viernes, 28 de agosto de 2009

JUAN BUSTAMANTE (*)


Emilio Vásquez


Vilque, la otrora cuidad ferial. Don Mariano Bustamante y Jiménez y Doña Agripina Dueñas y Vera. Juan Bustamante nace en Vilque. Primeras letras con el padre. Don Mariano Bustamante, guarda los tesoros del Rey, en Lampa. Estudios elementales de Juan en Cabanillas. Juan Bustamante hombre acomodado, anhela conocer el mundo. Diputado pro la provincia de Lampa, en 1839. Gran conocedor de la altiplanicie del Kollao. Sus proyectos legislativos frustrados. Bustamante piensa en la redención del indio. Los caudillos militares. Puno y Arequipa, es escenario de las luchas caudillistas en el sur. Por segunda vez, representante ante la Convención de 1856. Papel de Bustamante en el combate del 2 de mayo de 1866. Prefecto en Cusco, Amazonas, Huancavelica. Intendente en Lima. Encauzamiento del río Rimac a costa de su peculio. Descendientes de Bustamante. Las zumbas de El Murciélago.

Vilque, distrito ubicado a 32 kilómetros al norte de la cuidad de Puno, hasta fines del siglo XIX fue centro ferial de la gran nombradía, es decir de inusitada atracción comercial en la América del Sur. Se refiere que anualmente venían desde Tucumán y otras zonas de Argentina innumerables recuas transportando mercaderías de factura ultramarina, para su venta en la feria, ocasión en que además se vendían, al por mayor y menor, millares de caballos y mulos, previamente invernados en las extensas pampas de Moro y Buenavista, a orillas de Titikaka.

De Chile venían también recuas, trayendo cueros de toda clase, calzados para todo trabajo, maderas preparadas para la confección de muebles de fina talla, fruta seca y conserva; en fin, todo aquello que fuera susceptible de comercialización. De Colombia venía café, cacao, añil, telas de noble y mediana calidad, artículos llamados de mercadería, etc. De Europa y los Estados Unidos se importaban implementos agrícolas y herramientas para todo género de trabajos artesanales. A su vez, de las ciudades y los pueblos del Perú (ya independiente) incluyendo los de la costa, la sierra central y la “montaña”, la gente acudía a Vilque solamente de compras. Nuestra industrialización, aún incipiente, no tenía cosas nuestras que ofrecer y vender en Vilque. Culpables de ello eran, desde luego, las permanentes luchas caudillistas: los gamonales disputándose, a porfía, la toma de la presidencia de la Republica, ambición insaciable del militarismo de aquellos tiempos.

Pero Vilque, otrora emporio comercial, inclusive de gran auge social, donde año tras año, hacia los días de la Pascua de Pentecostés, se repetía la renombrada feria en la cual – se cuenta – se hacían transacciones por nada menos que la cantidad de cinco millones de pesos, por aquellos tiempos una suma fabulosa, extraordinaria, ha venido a menos. Si antes era una cantidad ferial amplia, capaz de alojar a innumerables visitantes, forasteros y nativos, compracentros nacionales y extranjeros, ahora es una población abandonada, un pueblo en ruinas, cuyos galpones, si pudieran hablar, dirían que hoy pueblo de Vilque era, en otros tiempos, grande y rico, muy superior a Pucará, a Rosaspata, a Vilquechico, centros también feriales del Kollao de entonces.

La decadencia de Vilque comienza cuando un día el ferrocarril trepó la cordillera de los Andes, descendió hasta la altiplanicie del Titikaka, llegó a Puno y arribó después al Cusco. Y también cuando comenzaron a navegar los vapores en el lago Titikaka, y el comercio y el progreso, la civilización y la cultura, tomaron otro sentido, distinto rumbo, y por tanto, surgieron procedimientos de comercialización de los productos nacionales y extranjeros. Naturalmente, Vilque sufrió las consecuencias, pues a costa de su ruina, otros pueblos – caso de Juliaca, por ejemplo – sintieron llamar a sus puertas el toque de la prosperidad.

En Vilque, como en los pueblos que se levantan s lo largo de la cadena andina, el 24 de junio, día de San Juan, es una festividad que se celebra con pompa y algarabía propiamente rurales. San Juan es la fiesta de los ganados, de los pastores y del advenimiento de las ventiscas invernales que se desatan, con mayor fuerza, en las regiones altas del país, en la meseta del Kollao, por ejemplo. La noche de San Juan, en los cerros de la sierra peruana, alumbran el espacio crepitantes fogatas destinadas “a caldear el ambiente helado del invierno”, según reza la tradición.

