miércoles, 20 de enero de 2010

De escuela rural a grupo intelectual/ La formación del grupo Orkopata


Escribe: Osmar Gonzales


Agradecimiento: El presente artículo fue cedido para el blog por el destacado poeta y narrador Omar Araayo, bajo consentimiento del autor, por lo que agradecemos esta colaboración que nos permite conocer acerca de este importante proceso histórico.



En setiembre de 1926 apareció en Puno el primer número del Boletín Titikaka, bajo el liderazgo de Gamaliel Churata, seudónimo de Arturo Peralta.(1) Publicación de vanguardia conformada por un grupo de escritores que se habían conocido desde pequeños, específicamente desde la experiencia educativa que José Antonio Encinas puso en movimiento durante los años 1907-1911 en el Centro Escolar de Varones No. 881. Encinas fue un prominente educador perteneciente a la generación del 900, pues nació en 1886, coetáneo de Víctor Andrés Belaúnde (1883), Francisco García Calderón (1883), José Gálvez (1885), José de la Riva Agüero (1885), Ventura García Calderón (1886), Felipe Barreda y Laos (1888), Pedro Zulen (1889), entre otros.

Encinas ejerció su labor pedagógica sobre los niños que conformarían parte de la futura generación del Centenario de la Independencia o de 1921, a la que pertenecieron Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre o César Vallejo.

Encinas nació el 30 de mayo de 1886 en Puno. Estudió primaria en la escuela municipal de José María Miranda (primaria) y secundaria en el Colegio Nacional de San Carlos, el único de este nivel que existía en la mencionada ciudad. Luego, hacia 1904, se traslada a Lima y estudia en la Escuela Normal de Varones, en donde se titula como normalista en 1906.(2) En ese momento regresa a su Puno natal para hacerse cargo del Centro Escolar 881 a partir de 1907, luego de superar ciertos reparos que se obstinaba en poner a su nombramiento el prefecto Manuel Eleuterio Ponce; resistencias que Encinas entiende por el carácter caudillista y tradicional de Puno, pues era simple venganza a la oposición que había ejercido en contra del Partido Civil y su candidato a la presidencia de la República, José Pardo (al final victorioso). Sólo la persistencia de Encinas logró que se cumpliera la disposición de ejercer la docencia en el ahora ya legendario Centro Escolar. (3)

El Centro Escolar 881 estaba “enclavado en una región donde el caciquismo político había alcanzado el máximo de su poderío”, afirma el maestro. Esta afirmación se torna más dura si consideramos que la realidad política peruana era, hacia la época que escribía Encinas, un mosaico en donde la autoridad de un Estado central era sólo una quimera, y el territorio una distribución de poderes locales que no solo disponían de tierras y hombres al interior de los límites de sus propiedades, sino que incluso podían hacer representar sus intereses particulares en el Parlamento, conllevando todo el paquete de privilegios que ello supone. A esta forma de organización política Víctor Andrés Belaunde lo llamó “caciquismo parlamentario”. En otras palabras, Puno era, como lo describe Encinas, la expresión más grave de una situación política extrema; y ahí debió realizar su labor pedagógica. El Centro Escolar 881 no era, pues, una prioridad para las autoridades locales, y Encinas tuvo que buscar la manera de desempeñar sus labores superando las incomodidades de un lugar inapropiado, con muchas carencias, oscuro y que no estimulaba el aprendizaje. Por ello, para contrarrestar estas dificultades, y dentro de lo que a la postre fue un elemento característico de su propuesta educativa, Encinas se empeñó en comunicar a sus alumnos con la naturaleza y el aire libre.

La renovación de la enseñanza que capitaneó Encinas abrevaba de dos influencias básicas: el indigenismo y el positivismo, y de lecturas que realizó de Pestalozzi, Rousseau y Froebel.(4) De manera resumida, que luego ampliaré, puedo señalar que Encinas concebía a la educación (a la que denominaba en su proyecto renovador Escuela Social, Nueva o Activa) como el motor del desarrollo; la nueva enseñanza de Encinas buscaba incorporar al indio a la sociedad, proveerle las herramientas necesarias para que labre su futuro y pueda mejorar las condiciones del entorno social y económico.

