José Luis Velásquez Garambel
Un hombre con la cabeza tonsurada se detiene a descansar, los latidos del corazón se multiplican, mira al cielo y su alma está cargada con un manojo de alegría, lleva las ropas raídas y un cúmulo de esperanzas le acompañan. Una vieja túnica, un cinturón y un báculo son su única propiedad. Los labios se le resecan, tiene sed, el lugar es agreste y el calor está a punto de consumirlo, tiene los ojos llenos de vida, a pesar de todo el sufrimiento, se detiene a conversar con los pajarillos.
Así, en las cercanías al pueblo de Tiquillaca un hombre que arrea a sus burros cargados de Ch`aqu, nota que una de sus bestias no puede seguir con el trajín, intenta forzarla, la bestia cae estruendosamente, se recuesta, el hombrecillo la golpea y una voz suave le detiene, le dice con tono melancólico “hijo haz que tus burros descansen, por favor baja por esta ladera y tráeme un poco de agua, estoy cansado, traeme hijo un poco de agua para calmar mi sed”,el hombrecillo lo mira y le dice “ padrecito, aquí no hay agua, esta parte es bien seca”.
El padrecito, tiene un habito muy viejo y humilde, desgastado como el lama del hombre, los ojos del hombrecillo se tornan llorosos, le dan ganas de llorar por lo que sea, tiene el corazón enternecido, una ternura rara se ha apoderado de él. No quiere bajar por la ladera a traer agua y es que él conoce todos esos caminos y sabe que no hay una fuente de agua, porque cientos de veces ha recorrido el lugar. “hijo sólo baja y tráeme agua” le replica otra vez, con esa voz delicada el padrecito. El hombrecillo baja, veloz, como si de una bizca se tratara. Y efectivamente halla una fuente de agua, donde el sacerdote le había indicado, se alegra, la sonrisa le brota del alma, del ama niña que tiene a pesar de los años que han pasado y del mucho dolor que guarda por todo lo sufrido. Y al volver sólo halla una imagen, la de un santo. La de San Francisco de Asís.
El hombrecillo se dirige al pueblo. Se produce una conmoción, el bullicio procurado por miles de corazones que palpitan estruendosamente despiertan al levante, avanzan junto al sol, la algazara y la alegría vienen con él, junto al culto a este santo acaba de nacer también la fiesta. Es 04 de octubre y el pueblo ahora no deja de bailar, ahora los corazones ya no se apagan, y con su fiesta el pueblo ha crecido también en espíritu.
Este Santo, para el indígena, nació en los andes y es el que mejor se identifica con su pobreza y su miseria, con su ternura y su esperanza. Su imagen ha sido utilizada para que el catequizador se acerque más a la condición del indígena y por su mismo origen no tardó en ser asimilado en el imaginario de la comunidad campesina, en ser festejado, en ser portador de sueños, en ser portador de toda la fe colectiva.
Y no sólo es el caso Tiquillaca, ya que hay pueblos que lo festejan con mucha más pomposidad, como es el caso de Yunguyo con San Francisco de Borja, en donde su imagen es venerada como “El Tata Pancho”, y es que el indio (quechua y aimara) tiende a reconocerse y a identificarse más con este santo más que con cualquier otro. Recordemos sino que José María Arguedas en “El Sueño del Pongo”, en donde al morir tanto el hacendado y el pongo ambos comparecen ante “Tata San Francisco” y ocurre esa metáfora del tomen cada quien lo que se merece, cuando a uno lo hace untar con miel y al otro con excremento y luego les dice “lámanse el uno al otro, porque eso es lo que se merecen”.
Y para tener una pequeña idea sobre la imagen europea del santo, observemos el siguiente extracto, durante la guerra de la fe o la guerra santa:
“En junio de 1219, se embarcó en Ancona con 12 frailes. La nave los condujo a Damieta, en la desembocadura del Nilo. Los cruzados habían puesto sitio a la ciudad, y Francisco sufrió mucho al ver el egoísmo y las costumbres disolutas de los soldados de la cruz. Consumido por el celo de la salvación de los sarracenos, decidió pasar al campo del enemigo, por más que los cruzados le dijeron que la cabeza de los cristianos estaba puesta a precio. Habiendo conseguido la autorización del delegado pontificio, Francisco y el hermano Iluminado se aproximaron al campo enemigo, gritando: "¡Sultán, Sultán!". Cuando los condujeron a la presencia de Malek-al-Kamil, Francisco declaró osadamente: "No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso. Vengo a mostrarles, a ti y a tu pueblo, el camino de la salvación; vengo a anunciarles las verdades del Evangelio". El Sultán quedó impresionado y rogó a Francisco que permaneciese con él. El santo replicó: "Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe". El Sultán contestó que probablemente ninguno de los sacerdotes querría meterse en la hoguera y que no podía someterlos a esa prueba para no soliviantar al pueblo. Cuentan que el Sultán llegó a decir: "Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano". Pero el Sultán, Malek-al-Kamil, mandó a Francisco que volviese al campo de los cristianos. Desalentado al ver el reducido éxito de su predicación entre los sarracenos y entre los cristianos, el Santo pasó a visitar los Santos Lugares. Ahí recibió una carta en la que sus hermanos le pedían urgentemente que retornase a Italia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario