno, en la Meseta del Collao, coexisten manifestaciones culturales que coinciden con lo afirmado. Hay expresiones predominantemente nativas, otras con acentuado carácter mestizo y otras con notoria influencia occidental. Estas variadas formas se advierten en los aspectos dancístico y musical.
Así: el Choqela y el Ayarachi son expresiones autóctonas de danza y música ritual aymara y quechua; las de Carnaval de comunidades rurales tienen carácter mestizo y las de trajes de luces acusan influencia occidental. Entre estas últimas nos referiremos a La Diablada, anteriormente conocida como Danza de los diablos, una de cuyas expresiones es la Diablada Puneña.
La Diablada Puneña es una de las danzas que se interpreta durante la festividad de la Virgen de la Candelaria de Puno. Destaca por el colorido y riqueza de los trajes y su variada coreografía, Cuando se presentó en los Teatros Municipal y Manuel Asencio Segura, de Lima concitó expresiones admirativas del público y los críticos de arte. José María Arguedas comentó: “El público deliró con esta danza en que las luces y colores de los trajes, la multiplicidad de los símbolos, la coreografía y la música se conjugaron en un juego penetrante que nos cautivó.
Lo expuesto ha determinado que dediquemos este trabajo al estudio de la danza. Abordaremos, refiriéndonos al origen y antigüedad; ámbito en que se presenta; época de presentación; características y significado; personajes; leyendas. Estableceremos las diferencias y semejanzas de la Diablada de Oruro con la de Puno, su desenvolvimiento coreográfico y la música.
Los cronistas hacen referencia a la creencia que tenían los antiguos pobladores del Perú en la existencia del demonio, al que identificaban con un espíritu maléfico cuya residencia se ubicaba en un antro bajo tierra. Garcilaso de la Vega, en el capítulo VII del Libro Segundo de “Comentarios Reales de los Incas” dice “Dividían el Universo” en tres mundos; llaman al cielo Hanan Pacha que quiere decir mundo alto; donde decían que iban los buenos a ser premiados de sus virtudes; llamaban Urin Pacha a este mundo de la degeneración y corrupción, que quiere decir mundo bajo; llamaban Ucu Pacha al centro de la tierra, que quiere decir mundo inferior de allá abajo, donde decían que iban a parar los malos, y para declararlo más le daban otro nombre que es Zupaipa Huacin que quiere decir Casa del Demonio. Este concepto, evidentemente novedoso, lo acoge Luis E. Valcárcel como una “concepción filosófico-religiosa” de los antiguos peruanos y, al ocuparse de la religión y la magia en el antiguo Perú, hace referencia a la religión oficial, que concentraba su atención en el Hanan Pacha observando los movimientos del sol, la posición de las estrellas, el fulgor del rayo o los colores del arco iris; y la religión popular que se desenvolvía en este mundo, en el Kay Pacha; “en la tierra próvida y densa, expandíase en todas direcciones, poblando el espacio de numerosos espíritus”. “Nada escapaba al control de los espíritus, no podían ser burlados, Cada espíritu tenía su domicilio: en las montañas, en las fuentes, en los lagos, en los bosques, en las oquedades de la tierra, en los roquedales, en los desiertos, en el páramo. Eran espíritus benévolos unos, malignos otros, temibles todos”.
Otros cronistas y lingüistas también hicieron referencia al concepto de los antiguos peruanos sobre los espíritus del bien y del mal, aunque con “criterio encasillado en el dogma católico, que los hacía confundir con frecuencia la naturaleza de los dioses del Panteón indígena a los que denominaban de una manera genérica como demonios o diablos”.
Ludovico Bertonio, en su “Vocabulario de la Lengua Aymara”, consigna el térmico “supaya = demonio” parecido al vocablo quechua Supay con que se denominaba al demonio o diablo.