Los pilares de la nueva educación

Encinas buscó cimentar las bases de una escuela laica, democrática, utilitaria y libre, en la que todo acto educativo debería partir de la propia experiencia del niño-educando.(5) Por todas estas razones, Encinas llamó a su experimento educativo “escuela social”, y sobre ella reflexionó en su libro “Un ensayo de Escuela Nueva en el Perú”, de 1932 (aunque escrita en 1928, en Cambridge), con Prólogo de su discípulo predilecto, Gamaliel Churata, y que fue publicada por la Imprenta Minerva, la que fundaron los hermanos José Carlos y Julio César Mariátegui.

No cabe duda que Encinas tuvo éxito en lo que se propuso, los resultados que cosechó fueron los que el maestro esperó alcanzar, a pesar de partir de las más duras circunstancias, como lo testimonia Gamaliel Churata, en el Prólogo mencionado. En él rememora: “El Centro Escolar 881, ha sido una escuela proletaria, atenido al sentido que le imprimiera su conductor y en gracias a los niños del pueblo, muchos de los cuales asistían descalzos y después de batallar rudamente en los talleres para lograrse esos minutos de educación mental”.(6)

La propuesta educativa de Encinas parte de la premisa de que: “El más alto cargo que un ciudadano puede desempeñar en una democracia es el de maestro de escuela”.(7) Desde esta afirmación se puede entender mejor su propuesta educativa que consideraba a tres factores: maestro, escuela y estudiante. El maestro y el estudiante podían aprender juntos a partir de la interacción democrática que se debía establecer entre ellos. La enseñanza que impartió Encinas se refleja en su mencionado libro, en el que ofrece sagaces opiniones acerca de las personalidades de sus alumnos, a quienes conocía perfectamente en sus específicas formas de ser.(8) Esto no es casual, pues para Encinas cada estudiante era una individualidad que merecía un tratamiento adecuado, lo que entra en el dominio de la psicología infantil: “El niño tiene consigo el proceso de la raza, la historia de una familia, la influencia de una sociedad”.(9) Para Encinas, “[c]ada alumno tenía un valor relativo”.(10) Por tanto, el maestro debe atender su cultura sin prejuicios y respetando sus peculiares modos de comportarse. Desde esta perspectiva, los “insolentes” o “rebeldes” son objetos de comprensión, pues se les reconoce que tienen una personalidad nítida, y que no debían ser tratados con una actitud punitiva. De este modo, el maestro no es solo quien imparte el conocimiento, sino alguien que es capaz de aprender de la vida y experiencia que cada alumno porta. En una educación práctica, el maestro es, al mismo tiempo, psicólogo y apóstol: “El propósito que un maestro debe perseguir no es enseñar sino edificar, construir con los materiales que el estudiante aporte”. (11)

El Centro Escolar 881 actuó en un terreno preparado por otras experiencias educativas, como la del maestro José María Miranda, luego de la Guerra del Pacífico, que buscaba ayudar al indio; la del fraile Francisco Velarde, cuyo seminario no era para nada una escuela reaccionaria pero que sin embargo no aportó en el conocimiento técnico ni en el plano ideológico; pero sobre todo las de Francisco Chuquiwanka Ayulo y Telésforo Catacora, “dos grandes espíritus del altiplano en quienes sobrevivía con toda su pureza las excelencias de la raza”, como los definía Encinas. (12)


Por otra parte, la educación no puede estar desvinculada de la historia nacional (que hay que cultivar con patriotismo, sin caer en el chauvinismo, advierte Encinas) ni de la vida misma, sino que debe ubicarse con convicción en su propia realidad, y lo que ésta le muestra al maestro es lo evidente, la miserable situación en la que vive el indio. Por ello, Encinas se lamenta que “[l]a Escuela ve con indiferencia el doloroso estado en que se encuentra el indio”. (13)

Si Puno explica el Centro Escolar, este modifica Puno, sostiene Encinas. Entonces, el papel de la escuela debe ser contribuir a transformar el entorno social, cultural y económico en el que vive el indio: “El Perú debe resolver el problema del indio mediante una intensa acción social, en la que el maestro debe ser uno de los elementos de mayor valía”. (14) Solo así las propuestas y acciones educativas tendrán algún efecto. Desde este modo de enfocar el tema educativo, Encinas considera superfluo e inútil entregar un libro al indio, precisamente por el medio hostil que lo rodea, y no por impedimentos “naturales” de la raza, como se acostumbraba a afirmar en esos años. Esto, a su vez, supone una diferente valoración de lo que es un libro: “El libro no es un conjunto de pliegos de papel o un conglomerado de palabras impresas, es el vehículo para propagar ideas, para transformarlas y aplicarlas”. (15) Como parte de la vida misma, el libro la enriquece.

Otro pilar de la propuesta de Encinas es la laicidad de la enseñanza. Los niños debían ser limpios de mente, aunque sean pobres, deben crecer sin angustias existenciales, sostenía. Por ello, la escuela debe dejar atrás el peso de la iglesia, o mejor dicho, a ese tipo de educación que crea en los niños temores espirituales; y tengamos en cuenta que cuando Encinas dice “iglesia” se refiere a “iglesia católica” específicamente, debido a la influencia que esta había llegado a adquirir —en un proceso de varios siglos—, en la vida rural peruana, constituyéndose en parte de los eslabones de la explotación del indio, junto al prefecto y juez de paz. El propio Encinas fue protestante o, en todo caso, mantuvo relaciones estrechas con el adventismo. En cualquier caso, su biografía personal se inscribe al interior de un proceso que ha señalado Cynthia Vich, cual es el de la creciente presencia que desde el último tercio del siglo XIX habían ido adquiriendo los grupos protestantes en la enseñanza de Puno, cuya influencia se irradiaba al 44% de los estudiantes puneños, por lo menos.(16) De esta manera, y en un ambiente de caciquismo político en el que uno de sus pilares era la iglesia católica, no es de extrañar que Encinas propugnara la tajante separación entre educación y religión. En este razonamiento, para Encinas, el alumno debía descubrir en sus propias experiencias, y no en razones metafísicas, la base del conocimiento.

Complementariamente a la laicidad, la educación debía ser utilitaria, y el estudiante ha de tener relación directa con la vida y la naturaleza, afirma Encinas. En esa perspectiva, la división de las materias, como acostumbra la enseñanza tradicional, resulta anti-pedagógica. Con esta rotunda modificación de perspectiva enarbolada por Encinas, la escuela cambió su manera de instruir: “Al texto y la monótona tarea de ‘dar una lección’ y de ‘tomarla’ había reemplazado la explicación del profesor, la interrogación del estudiante, el diálogo entre maestro y discípulo, el problema, la observación y la experiencia”.(17) Aunado a todo ello, estaba la necesidad del respaldo o conocimiento técnico, cuya ausencia explica, para Encinas, que muchas veces el esfuerzo individual o colectivo se haya visto frustrado en alcanzar sus objetivos.

Otra renovación que impulsó Encinas fue el instalar en el Centro Escolar talleres prácticos. Los de sastrería y zapatería fueron importantes, pero su labor fue mediatizada por no contar con los materiales necesarios para que funcionaran adecuadamente. Otro taller fue el de carpintería, que era el de mayor aceptación entre los niños. El trabajo manual era entendido como un estímulo para la actividad creadora y no solo como una actividad de entretenimiento. Luego se instalaría el importantísimo —por sus consecuencias futuras— taller de tipografía, “cuyo éxito hay que medirlo por el interés que despertó entre los escolares y el impulso que determinó en ello para orientarse hacia la literatura y el periodismo”,(18) como lo demuestra la cantidad y calidad de escritores y poetas que salieron del Centro Escolar 881.(19) Un papel importante en este taller de tipografía lo cumplió el también alumno Luis Rivarola, quien fungió a su vez como maestro del oficio, enseñando la encuadernación de libros.(20) Posteriormente, Aurelio Martínez, otro alumno del Centro Escolar, llegó a ser bibliotecario del colegio San Carlos, en donde aplicaría los conocimientos adquiridos en su colegio para restaurar libros. Churata mismo llegaría a trabajar en la Biblioteca Municipal Pública de Puno en donde también empastaba libros para ponerlos a disposición del público. José Luis Ayala, escritor puneño contemporáneo que se ha dedicado a revalorar a los creadores de su región, refiere:

”Los alumnos Aurelio Martínez y Luis de Rodrigo, compañeros del poeta Mostajo afirmaban que el profesor Rivarola les enseñó a cajear con tipos de plomo, muy usados. Una vez armada la página, la llevaban a la imprenta de Eduardo Fournier para imprimir el texto. La tarea consistía en aprender a desempastelar los tipos, clasificarlos y armar una página. La escuela no tenía una máquina impresora grande sino una maquinita a mano con un platillo, sólo para imprimir tarjetas, volantes, invitaciones.” (21)

De esta manera, el taller de imprenta “hizo posible que los alumnos destacados hicieran sus primeros trabajos. Allí nacieron escritores autodidactas que más tarde crearon con indiscutible personalidad una literatura propia”, recuerda con orgullo Encinas, pues sabe que es parte básica de esa explosión de las letras puneñas. (22)

El sentido de estos talleres era el de incentivar la creatividad de los escolares y ofrecerles la posibilidad de aprender con los objetos directamente y no solo por medio de los textos. Aprender respondía a otra filosofía, en la que era factible equilibrar el tiempo de trabajo con el de descanso: 50 minutos de trabajo por 10 de descanso libre; en la que los niños podían realizar la llamada educación física al aire libre, en parques, tramontando las cuatro paredes de la escuela.

Dentro de este modo de ver la enseñanza, en el que “…el Centro Escolar prepara el ambiente para convertir a Puno en una ciudad —única en el Perú— donde por espacio de dos años debía ser un verdadero laboratorio pedagógico”,(23) no extraña que Encinas no tuviera incomodidad al observar la presencia de la agitación política en la escuela, es más, consideraba que su existencia era positiva.(24) Incluso, al momento de verter sus opiniones acerca de los alumnos, Encinas confiesa que entre estos hubo una izquierda y una derecha. En el Centro Escolar 881 reinó el espíritu de solidaridad y el democrático, en donde se podían ventilar libremente todas las ideas.

Los estudiantes. Perfiles propios

Sin entrar en especificidades, solo señalaré algunos comentarios de Encinas sobre sus alumnos que tuvieron relación con el grupo intelectual Orkopata y sus aledaños. El más destacado fue, sin lugar a dudas, Arturo Peralta, es decir, Gamaliel Churata (unión de nombre bíblico con voz aymara que significa predestinado). De él, Encinas afirmaba que era “la más recia personalidad de la generación que se educó en el Centro Escolar”,(25) y que mostraba una vida interior profunda y auténtica. Al lado de Churata estudiaron destacados niños que habían nacido a fines de los años 1890s (entre 1895 y 1902, aproximadamente), por lo tanto, conformaban uno de los grupos generacionales que dieron rostro a la generación del Centenario. Además de Churata se puede mencionar a su hermano Alejandro (1899), Enrique Encinas (hermano del maestro, 1895), Luis de Rodrigo (seudónimo de Luis Rodríguez, 1897), Alberto Mostajo (1897), Dante Nava (1898), Emilio Romero (1899), Mateo Jaika (seudónimo de Víctor Enríquez, 1900), Aurelio Martínez, Emilio Armaza (1902), entre otros. Todos ellos eran contemporáneos de César Vallejo (1892), José Carlos Mariátegui (1894), Víctor Raúl Haya de la Torre (1895), Raúl Porras Barrenechea (1897), Alberto Sánchez (1900), Jorge Basadre (1903), etcétera.

De Enrique, señala José Antonio Encinas que “mostraba una tendencia al análisis y a la observación en formas poco comunes”.(26) He de mencionar que Enrique Encinas se hizo médico y en 1920, en Puno, buscó a Ezequiel Urviola, aquel personaje magnífico sobre el que Mariátegui depositó tantas esperanzas en la defensa del indio, aunque en verdad era mestizo. Además, mandó a construir, con su propio dinero, un centro educativo en Santa Rosa de Yanaqué (Ácora), en Puno, para niños y campesinos.

Sobre Alejandro Peralta, el maestro Encinas afirmó que era “más dúctil, más comprensivo, más cerca de los camaradas”,(27) carácter que se traduce en su poesía lírica. Emilio Armaza, “chico de prosapia intelectual [que] lleva en su sangre la herencia de la rebeldía”.(28) Luis de Rodrigo era dueño de una “brillante inteligencia”, que “llega a la poesía por eso, por su talento”.(29)

La derecha del Centro Escolar estaba representada por Alberto Mostajo, quien según Encinas, “ha llegado a la poesía, quizás por distinta ruta de la que han seguido Peralta, Armaza o Rodríguez”.(30) José Luis Ayala define a Alberto Mostajo como un “poeta filosofante, vanguardista, humanista, cuya obra poética guarda similitud con la creación vallejiana: Su poesía traduce el mundo real y sus apasionadas lecturas de astronomía y filosofía”, las mismas que se revelan en sus libros Cosmos, de 1925 y Canción infinita, de 1928.(31)

De Emilio Romero observa Encinas que “perfila su carácter dentro de un perfecto equilibrio”,(32) y su trabajo “Monografía del Departamento de Puno” así lo demuestra. En su destacada trayectoria, Romero fue Presidente de la Sociedad Geográfica de Lima, Director del Instituto Geográfico y Director General de Hacienda. Como político fue Ministro de Educación (1959-1960), diputado y senador por Puno.(33) En 1950 coincidió en el Congreso con su maestro, José Antonio Encinas, también senador por Puno. Además, fue embajador y profesor universitario. Como es fácil advertir, se trató de un grupo de jóvenes escritores con talento e influencia en la vida cultural y política peruana.

Resumiendo el aporte de este grupo, Encinas señala que es reencontrarse con el indio que, al final de cuentas, es hallarse a sí mismo:

La generación de 1907, en Puno, ha escogido este camino [de ir hacia el indio]; el Indio es el centro de toda su actividad. No la domina en esta tarea un espíritu de piedad, ni desea convertirse en defensora de los derechos vulnerados de aquel. Hace algo más: funde sus intereses y sus sentimientos con los del Indio, siente bullir en sus venas sangre india. No es una generación indiófila; es el Indio mismo que vive en ellos. (34)

Churata y su trayectoria. Otros grupos

Churata sería el verdadero líder, el caudillo cultural, de su grupo generacional, incluso desde los tiempos del Centro Escolar 881. Contra la creencia extendida, Churata no nació en Puno sino en Arequipa. (35) Apenas a los 8 años de edad ya conocía la biblia y podía recitar de memoria el “Cantar de los cantares”. Desde muy niño, la vida intelectual de Churata fue intensa: por ejemplo, aun en el Centro Escolar, junto con Enrique Encinas, fundó el periódico “El Profeta”. Al parecer, ni siquiera pudo concluir la primaria, pero ello no fue obstáculo para su ruta intelectual. Posteriormente, conformó en 1915 el grupo “Bohemia Andina” y editó su página literaria “La Tea” (1917-1918) en la que firmaba sus artículos con el seudónimo de “Juan Cajal”. Muchos de sus colaboradores utilizaban seudónimos, a excepción de Emilio Armaza y Aurelio Martínez. En consecuencia, quienes firmaban los artículos de la revista eran los siguientes personajes: Goy de Hernández, Víctor Villar, Gustavo Sánchez, Isaac G. Iturry, José Rossel y Puga, Juan José Jiménez, entre otros. No he podido identificar a quienes corresponden estos seudónimos. Parte de ellos habían estudiado en el Centro Escolar 881 y participarían después en el grupo Orkopata.