Fue allí, en Vilque, cuando se celebraba la fiesta de San Juan y cuando en sus gentes no se había apagado todavía el entusiasmo de las ferias comerciales, que nació Juan Bustamante el día 24 de Junio de 1808, tal como él mismo lo declararía reiteradas veces. Es este mismo ciudadano vilqueño el que después de su muerte se tornaría en personaje si se quiere de leyenda, y al que intereses de todo orden y conveniencias inconfesables de la época, habrían de negar sus acciones generosas, trastocar su memoria y, finalmente, sumirlo en el olvido, al punto que ahora apenas si una que otra vez se le recuerda en breves crónicas y ocasionales artículos periodísticos. Se habla de Juan Bustamante, el Mundo Purikuj, sobre nombre éste que se le aplicara por haber recorrido, una y otra vez, pueblos de Medio Oriente, de Asia y de toda Europa. Se rememora más por los viajes que hizo que por las ideas que difundió. Se el recuerda, si ello en verdad ocurre más por su carácter de trotamundos que por las acciones de bien que llevó a cabo y las luchas que en fervor de los indígenas, especialmente de Puno, emprendió hasta el sacrificio y la inmolación innoble.

Juan Bustamante fue hijo del “caballero arequipeño don Mariano Bustamante y Jiménez y de Doña Agripina Dueñas y Vera, natural ésta de Vilque, descendiente de Túpac Amaru”, dice Alfonso Torres Luna en una breve biografía (1) publicada gracias al esfuerzo de Consuelo Ramírez Figueroa, su viuda. (Aquella revelación que afirma que la madre de Juan era descendiente de Túpac Amaru no parece ser cierta, pues no se presentan pruebas ni se mencionan documento alguno al respecto).

Don Mariano Bustamante ostentaba en la provincia de Lampa el grado de Teniente de Regimiento de Milicias Urbanas de Caballería (2). Sin duda que Don Mariano amaba entrañablemente a su hijo Juan; por lo menos eso es lo que él ha repetido en cuanto ocasión tuvo para hacerlo. Por aquella época, es decir, cuando Juan era niño, anunciábanse aquí y allá (Caracas, Quito, Buenos Aires) los preludios de la guerra de la independencia de América, guerra en la que el Perú no podía estar ausente. Estos no le permitieron a don Mariano educar debidamente a su hijo y darle la instrucción esmerada que se merecía, tanto por sus cualidades de niño dotado, de que ya había dado pruebas, cuanto pro el rango social que el caso indicaba.

El nivel cultural de Puno era en aquella época, como en todo los pueblos del interior del Perú, de suma estrechez. No había escuelas públicas eficientes. Uno que otro sujeto del común de las gentes sabía leer y escribir. Si algún plantel de instrucción existía en determinados pueblos de la sierra, era la catequista parroquial, escuela siempre regentada por el señor cura que tenía que comenzar obligatoriamente por el “Cristos, a, b, c, ch”, para terminar en la ritual amonestación y la consiguiente captación de prosélitos. En vista de estas dificultades, el pequeño Juan debió ser llevado por la madre a Cabanilla (3), pueblo cercano a Vilque. Allí fungía de “educador competente” el señor párroco, seguramente de mayor prestancia y reputación regional que el de Vilque.


Estudiante parroquial de Cabanilla era muy inquieto, apto y perspicaz. El resto de su aprendizaje, sumado a la memorización de los salmos de David (como diría después el viajero) que el padre le había dejado, era cuestión de su propio esfuerzo e iniciativa. Hay que tener en cuenta que hacía 1812 todo indicaba que la guerra de la Independencia del Perú era un hecho. Y Don Mariano Bustamante ya estaba alistado en los ejércitos realistas, por tanto privado de educar debidamente al hijo. “Demasiado hizo, pues, mi señor padre – dice Juan Bustamante - encargándose por sí mismo de mi educación; es decir, empeñándose en fijar en mi mente todas las máximas de una religión a prueba de bomba, y apoyado en los salmos de David, tras cuyo aprendizaje me llevaba noche y día, con tal cuidado y tal esmero, que hasta logré estampar, muchas de ellas, en mi memoria” (4).