El Padre Martín Murúa manifiesta en; Historia del origen y geneolagía real de los Reyes Incas del Perú”: “Que donde primero apareció el demonio en este Reino del Perú fue en Surco, pueblo de la comarca de Lima de donde fue discurriendo por toda la tierra y alude a que en aquel distrito le llamaron Pacha Camac…. Y en el Cuzco le llamaban Chancho Chaba y en el distrito del Collao se llamaba Anti Viracocha”.
Antonio de Ulloa en “Noticias Americanas” hace referencia a los “mochaderos” hace referencia a los “mochaderos” o parajes situados en lo alto de los cerros donde concurren a idolatrar, llamando para eso al diablo.
Pedro Cieza de León citado por Garcilaso de la Vega, en el Cap. 72 de “Crónica del Perú” dice refiriéndose al dios Pacha Camac: “El nombre de este demonio quería decir hacedor del mundo, porque Cama quiere decir hacedor y Pacha, mundo…” y comenta Garcilaso que “por ser español no sabía la lengua tan bien como yo que soy indio inca”. Y continúa “Teniendo este nombre en tan gran veneración que no osaban tomarle en la boca y, cuando les era forzoso tomarlo, era haciendo afectos y muestras de mucho acatamiento…Tuvieron al Pachacamac en mayor veneración interior que al Sol, que, como he dicho, no osaban tomar su nombre en la boca… Esta verdad que voy diciendo que los indios rastrearon con este nombre y se lo dieron al verdadero Dios nuestro, la testificó el demonio, mal que le pasó, aunque en su favor como padre de mentiras, diciendo verdad disfrazada con mentira o mentira disfrazada con verdad”.Prosigue: “I el Rev. Padre Fray Jerónimo Román en “La República de las Indias Occidentales”, libro I, capítulo V, dice lo mismo, hablando ambos (Cieza y el P. Román) deste mismo Pachacamac, aunque por no saber la propia significación del vocablo se lo atribuyeron al demonio. El cual en decir que el Dios de los cristianos y el Pachacamac era todo uno, dijo verdad porque la intención de aquellos indios fue dar este nombre al Sumo Dios, que da vida y ser al Universo, como lo significa el mismo nombre. I al decir que era el Pachacamac mintió, porque la intención de los indios nunca fue dar este nombre al demonio, que no le llamaron sino Zupay, que quiere decir diablo, y para nombrarle escupían primero en señal de maldición y abominación, y al Pachacamac nombraron con la adoración y demostraciones que hemos dicho. Empero como este enemigo tenía tanto poder entre aquellos infieles hacíase Dios, entrándose en todo aquello que los indios veneraban y acataban por cosa sagrada…. Y por este engaño adoraban aquellas cosas en que el demonio les hablaba, pensando que era la deidad que ellos imaginaban, que si entendieran que era el demonio las quemaran entonces como ahora lo hacen, por la misericordia del Señor, que quiso comunicárseles”.
Recapitula Gracilazo que esta confusión se produce por el desconocimiento del verdadero significado de los vocablos aborígenes por los españoles, que abominaban los ídolos y prácticas de los indios como cosas del demonio. Concluye “Este es el nombre Pachacamac que los historiadores españoles tanto abominan por no entender la significación del vocablo”. “Pero si a mí, que soy indio cristiano católico por la infinita misericordia, me preguntasen ahora ¿cómo se llama Dios en tu lengua? contestaría “Pachacamac”, porque en aquel general lenguaje del Perú no hay otro nombre para nombrar a Dios sino éste, y todos los demás que los historiadores dicen son generalmente impropios, porque o no son del lenguaje o son corruptos con el lenguaje de algunas provincias particulares o nuevamente compuestas por los españoles…”
Waman Poma de Ayala también hace referencia al diablo en “Nueva Coronica y buen gobierno”. “dicen que decían que había otro señor muy grande más que ellos eran diablos y así decían Zupay que por tal conocían por “Supay” y anci de ellos sauian todo lo que pasaba en Chile en Quito de preguntar a estos supayconas, tenían oficio de hechiceros pontífices llamados Cuntiuiza Huallauiza” y hace la referencia a una maldición que “echauan entre ellos” al decir “Supay apasunki” que quiere decir “que el diablo te lleve”.