Posteriormente, Churata viajaría a Bolivia, en donde estaría presente en la formación del grupo potosino “Gesta Bárbara”, de Carlos Medinaceli.(36) Desde 1919, después de su regreso a Puno, reunió —al parecer en su propia casa, ubicada en la parte más elevada del cerro, en tertulias y fiestas, donde tanto se discutían temas de literatura como se disfrutaba de cantos, bailes y chicha de jora—, a buena parte de sus condiscípulos del Centro Escolar 881, y otros más, con los que fundó y dirigió el grupo Orkopata (voz aymara y quechua que significa “arriba del cerro” por la referencia al lugar de sus reuniones) y su Boletín Titikaka, que tuvo una vida paralela a la revista Amauta, de Mariátegui. Como vemos, lo aprendido con Encinas había sido fundamental.

Orkopata y el Boletín Titikaka

Boletín Titikaka cerraba un círculo virtuoso de trayectorias individuales que ahora eran capaces de dar forma a un colectivo, luego de seguir, muchos de ellos, un camino similar. En efecto, sus integrantes, luego de terminar primaria en el Centro Escolar 881, siguieron sus estudios de secundaria en el colegio San Carlos (como ya mencioné, el único de este nivel en Puno), otros irían a estudiar a Arequipa; luego, algunos llegarían a estudiar en la Universidad San Marcos o en la de Arequipa. Fue a su regreso a Puno que se reencontrarían, cuando ya bordeaban los 30 años de edad, es decir, en plena madurez y creatividad, estadio vital que se traduce sin lugar a dudas en Boletín Titikaka. Entre algunos más, quienes participaron en Orkopata fueron: Churata, Inocencio Mamani, Emilio Vásquez, Diego Kunuruna, Alejandro Peralta, Mateo Jaika y Eustaquio Aweranka. En diferentes momentos participaron Julián Palacios, Francisco Chukiwanka Ayulo, Emilio Romero, Luis de Rodrigo, Emilio Armaza y Segundo Núñez Valdivia.(37) Entre sus joyas se encuentra un texto del muy joven entonces Jorge Luis Borges (“Leyenda policial”, abril de 1927).

Como he mencionado, Boletín Titikaka y Amauta siguieron caminos similares. Ambas publicaciones aparecieron entre agosto y setiembre de 1926 y declinaron en 1930, además que buena parte de sus colaboradores firmaba en las dos publicaciones. Cuando Mariátegui murió, Boletín Titikaka (número 34, de abril de 1930) le rindió un emotivo homenaje en sus páginas. A pesar de no conocerse personalmente, los unía el respeto mutuo y la correspondencia de visiones e ideales. En el número 32 de Amauta (agosto-setiembre de 1930), Churata publicó su “Elogio de José Carlos Mariátegui”. Ambas revistas, además, constituyeron la vanguardia estética e ideológica de su tiempo, gracias en gran medida a la labor de Churata, quien se preocupó por romper los marcos provincianos y proyectar los ecos de su revista hacia todo el mundo; cosmopolitismo nacido en el Altiplano. Al parecer fue en estos años que Churata empezó a redactar su gran obra y que recién publicaría en 1957, me refiero a su indescifrable El pez de oro.

Final

El proceso seguido por los pequeños alumnos del Centro Escolar No. 881 de Puno es extraordinario, aunque no sé si excepcional. Se trata de la conformación de un grupo intelectual que se inicia desde la más temprana edad y se cristaliza tres décadas después con la conformación del grupo Orkopata y su Boletín Titikaka. Para utilizar un término de Carlos Altamirano, es una microsociedad que tiene su origen en otra microsociedad. Y, como ocurriera repetidamente en el Perú de inicios del siglo XX, no surgió desde el centro de la modernidad o de lo integrado, sino desde la periferia, la atrasada región altiplánica, Puno, y por afuera de la academia, de lo oficial.