Hijo de padres ricos (la madre era propietaria de extensas haciendas), de manifiesta notoriedad social en el medio, la educación propiamente dicha – la pedagógica- la hizo Juan Bustamante en sus primeros años, frente a la naturaleza y el trato cotidiano con el medio que lo rodeaba. Las experiencias vividas en la pubertad y en la adolescencia debían ser, imperativo de las circunstancias, sus positivas y duraderas impresiones.

Aparte de ser doña Agripina una matrona de no pocas virtudes, como es natural, anheló para su hijo la mejor preparación intelectual. Sin mayores luces, Juan salía de la pubertad: a los trece o catorce años era ya un adolescente, o algo más que eso. Esta etapa del desarrollo biopsíquico. Tiene sus características definidas en todo muchacho.

En el caso de Juan Bustamante, entrado ya en los veinte años, sería ejercitada y cumplida la loca bohemia pueblerina, ora en Cabanilla, ora en Lampa, ya en Vilque su tierra natal, o en Puno. Vencidos los veinte años, había que pensar seriamente: había que estudiar. ¿Dónde? Se dice que en Puno y en Arequipa. Debió estudiar, puesto que allí estaba con parientes, amigos y otras vinculaciones. Consuelo Ramírez de Torres Luna afirma que en la casa familiar de las “señoritas Miranda” Juan Bustamante tenía su apartamento. Allí debió entonces escrutar atentamente el panorama de su existencia y pensar en el futuro, la hacienda Urcunimuni, de sus antepasados – recuerda la señora de Torres de Luna – fue repartida entre sus colonos, es decir, entre “sus amigos, los indios”, con quienes había vivido jugando a campo traviesa en sus memorables días de la infancia.

Ya hombre, hecho y derecho, después de haber estado un tiempo en Arequipa, la tierra de su padre, vuelve a sus lares nativos. Piensa en que es hora de trabajar. Las necesidades de la propia existencia, “la sorda crítica de los vecinos” y el juicio fiscalizador del ambiente, así lo exigían. Se dedicó entonces a la productiva actividad de la compra-venta de lanas en Puno, negocio en el que ganó mucho dinero y con el que después viajó por el ancho mundo para ilustrarse mucho e instruirse, en alguna medida, en el conocimiento objetivo de otros países.

Pocos años después de la Independencia, las ambiciones caudillistas emergen en el fuego de la beligerancia armada. Gamarra con Santa Cruz, viejos amigos desde las aulas del Seminario de San Antonio Abad, en el Cusco, guerrean sin darse tregua para destruirse mutuamente. Vivanco contra Castilla; Orbegoso se entiende precisamente con Santa Cruz mediante un “pacto ominoso”, celebrado en Vilque el 8 de julio de 1835, según comenta Luis Alayza y Paz Soldan (5). (Lo cierto es que en Vilque quedó bosquejada, si no definida, la Confederación Perú-Boliviana).

Ante el doloroso cuadro de la guerra sudperuana, Juan Bustamante, hombre de paz, de espíritu constructivo, gran patriota, demócrata de toda las veras, de sentimiento humanitarios, preferentemente todo en cuento se refiere a la clase indígena, de la que procede, un día es elegido representante de Lampa ante el congreso de 1839-40. Clausuradas las sesiones, Bustamante retorna a Puno, donde hace lasa cosas que atañe a sus bienes: venderlos y repartirlos entre sus colonos. Luego decide emprender viaje hacia otros países, especialmente a los de Europa. Lo hace llevado pro ese anhelo de toda su vida: conocer mundos que están más allá de los límites de la patria, como diría él. Caballero andante, soñador – pero iluso- sale de su “mancha” altiplánica, montado en su mulo trotón y gran conocedor de los caminos ásperos, escabrosos y e sorpresivos tremedales de las pampas y cordilleras kollavinas.

Es curioso: después de una breve estada en Lima en su condición de diputado por Lampa, Bustamante va al Callao y contempla la llegada y la salida de buques que traen mercaderías y cargan la producción agropecuaria y minera del Perú. Es entonces cuando decide cumplir con su gran anhelo. Pasado un tiempo. Aborda un buque de velas y se lanza sin vacilaciones a su primera aventura. Su propio propósito es viajar, acaso sin itinerario fijo. Es un viajero de extracción provinciana, pero no por ser provinciano menos idealista. En tanto que una despiadada burguesía rural hostiga, veja, roba azota a sus congéneres, Bustamante piensa en la emancipación del indio, de ese peruano genuino que realizará algún día – dice esperando – la grandeza del Perú.

