viernes, 9 de octubre de 2009

El canto de “El gallo de Cristal” en la literatura puneña.





José Luis Velásquez Garambel



Omar Aramayo, el poeta de Los Dioses publicó un libro genial titulado El Gallo de Cristal. Se trata de un libro de cuentos y de pequeñas novelas que tienen que ver, y mucho, con la vida de algunos personajes puneños, cuyas vidas han pasado casi inadvertidas pero que sin quererlo han sido parte de la agitada vida política, y hasta acaso social de Puno, entre la corruptela local, la desidia y hasta la variopinta caricatura de una sociedad local movida por el chisme, que debe sin duda, con un estilo verdaderamente literario, ser convertido en género de goce.

Los cuentos y breves novelitas, que nos presenta son verdaderos alegatos de belleza, ligeros y cuidados en el detalle de la buena escritura, el estilo de su lenguaje poético hacen de su estilo inconfundible; sin duda son textos escritos con la luz de la inteligencia.

Omar Aramayo, el poeta, goza de un sitial honorable y bien ganado en el campo de las letras, se trata como lo manifesté alguna vez de un artista total (compositor, musical, folclorólogo, narrador, poeta, entre otra de sus facetas). Sin embargo muchos de los estudiosos de literatura regional han obviado siempre su faceta de narrador, pese a que uno de sus primeros libros es “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y perfume” publicado en Ediciones Lámpara Azul, Lima 1971. y que cuenta con el prólogo de Dora Bazán. O esa preciosa novela que es “Glu Ekerekeda” cuyos extractos fueran publicados en la famosa revista de Crítica Latinoamericana de Literatura. Y cuyos cincuenta únicos ejemplares fueran digitados por Don Honorio Vásquez Mestas. De ese modo se le ha borrado de la historia de la literatura regional de un brochazo y se ha propuesto una curiosa periodización: así los narradores que pertenecen a la generación de los Orkopatas son considerados “de la iniciación”; Don Lucho Gallegos, es una bisagra; y los posteriores a él son de la consolidación.

Bueno, con ánimos de molestar un poco al ambiente literario, que se halla por estos días en mucha calma, me atrevo a preguntar ¿qué consolidan estos últimos narradores? ¿el trabajo de Emilio Romero, Mateo Jaika o acaso a la de Gamaliel Churata? ¿El trabajo que han hecho realmente supera a la de los aludidos? ¿Cuál fue el criterio para tal periodización? ¿Cómo borraron de un brochazo a narradores como a Omar Aramayo, al mismo Honorio Vásquez y etc, etc.? Bueno, para no redundar, mejor será abrir una pequeña ventana para que el aire se renueve y el conocimiento salga a la luz.

Mientras eso ocurre leamos dos relatos de Omar Aramayo, el primero corresponde a ese libro olvidado lleno de imágenes surrealistas, y de prosa lírica de “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y perfume” y el segundo a su reciente “Gallo de Cristal”
LOS MIL DÍAS

Les voy a contar algo de los mil días de la muerte que estuve sentado bajo un árbol de diamantes y perfume.

Primero fue una capa delgadísima de aceite que nubló mis ojos, y se fue descomponiendo en colores, millones de colores, tres veces más fuerte que el rojo vivo, docenas de matices de violeta, rosado, colores, colores, y luego fueron apareciendo monstruos pequeños.

Y, luego un pez me dijo buenos días lo nombro ministro cuánto cuesta este perro pague su boleto pague su boleto, suba a mis agallas, agárrese fuerte, el viento le abrirá la cara como una fruta, como una fruta, en qué país le gustaría vivir bajo qué árboles anidan los relojes que son pirámides y ruedan como ruedas y ya nada, pero hay una posibilidad, es una fiesta, ha muerto un niño, aquí hay maíz, carne de llama, chicha de quinua, hártate hermano, quinua, tantos granitos de quinua como ojos de gorrión hinchando tu estómago mirando a través de tu estómago, bosques que se venían como flores cayendo por cataratas y ruiseñores de la edad media y conquistadores con corazón plegable de acero como un abanico y con gemas en las uñas, reyes, la tierra está poblada de reyes y hay un súbdito, sólo un súbdito, todos son reyes, todos tienen imperios, palacios, pero sólo hay un súbdito, y ese eres tú, te partirán con hachas y luego te asarán.

Te gustan las prostitutas? y después me entregaron a una mujer de ojos bellísimos, incandescentes, que me quemaban la piel, me quemaba con su mirada y comencé a derretir y después fui agua deslizándome por entre sus labios, y era agua, agua, agua deslizándome por entre sus entrañas y saliendo por su sexo, por sus senos y enroscándome entre sus cabellos como cientos de miles de millones de gusanillos, comiéndola, carcomiendo su nariz y sus orejas y después estuve solo.

Solo. Y muy lejos, muy lejos, había un árbol, lejos, un árbol, y después caminé siglos, lejos hacia ese árbol y en el camino nada, no había ni casas ni cielo, y después no había piso, sin piso, me ahogaba, pero caminaba hacia ese árbol, del horizonte, no hay horizonte, sólo el árbol.


IMITO A LOS PÁJAROS


El señor de esta comarca convocó a quienes necesitaban un puesto de trabajo. A la oferta acudieron cientos, y según se iban presentando, les preguntaba ¿qué sabes hacer? Soy carpintero, maquinista, maestro de obra, cocinero, respondían. Y como si fuera en un sueño soñado por muchos, médicos, abogados, maestros de escuela, de acuerdo a la respuesta, eran ubicados en la plaza correspondiente. Hasta que llegó uno, y fue preguntado de la misma manera, ¿qué sabes hacer?, entonces el hombre respondió: imito a los pájaros.

El señor de estas comarcas odiaba la música, y montó en cólera, ¡quieres vivir del canto!, habrase visto, conmigo, un vago más, ¿acaso no es suficiente con los que ya tenemos? Arrójenlo, ¡lejos de mi vista!

Pero antes que fuera expulsado por manos ajenas, el hombre se aproximó a la ventana y se echó a volar.

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