Desde el complejo entramado social, cultural, subjetivo, político, amical incluso, liderado por Churata, estos escritores y poetas pensaron el tema del indio, de la nación y el cambio social. Lo que aprendieron en el Centro Escolar No. 881 dejó su impronta en el espíritu de aquellos niños que, cuando hombres, siguieron cultivando sus raíces andinas y, por ello mismo, capaces de dialogar con el mundo entero.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS:

(1) Agradezco la información y comentarios que me brindó el escritor aymara José Luis Ayala.
(2) Así lo consigna la revista Prisma año III, núm. 20, Lima, 1 de enero de 1907, pág. 9, en la que Encinas aparece al lado de sus otros compañeros de la Escuela Normal de Varones, como Humberto Bouroncle, Javier Adrianzén y Alejandro Lezcano, Carlos Adrianzén, Luis Bouroncle, Luis Cavero, Miguel Ángel Cornejo, Jesús Dávila, Arístides Guillén, Manuel A. Hierro, Humberto Luna, Isaac Mostajo, Benigno Pinto, Alfredo Prialé, Arturo Revoredo, José M. Segura y Gonzalo Salazar.
(3) Encinas se erigió como un personaje público de gran trascendencia en la vida peruana. Luego de su participación en el Centro escolar 881 regresó a Lima, en San Marcos se graduó Doctor en Letras y Jurisprudencia (1918). En 1919 fue elegido parlamentario por Puno, pero en 1923 el presidente Augusto B. Leguía lo deportó. Encinas pasó su exilio en diferentes países, como Guatemala, Gran Bretaña (en Cambridge obtuvo el Master in Science), Italia, Francia y España. Como muchos exiliados, Encinas regresó al Perú luego de concluido el oncenio legista. En 1931 fue elegido Rector de San marcos, pero al año siguiente Luis M. Sánchez Cerro cerró la universidad. El segundo exilio para Encinas vendría en 1935, durnte el gobierno del también fascista (como Sánchez Cerro) Óscar R. Benavides. No obstante, en 1936, Encinas fue elegido senador en ausencia. Durante su estadía fuera del país recorrió Estados Unidos y Cuba. Regresó al Perú en 1945 y fue vuelto elegido senador, cargo que ocupó hasta 1956, dos años antes de su muerte. En 1946 había pedido licencia para ocupar el cargo de director del Instituto Indigenista Peruano. Otros títulos que publicó son Historia de las universidades de Boloña y Padua (1933), Higiene mental (1936) y La educación de nuestros hijos (1938).
(4) De Rousseau dice Encinas que fue el “verdadero panegirista de la libertad integral”, y de Pestalozzi y Froebel, que son “los dos más grandes amigos de los niños” (pág. 179).
(5) Aurora Marrou Roldán, “José Antonio Encinas Franco”, Ministerio de Educación, Grandes educadores peruanos, MED-GTZ, Lima, 2003
(6) J.A. Encinas, Un ensayo de escuela nueva en el Perú, Imprenta Minerva, 1932, “Prólogo” de Gamaliel Churata, pág. IV
(7) op. cit., pág. 1. Debo señalar como hipótesis, que esta revaloración del papel del maestro de escuela tiene un decisivo impulso en la discusión y labor que realizaron las llamadas “mujeres ilustradas” del tercio final del siglo XIX e inicios del XX, al interior de sus planteamientos de reformas educativas. Me refiero a María Alvarado, Mercedes Cabello de Carbonera, Zoila Cáceres, Teresa González de Fanning, entre varias más.
(8) Pero no solo eso, Encinas siguió las evoluciones de sus discípulos más allá del Centro Escolar, por ello puede señalar, además de sus temperamentos, las tareas que están desempeñando en la actualidad: Juan González era sereno de espíritu, ahora es militar, como Manuel Morales y Gustavo Bello. Los “díscolos” Remigio Cabala es abogado, José A. Cabrera farmacéutico y José Costa oficinista. Estos son unos poco ejemplos del conmovedor registro que el maestro Encinas tenía de sus discípulos. En su libro hace una descripción mucho más detallada que vale la pena leer.
(9) op. cit., pág. 176
(10) op. cit., pág. 186
(11) op. cit., pág. 17
(12) op. cit., pág. 83
(13) op. cit., pág.15
(14) op. cit., pág. 57
(15) op. cit., loc. cit.
(16) Cynthia Vich, Indigenismo de vanguardia en el Perú: un estudio sobre el Boletín Titikaka, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2000
(17) J.A. Encinas, op. cit., pág. 121
(18) op. cit., pág. 18
(19) Aunque hay que señalar que Puno vivió, en los inicios del siglo XX, una efervescencia cultural, pues a los nombres asociados al Centro Escolar 881 habría que agregar los de los periodistas Federico y Ernesto More, y al poeta Carlos Oquendo de Amat, quien inauguró el libro objeto con 5 metros de poema, publicado en forma de acordeón por la Imprenta Minerva también. Otro artista destacado fue Domingo Pantigoso. ¿Qué hace, o cuáles factores hacen posible que en un mismo momento se concentre en una sociedad determinada tanto conocimiento y creatividad, más allá de diferencias de clase, género o regionales? (No dejemos de lado la apropiación de la palabra escrita por parte de los trabajadores anarquistas, también desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX). Es una pregunta que no me siento capaz de responder.
(20) Luis Rivarola fue maestro secundario, presidente de la Casa del Maestro de Puno y colaboró en la revista Puno Pedagógico.
(21) José Luis Ayala, Alberto Mostajo. Delirio y tragedia de un poeta vanguardista y metafísico, Arteidea grupo editorial, Lima, 2009, pág. 21
(22) op. cit., pág. 22
(23) J.A. Encinas, op. cit., pág. 164
(24) op. cit., pág. 51
(25) op. cit., pág. 225
(26) op. cit., pág. 219
(27) op. cit., pág. 221
(28) op. cit., pág. 224
(29) op. cit., pág. 225
(30) op. cit., loc. cit.
(31) op. cit., pág. 27. Por juegos crueles del destino, los condiscípulos Enrique Encinas y Alberto Mostajo se encontrarían, con los años, en el manicomio Víctor Larco Herrera. El primero como médico; el segundo como paciente. El final de Mostajo nos recuerda que varios de los talentos literarios hicieron el mismo recorrido, como Mercedes Cabello de Carbonera, Francisco García Calderón, Martín Adán.
(32) J.A. Encinas, op. cit., pág. 232
(33) La labor parlamentaria de Encinas se puede ver en Diseñando el Perú. José Antonio Encinas-Alberto Ulloa Sotomayor, Cilse, Lima, 1991
(34) op. cit., pág. 237
(35) José Luis Ayala, Mariátegui y la inteligencia andina peru-boliviana. El Amauta frente a la Guerra del Chaco, arteidea grupo editorial, Lima, 2009, págs. 218-219
(36) Carlos Medinaceli (1898-1949) fue un importante escritor y poeta boliviano hasta la mitad del siglo XX. Fue el animador del movimiento literario Gesta Bárbara. Medinaceli en el que participó Cuarta, pero en general se constituyó en uno de los impulsores más importantes de círculos intelectuales y literarios de su país. También fundó periódicos como El Diario, La Propaganda y La Democracia (Potosí), y La Razón (La Paz). Su obra emblemática es La Chaskañawi, aunque también es autor de un gran número de ensayos y artículos de crítica literaria.
En los años 30, más precisamente en 1933, luego del saqueo a su casa en pleno gobierno fascista de Sánchez Cerro, Churata debió salir del país por su filiación comunista y se instaló, nuevamente en Bolivia, en donde vivió tres décadas (regresó al Perú en 1964, cinco años antes de morir). Se dice que en diferentes periódicos y revistas de ese país publicó cerca de 6 mil artículos, algunos de ellos han sido recopilados por Guissela Gonzales Fernández en el libro El dolor americano (Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, Lima, 2009).
(37) Ulises Juan Zevallos Aguilar, Indigenismo y nación. Los retos a la representación de la subalternidad aymara y quechua en el Boletín Titikaka (1926-1930), IFEA-BCRP, Lima, 2002

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