Las condiciones socio-económicas del Perú post-emancipación tenían que ser notoriamente deferentes. Las pocas señales de progreso de parte de algunos elementos personales o institucionales se veían siempre frustradas por ambiciosas intervenciones caudillistas. Cada uno de las generaciones o coroneles surgidos de las acciones libertadoras de Junín y Ayacucho, guerreaba en procura de alcanzar la presidencia de la republica. ¿Acaso en alguna ocasión (1836) no gobernaron el Perú hasta dos presidentes? La naciente republica entonces con algo menos de un millón de habitantes. Un cúmulo de acontecimientos, como resultado de la beligerancia política, tenía que banderizar obligadamente a los hombres y a los pueblos. Teníamos que sembrar por fuerza odios y prevenciones. Un pueblo, política y culturalmente en la etapa de la pubertad, vivió en permanente pugna. Luchas sordas, declaradas de región contra región, de cuidad contra cuidad, de familia contra familia, no auspiciaban la paz interna. La zozobra, el nerviosismo y la decepción de los peruanos, no permitían alcanzar realizaciones valiosas. De la noche a la mañana, cualquier quidam sentada condición de alto dirigente, o se erigía, sable en mano, jefe de una “causa justa”, auto titulándose defensor de la patria, de la república y de la democracia. Pero a reglón seguido, súbitamente, el hoy estado de cosas, cambiaba con el nuevo amanecer.

El sur del Perú, en los azarosos albores de la independencia, era, pues, teatro de enconadas luchas caudillistas. Arequipa – según refiere Flora Tristan – día y noche olía a pólvora quemada. Puno, por sus especiales condiciones geopolíticas, era un amplio y cinemática escenario de sorpresas, campo de batallas menudas, constantemente ocupada la ciudad por gentes ignaras, pero bajo el comando de generales cundas que, a su arbitrio, imponían a las poblaciones y a las áreas rurales cupos y tributos, “contribuciones patrióticas” y “préstamos”, que dejaban exhaustas a las instituciones y a las gentes, señaladamente a los indios, pobres bestias de carga que todo lo hacían, que todo lo debían pagar.

Juan Bustamante contaba, a estas alturas, entre 25 y 30 años de edad. Inclusive fue autoridad de segundo orden en Puno. Lampa y Cabanilla. No quería ni buscaba ser hombre rico, sino hombre útil a su terruño, útil a la sociedad, a la patria. No era una mentalidad altamente instruida, sino un ciudadano honesto, acendradamente progresista, generoso, magnánimo. Se refiere – ya se ha dicho – que antes de emprender el viaje (el primero) a los 33 años de edad, dejó repartidas entre sus colonos una de sus haciendas, es decir una de las que poseía en Cabanilla. Las otras dos estaban en Vilque y Capachica (6).

Su espíritu de lucha, su afán progresista y su disconformidad con la explotación, la servidumbre y los vejámenes de que los indios eran victimas por parte de las autoridades y los gamonales, hicieron que su decepción fuera mayor cuando tuvo en Europa, el viejo continente de pueblos cultural e industrialmente evolucionados, y donde vive y adquiere nuevas y valiosas experiencias (7).

Vuelto al Perú, vía Valparaíso, en 1844, Bustamante desembarca en Mollendo, desde donde se encamina directamente a Puno. En 1845 se le ve como diputado titular por Lampa (8).

Insatisfecho seguramente de su primer viaje, vuelve a Europa en 1848, oportunidad en que recorre casi toda las naciones del viejo mundo y los del Medio Oriente. Presencia en Francia los graves acontecimientos de la revolución popular en Paris, en 1848, desembarcando en el Callao.

Sus cualidades morales e intelectuales pasaron, seguramente, para que en 1856 Bustamante fuera otra vez elegido diputado pro Lampa ante el Congreso de ese año. Con mayor ímpetu que en 1839, el representante liberal ataca esta vez a los generales caudillos, acusándolos de ser culpables del atraso del país y ser causantes, además, de las iniquidades que se cometían con los indios. Su credo indigenista es, es pues, valiente y decidido. Está resuelto a enfrentarse a todo cuanto pudiera sobrevenirle. La Constitución de 1868 ya no lo cuenta entre los representantes de Puno, por Lampa son Federico Luna y Agustín Pastor. Por el cercado de Puno, José Luis Quiñones y Manuel Costas.