Pero frente a este criterio del diablo como espíritu maligno que se dice tenían los antiguos peruanos, se erigen otros que no siempre coinciden. El Jesuita Anónimo, citado por Luis E. Valcárcel en su “Historia del Perú Antiguo”, ofrece una versión propia que apoya en el testimonio de Juan de Oliva (en sus Anales), de Polo de Ondegardo (en su Averiguación), de Fray Melchor Hernández (en sus Anotaciones), en los quipus de Yute Inga y en la “común tradición”. Dice que el Creador del Mundo es Illa Tece Wiracocha cuyo nombre significa Luz Eterna y que los criados invisibles de Illa Tecce Wiracocha eran: a) los Huaminca, soldados, ángeles buenos. Hayhuay panti, hermosos y resplandecientes; b) los supay, adversarios malignos, prevaricadores, traidores a los cuales nunca se adoró. Posteriormente dice, en contradicción con Fray Domingo de Santo Tomás, que el Supay o diablo nunca fue adorado. Invoca en su apoyo a Juan de Oliva, al P. Román en su “República Indiana”, a Fray Melchor Hernández en sus anotaciones verbo Huaminca y a sus informantes indios, los Incas Francisco Yute y Juan Guallpa, al cacique de Huarochirí don Sebastián y a Don Diego Roca Inga.
Fray domingo de Santo Tomás al ocuparse del Proceso Evangelizador dice: “Supay = espíritu bueno o malo que después quedó como malo”. Finalmente, con Dyviols podemos concluir que “los españoles trajeron en sus naves a su propio demonio” y entre los espíritus malignos del panteón incaico consagraron al Supay como demonio. Dice luego: “Claro está que la elección fue completamente arbitraria si se da crédito a la definición más antigua de Zupay, la que ofrece Fray Domingo de Santo Tomás en su “Lexicón” (1560); ángel bueno o malo, demonio o trasgo de casa. Lo importante y significativo es que Zupay no era exclusivamente un espíritu maligno. Llega a serlo cuando la palabra pasa al mundo ideológico de los evangelizadores”. El mismo lexicógrafo demuestra que, es esa época, el mestizaje cultural y lingüístico de la palabra estaba bien avanzado cuando asigna el “zupaypaguacín” el equivalente de infierno un neologismo sin duda, pues el término significa literalmente: “Casa del Zupay”, comentando lo anterior dice Manuel Marza; Se debe distinguir entre el demonio como “hecho teológico” y como “hecho ideológico”, el primero era parte de la doctrina católica y los misioneros tenían que introducir un neologismo (como hicieron con el término Dios) o buscar un término similar en la cultura andina, que fue la alternativa elegida, para la cual debieron forzar los datos del mundo indígena, sí hemos de creer a Duviols; el segundo, como “hecho ideológico” era parte importante de la cultura española del siglo XVI, hasta tal punto que el mismo Duviols afirma que “la demonología fue la ciencia teológica más generalizada entre los conquistadores y colonizadores del Perú, pues, un soldado autodidacta como Cieza de León sabe y dice de ella casi lo mismo que un estudioso y especialista como Acosta”. Prosigue “En la cultura española el demonio sirvió para explicar muchas cosas; la semejanza entre el cristianismo y las religiones americanas era una parodia diabólica y el demonio hablaba en los oráculos indígenas y era causa de la sodomía, de la antropofagia ritual y los sacrificios humanos. Y, en general, todo lo malo o inexplicable era atribuido al demonio. Esta dimensión ideológica pasó también en el proceso de transculturación indígena, como pasaron otros elementos ideológicos…”.
De lo expuesto podemos colegir que la confusión de conceptos respecto a los espíritus del bien y del mal se originó en el criterio dogmático de los cronistas españoles quienes, por procesos de sincretismo y reinterpretación, cambiaron los significados originales que los antiguos peruanos utilizaron para diferenciar a los espíritus que los rodeaban. Entre estos se hallaban los “Zupay”, “Haupuñuñu”, “Biscocho”, “Humapuricuc” y algunos más a quienes se identificó con el demonio o diablo. En este proceso la Iglesia Católica trajo a América el concepto del demonio y su representación gráfica, identificándola con la del dios Pan, cuya característica principal fue la sensualidad.