Por su propia cuenta, ya en su tierra, Bustamante mando construir dos puentes sobre los ríos de Cabanillas y Pucará (1863), que dificultaban la intercomunicación regional, en los meses de verano, de intensas lluvias en el mundo andino. Nombrado intendente de Policía en la capital de la República, Bustamante quiso dar pruebas, una vez más, de su criterio acerca de lo que debe ser la función pública: suprimió las multas a los infractores de la ley, costumbre instituida por las autoridades que le antecedieron. El mismo refiere (9), además, que mando encausar las aguas del Rímac, a costa de su propio peculio, producto, según Torres Luna, de la venta de sus propiedades en Puno. La obra costó la suma de 80, 000 pesos. Mayores pruebas de desprendimiento patriótico no se pueden pedir a nadie.

En 1864 Bustamante fue nombrado prefecto del departamento del Cuzco. Una de sus mayores preocupaciones al asumir el cargo fue, como hizo en Lima, suprimir las llamadas multas, cualesquiera que fuesen las personas demandadas. Este hecho tenía que provocar, lógicamente, antipatías por un lado y simpatías por otro. Bustamante hizo algo más: como en Lima con el río Rímac, mando encauzar el río Huatanay, que tan mala fama y peor aspecto daba a la cuidad imperial. Otro de los propósitos de Bustamante fue los crueles abusos que se cometían con los indios. “Esta insólita y extraña actitud del prefecto – decían los potentados, las autoridades alternas de provincias y las organizaciones religiosas de la ciudad – hay que combatirla sin tregua, sin descanso”. Desde luego, la parte sana de la ciudadanía aprobada las justas medidas tomadas por ese modelo de autoridad que era el prefecto Bustamante, pero esa autoridad no duró mucho, pues las maquinaciones de los poderosos en la política capitalina pudieron más, determinando su cambio. “El coronel Bustamante fue prefecto del Cusco desde el 29 de junio de 1864 hasta el 08 de agosto del mismo año. Por disposición de l gobierno fue reemplazado por el coronel Mariano Ignacio Prado” (10). La circunstancia de que en el cargo de prefecto estuviera tan poco tiempo no obstante las obras benéficas que realizó , dicen mucho sobre las razones que pasaron en el gobierno y las presiones que se ejercieron sobre él para que se decidiera su cambio.

Hay algo más en al vida de este sencillo varón y ejemplar ciudadano, debido a los propósitos de reivindicación o reconquista de las colonias perdidas por España, en Junín y Ayacucho, en 1834, se cernía sobre el Perú la guerra con España. La presencia de la Comisión Científica en las costas del Pacífico al mando del almirante Pinzón, tenía que poner en alerta a toda la América del Sur, especialmente al Perú. El combate de Abato, en Chile (7 de abril de 1866), demostraba que la guerra con España era un hecho. La cuestión de Talambo, en el norte del Perú, fue oportuno pretexto para la toma, por la escuadra española, de las islas guaneras de Chincha.

El Perú (no cabía duda) estaba, pues, en los prolegómenos de la guerra, situación que desde los primeros momentos advirtió Bustamante. Fue así como el ex-diputado viajó rá­pidamente a Puno, ciudad donde reunió gente patriota y con ella formó un batallón. Lo instruyó personalmente, lo armó mal que bien, equipándolo por su cuenta. Gracias a su ascen­diente moral en la tierra que lo viera nacer, gracias a su per­suasiva oratoria, logró enfervorizar y disciplinar a ese su ba­tallón puneño, al frente del cual Bustamante se puso en ca­mino con sus soldados kechwas, aymarás y mestizos de Vil­que, Cabanilla, Lampa, Huancané, Puno, etc.

Trasponiendo páramos y montañas, la improvisada tropa arriba, al fin, a la ciudad de Arequipa, El general Mariano Ignacio Prado, entonces prefecto del departamento, había encabezado la revolución del 28 de febrero de 1865, por lo que el ambiente mistiano resume fervor revolucionario. Busta­mante, con su improvisada unidad, se suma a las del general Prado, hecho que determinará después una amistad du­radera. De este modo, Puno y Bustamante, contribuyeron eficazmente a los acontecimientos históricos que culmina­rían con el triunfo del 2 de mayo de 1866, en el Callao. Fue precisamente a raíz de ese acontecimiento que se le reco­noció el grado de coronel, que bien se lo merecía. Con ese grado militar paseóse por el Perú y el mundo, aunque sin mencionarlo sino en ocasiones inevitables.

De Bustamante no se puede decir que era nómada por naturaleza; tampoco se le puede tildar de dromomanía. Era, más bien, un activo y serio deportista, un espíritu de ideales superiores. Aunque poco instruido, culto para su tiempo. Buscaba ampliar, cada vez más, su visión del mundo e ingresar "a la universidad de la quimera" —que diría Ricardo Ro­jas—, aquella que permite a ciertos caracteres, por autoedu­cación, enriquecer experiencias fecundas y obtener conocimientos múltiples para ser útiles a la sociedad. Es lo que en realidad hay que pensar en tratándose del incansable via­jero, que con motivo de su segundo recorrido por Europa decía: "Al abandonar de nuevo el Perú, en 1848, excitado por la pasión de ver mundos, porque es mal del que desgraciada­mente no podré curarme nunca, ni remotamente pensé en que, sin quererlo, vendría a sentir la necesidad de entretener al público hablándole de mi persona. Se me figura haber dicho de mi viaje anterior, todo cuanto se podía decir". (11) Mal del que nunca podré curarme, declara paladinamente. En buena cuenta, ésta es una confesión consciente, propia de su perso­nalidad. Pero desde donde fuere, siempre retornará a la pa­tria. Inclusive vuelve una y otra vez a los lares que le vieron nacer. "Todos debemos al país nuestras pocas o muchas lu­ces y nuestros desvelos", decía este romántico y generoso se­ñor que sentía a la patria en su significación profundamente humana, porque la patria no solamente es para él la entidad física o territorial, sino que reside en sus valores inmanen­tes y trascendentes. Medita, instante tras instante, en el por­venir del Perú, sin dejar las cosas que se refieren al bienestar del terruño. Le preocupa, ahíto de nostalgias y añoranzas, los amigos de la infancia. Pero piensa y reclama, por encima de todo, en la necesidad de hacer justicia al indio, cruelmente ultrajado por los gamonales y menospreciado por las autori­dades.

Dondequiera que se halle, Bustamante piensa en la grandeza del Perú, en la paz y el trabajo. "Esta es la satisfacción' que más apetece mi alma —declara— como que nada quiero' tanto como el bien de mi amada patria. Ese será siempre el objetivo de mi idolatría, y, particularmente, de los pueblos' de mi provincia, a los que me unen vínculos de una amistad sincera, contraída desde la infancia con un sinnúmero de personas: amistades cultivadas con toda lealtad y una limpieza cordial. Merecían aquellos mis amigos este tributo de mi gratitud" (12).

Hay una fotografía (seguramente es una de las últimas) de este ilustre hombre que exorna el folleto El viajero Bus­tamante, (13) por Juan A. Bustamante, su nieto. Esta fotogra­fía, a nuestro entender, es muy expresiva no sólo desde el pun­to de vista antropológico sino psicológico. Intentemos, pues, interpretarla, siquiera de pasada, ya que ninguno de los auto­res que se han ocupado de él hablan de cómo ha sido o pudo ser este ex-diputado por Lampa, prefecto en varios departa­mentos del Perú y viajero incansable. Se nos ocurre que fue dueño de un continente antropológico definidamente kolla. Parece ostentar una cabeza redonda, un tanto achatada la am­plia frente, que no es, precisamente, la frente del aymara... Seguramente cubríanle la cabeza unos cabellos negros y la­cios, compartidos por el centro en dos espesas porciones. La mirada acusa firmeza de carácter a la par que sinceridad en los actos. Ojos de pupilas negras, moviéndose en los orbicu­lares, muy enérgicos y vivaces. La nariz sí parece ser ayma­ra: casi aguileña y un tanto achatada en las fosas. De anchas espaldas y hombros levantados, con una amplia caja torácica donde se alojaban un corazón generoso y unos pulmones re­cios, propios del hombre andino.

De Bustamante se podría decir que era "hombre bueno por los cuatro costados". Habiendo sido persona rica, sus bienes y sus haciendas los entregó a sus colonos y a sus amigos. Sin duda alguna es el primer reformador agrario del Perú, noble causa por la que luchó sin tregua hasta su exe­crable inmolación, mejor dicho, su abominable asesinato. Por o que pensó, por lo que dijo, por lo que hizo y pudo realizar, aunque sólo a medias; por la causa de la redención del indio que lo llevó al sacrificio, se puede expresar enfáticamente que fue un hombre justo, de conducta cabal. Todo lo quiso para los demás, nada para él. Faltábanle, sin embargo, las lu­ces de la ciencia y la preparación intelectual que su inteligen­cia merecía; pero tuvo, en cambio, la lucidez de las concien­cias incontaminadas. Tenía una exacta noción de las cosas de la cultura, del progreso y la civilización. Espíritu sano y limpio como el suyo, es caso raro en un mundo agitado por intereses y conveniencias inconfesables. Como todo hombre idealista y de talento, Bustamante no fue comprendido por los hombres de su tiempo, mucho menos por aquellos gober­nantes militares que, en tácito acuerdo para hacer turno, to­maban el gobierno de la nación. (En realidad, si se repasa la historia del Perú de los primeros decenios posteriores a la Independencia, se verá que hay muchos ejemplos de ambicio­nes inconfesables). Tal vez fue por eso que sus adversarios le llamaron el loco Bustamante. Se apreció de "locuras" las cosas que él dijo e hizo en su tiempo, sobre todo en su tierra natal. Pero sus "locuras" consistían en anunciar ideas altruis­tas y de justicia social en favor de las clases campesinas, de comunidades circunvecinas, de haciendas enteras. Habién­dole tocado luchar en un mundo sórdido y egoísta, tanto con ¡a palabra como con los hechos, está claro que las fuerzas po­derosas que se le oponían habían de llamarle "loco".

Hombre de realizaciones, tenía que lanzarse contra las autoridades políticas, siempre coludidas con los gamonales (señores de horca y cuchillo) y la ociosa clerecía provinciana! Surge aquí, bien a las claras, que hay que llamar a Bustamante hombre justo, héroe civil, con mucho o poco de genial. eu todo caso, de generosidad probada, de alta comprensión so­cial, tal vez sin par en ese su tiempo de oscurantismo, de socorridas lealtades y de enriquecimientos ilícitos.

Bustamante no tuvo hermanos; pero sí dos hijos: Juan Bustamante Jara y Sofía del Carmen Bustamante y Contreras. Juan, todavía muchacho, acompañó a su padre en muchas de sus acciones beligerantes (14). Muerto el padre, Juan emprendió estudios universitarios en Arequipa; pero —nos decía Ma­nuel J. Bustamante de la Fuente—, por quién sabe qué cir­cunstancias, no los culminó, y —según señala Ricardo Busta­mante y Cisneros— "en cambio fue un próspero comerciante en telas de alta calidad, procedentes de Europa y Asia, pues era el único importador de sedería y mercería para su venta al por mayor y menor, en el sur del Perú".

Gracioso. Manuel Atanasio Fuentes se regodeaba tomán­dole el pelo a Juan Bustamante. Como se ha dicho ya, el gran viajero era intendente de Policía (hoy se denomina pre­fecto) de la ciudad de Lima. Con este motivo, lo tomó a car­go El Murciélago. Acaso sus zumbas se pasan de la raya —como se dice— poniendo el pie en las lindes del insulto. Don Manuel Atanasio Fuentes quería que el intendente, de la noche a la mañana y sólo por ser tal, pusiera en la ciudad de Lima las cosas en orden. Reclamaba limpieza, orden en el tránsito, luz en la oscuridad de las calles apartadas, y se librase de ladrones y asesinos a la vieja ciudad de los virreyes.

Si las calles de Lima no tenían alumbrado público, cul­pa era del intendente; si ellas estaban inundadas de aguas negras, y llenas del estiércol que dejaban los caballos haladores de coches del servicio público, de las vistosas calesas par­ticulares y las "victorias", culpa era del intendente; si los la­drones asaltaban aquí y allá, culpa era del viajero y ex-diputado por Lampa. Más aún, si los negocios de la pretensa República democrática peruana andaban mal, culpa era del intendente de Policía, de la Incunvencia de Porquería, como gustaba calificar al despacho público a cuyo frente estaba el coronel del ejército peruano Juan Bustamante.