Con ingenioso fanatismo, el adoctrinador sustituyó los ídolos antiguos reemplazándolos por el diablo al que puso los nombres de “supay” y “Sajra” y logró que los aborígenes admitieran parcialmente este criterio asimilándolo al concepto “Arun-Meqala” que, en idioma nativo, designa al “dios de las tinieblas”, al que por oposición corresponde el “Pacha Tata” o “dios de las alturas”. El idioma aymara contiene vocablos que designan las diversas formas del espíritu del mal. Además del “Supay” existen: el “Auqa”; el “Anchancho” espíritu maligno que habita en las minas; el “Tiluya” a quién se considera propietario de los metales preciosos; el “Supaya apa” espíritu que presenta similitudes con el “Judío errante” y los espíritus sensuales; el “Supay-loqalla” correspondiente al varón y la “Niña –wichinca” correspondiente a la mujer, así como el “Auqa-gallo” que es el fruto de las relaciones entre los mencionados espíritus diabólicos”.
Yolanda Pedregal señala que, en la actualidad, en oposición a la deidad benéfica de los lugares desolados, que llaman “Huasa Mallcu” se encuentra el “Supaya” o demonio que tiene como servidores al “Anchancho”, las “Meqalas” y los “Japiñunus”. El Anchancho” es un enano desleal y pérfido vestido con traje recamado en oro y plata; con zalamerías atrae a sus víctimas a quienes lanza a la enfermedad y la muerte. Las “Meqalas” son brujas ladronas de sementeras. Ellas también chupan la sangre de los corderos; además sorben el seso de los niños, a los que guardan en los innumerables bolsillos de sus rojas túnicas. Los “Japiñunus” son seres maléficos, cuyos senos están repletos de miel envenenada. Quién sucumbe a su seducción y succiona el fruto de estos pechos termina en la idiotez o la locura. Todas las denominaciones corresponden a espíritus existentes en las culturas del altiplano del Collao.
Para comprender mejor el proceso de aculturación del “Supay” prehispánico con el concepto del “Diablo” occidental, recurrimos a J.E. Fortún quien cita a Rigoberto Paredes, en una adaptación de Guillermo Francovich: “A ese genio maléfico llamaron antiguamente “Huahuari” que equivale a fantasma malo, y después “supaya” que es el nombre con que actualmente se le conoce… Mas el indio llegó a sufrir una violenta perturbación en el criterio que secularmente había mantenido respecto de sus dogmas cuando los misioneros cristianos señalaban como supayas a sus mismos ídolos y como sus intermediarios a los propios sacerdotes o “Huillcas”, su confusión aumento cuando de los nuevos dioses y de sus adoradores no recibían sino sufrimientos. Poco a poco, a medida que eran víctimas de la crueldad de españoles y mestizos y con la prédica insistente de misioneros y sacerdotes, quienes acusaban de diabólico a su antiguo culto, el Supaya fue haciéndose simpático en su sencillo espíritu y comenzó a fijarse de él. En vano se amenazaba a los indios con las penas del infierno; en vano se pintaba cuadros espeluznantes que las ponían de manifiesto: continuó la duda turbando su mente. El “supaya” fue creciendo en su imaginación y ocupando el lugar de sus antiguas divinidades. De ahí que el indio le tema, pero no le repulse, y cuantas veces puede invocar sus favores, lo hace sin escrúpulos. Busca a las “chamacanis” porque supone que están en relación con aquél y les paga cualquier cosa para que al “supaya” lo hagan propicio a sus deseos”.
Como concluye Fortún, el criterio respecto al cual el diablo ocupó el lugar de las antiguas deidades indígenas, es erróneo, pues el culto a los “Achachilas”, “Auquis” y la “Pachamama” supervive en todas las comunidades del Ande.
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