Cuenta El Murciélago en uno de sus artículos, que un día escuchó en el portal de Botoneros un diálogo entre "dos animales de charreteras". De pronto advirtieron éstos —di­ce— que en los escaparates de una de las tiendas se exhi­bían caricaturas, seguramente de personajes de la política del momento. Uno de ellos dijo:

—No quisiera ser sino intendente para poner a ese pícaro francés en la cárcel.
— ¿Por qué? —preguntó el otro.
—Porque es muy inmoral esto de estar haciendo cari­caturas; esto no se hace en países civilizados. (Sic).
— ¡Ah! ¿Y qué hiciera Ud. con El Murciélago?
—Le daría de palos al escritor si fuera intendente, por­que en países cevilizados (sic) no le permitieran escrebir (sic) con tanta inmoralidad.

"Por el sonidito de la voz —dice El Murciélago— y por el olorcito a llama, bien se comprendía que el individuo era de por allá, y creo que daba el nombre de países cevilizados (sic) a los pueblos de Puno, donde seguramente no hay ca­ricaturas ni murciélagos escritores".

A lo largo de varios artículos, que tanto tienen de pulla y de barrero, El Murciélago machaca con los estribillos, como por ejemplo: “U. que ha estado en Europa”, “U. que ha visitado otros pueblos cevílizados. . .”, “U. que ha estado en las grandes ciudades del mundo...”, “Diga U. D. Bustamante...”, “D. Burro Andante...”, “¿no sería mejor...?”_ “¿no estaría mejor?”, “Vea Ud. S. Intendente...”. Y así otras muchas lindezas.

El señor intendente jamás contestó una palabra.


Notas:

(*) Originariamente titulada: “Glosa Biográfica de Juan Bustamante Dueñas)
(1) Puno histórico. Colegio Unión de Ñaña, p. 248, Lima, 1968.
(2) Ver anexo. Documento Nº 1.
(3) Bustamante habla de Cabanillas, pero hay que suponer, en realidad, se refiere a Cabanilla, distrito éste de la provincia de Lampa, creado en 1825. Cabanillas, en cambio, es de más reciente creación (28 de febrero de 1958), pertenece a la provincia de San Román, y surgió sólo como una estación del ferrocarril Arequipa – Puno. Oficialmente se llama Deustua.
(4) Viaje al antiguo mundo. Segunda edición. Imprenta Masias, Lima, 1845.
(5) Mercurio Peruano, Nº 160 y 162, Lima, 1940.
(6)Hildebrando Fuentes. El Cusco y sus ruinas, Lima, 1905.
(7)Estas referencias corresponden a Consuelo Ramírez de Torres Luna, nieta del viajero. No hay testimonios escritos al respecto, pero todo indica que así debió ser, dado el carácter desinteresado de Bustamante.
(8)“En Jerusalén recibió el diploma de Caballero del Santo Sepulcro. En la India estuvo siete meses. Conoció Macao y Cantón, y de allí emprendió viaje a América del Sur. El 24 de enero de 1844 salió de Valparaíso con rumbo a Islay, adonde llegó el 1 de febrero. Había invertido casi tres años en dar la vuelta a mundo” (Jorge Basadre. Historia de la Republica del Perú, Editorial Universitaria. Lima, 1968.
(9)En 1848 Bustamante sigue siendo diputado por Lampa. Y como tal, forma parte de la Comisión de Minería (agosto 7 de 1848). Crónica Parlamentaria, t, III.
(10)Ver anexo. Documento Nº 8.
(11)Juan Bustamante. Apuntes y observaciones civiles, políticas y religiosas, etc. "Advertencia". Imprenta Lacrampe, Sons y Com­pañía, París, 1849.
(12)Ibid.
(13)Juan A. Bustamante. Compañía de Impresiones y Publicidad, Lima, 1956.
(14)"Juan Bustamante, el viajero, sólo tuvo dos hijos: Juan y So­fía. Juan, por su madre, Jara. Sofía casó con Leónidas Mostajo; tuvo cuatro hijos: Carmen, Elena, Julia y Juan. Juan, casado con Mercedes Valdivia Lizárraga, tiene cuatro hijos: Gloria, Juan, Marcelo y Jaime. Sofía Bustamante Contreras casó con Figueroa Lancho. Tuvo tres hijos: Sofía, Zoraida y Adán. Zoraida casó con Ramírez. Tuvo cuatro hijos: Julia, Zoraida, Con­suelo y Arturo. San Miguel (Lima), 15 de diciembre ce 1973". (firmado) Juan A, Bustamante.

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