Escribe: Albert González Farran*
Nota publicada enel diario Los Andes: http://www.losandes.com.pe/
En el mundo, por arte de magia, nace una clase de personas que se dedican enteramente al cultivo de una sociedad con memoria. Son personas excepcionales que no parecen ser reales, pero que al final alguien les reconoce haber sido más humanos que la inmensa mayoría.
En la región Puno tenemos dos exponentes claros de esta clase de personas. Uno ya fallecido y otro que ha logrado recibir en vida un reconocimiento merecedor.
El primero, que duda cabe, es Carlos Dreyer. Su museo, ubicado en el jirón Conde de Lemos de Puno ciudad, fue bautizado con su propio nombre porque es allí donde pasó 40 años de su vida dedicada a recuperar el legado histórico del altiplano.
Dreyer nació Ingaes Stadt (Alemania) en el año de 1895 y falleció en su tierra natal en 1975. Fue principalmente un pintor que tubo como inspiración el paisaje altiplánico y su luminosidad dejándose cautivar por la corriente indigenista. Sus obras están hoy en día bien valoradas y expuestas en distintas galerías del Perú.
Dreyer llegó Puno en los años 20 cuando iba de paso hacia Bolivia para hacer un reportaje grafico sobre la amazonía peruano-boliviana para la revista norteamericana The Best Coast Lander. Por cosas del destino (o quizás por algun designio divino) se enamoró de la puneña Mary Costa Rodríguez con la que se casó y formó un hogar. Decidió quedarse a vivir en el altiplano durante 40 largos años, comprometiéndose con la causa histórica de recuperar la memoria andina. Sólo fue con la muerte de su esposa en agosto de 1958 cuando encontró un motivo para regresar a su tierra natal para siempre.
Sus hijos recuperaron todo el legado que su padre dedicó a recoger durante cuatro décadas. Fue una ardua tarea de buscar, comprar y conservar centenares de piezas de todas las épocas históricas de los Andes peruanos. Ahora, la casa donde fundó su familia es un museo que acoge entre 500 y 1.000 visitas diarias (según la época del año). Fue en el año 2000 cuando el Instituto Nacional de Cultura (que había heredado todo el material de Dreyer) gestó un proyecto para restaurar y remodelar el local del museo para mejorar el amplio legado del alemán, ello en convenio con el municipio de Puno y el Gobierno Regional (recien en el periodo de David Jimenez) para que sacara un provecho turístico de lo más meritorio.
Actualmente, el museo Carlos Dreyer es una joya de ocho salones organizados bajo criterios temáticos. Un acertado recorrido que sirve para que el visitante (la mayoría extranjero) conozca qué hacían los antepasados incas y pre-incas en su ardua labor de sobrevivir. Un administrador, una asistente y una guía trabajan diariamente (de lunes a sábado) para asistir al público interesado en conocer los esfuerzos que hizo Dreyer para evitar la desaparición de tal legado.
El museo Carlos Dreyer empieza con el Salón Inca, donde se hayan objetos (piedras, cerámicas, ornamento, armas de caza, tejidos, platos ceremoniales, amuletos...) de las culturas Moche, Nazca, Chimu, Chancay, Paracas y, evidentemente, Inca.
El siguiente paso es la Galería Lítica, pura piedra en forma de monolitos que dibujan cabezas humanas y animales (hay la curiosa figura de un suche, un pez en peligro de extinción en el Titicaca). Todo pertenece a la cultura Pucara.
El Salón Arqueológico ofrece más esculturas de piedra Pucara, Tihuanaco y Curazazgo... Pueblos asentados al borde del lago.
La Pinactoteca muestra decenas de cuadros que Dreyer compró o recibió como regalo de amigos pintores. Entre ellos destacan Enrique Masías, Ernesto Lanzuito, Amadeo Landaeta, Gustavo Zegarra, Florentino Sosa, el norteamericano Héctor Seaveing, Calors Rubina, Domingo Pantigoso, Camilo Blas... Una larga lista de artistas, la mayoría de Puno.
Los salones Colonial y de Arte Religioso dan una perspectiva de lo que los colonizadores españoles trajeron durante su presencia en el Perú. Se exhiben objetos de plata (cascos, anillos, prendedores, tupos... así como cuadros de la Escuela Cusqueña, pinturas de carácter religioso, retablos hechos con pan de oro, cabezas de santos...
En el Salón Dreyer, última etapa del recorrido, se esconde la intimidad del propio fundador de esta joya: el piano que su esposa solía tocar, fotografías históricas, petacas, ropa, baúles, espejos... incluso la primera acta de elección del alcalde de Puno en 1824.
Entre tanto legado, el Instituto Nacional de Cultura incorporó los descubrimientos arequeológicos hallados en Sillustani. Destacan tres momias en posición fetal y más de quinientas piezas de oro con las que era enterrada la nobleza inca y pre-inca en previsión de una vida futura tras la muerte. En este Salón Sillustani, hay también una réplica de la Chullpa del Lagarto.
Dreyer probablemente estaría orgulloso de que su casa, un lugar donde dejó tantos recuerdos, es ahora un centro de acogida para aquellos que buscan en todos estos objetos históricos un recuerdo que le permita reconocer el pasado de todo un pueblo.
Jesús Vargas de Tampaq
Hay otro Dreyer en Puno. Vive con su mujer y sus hijas en Lampa y a los 15 años ya descubrió su vocación de coleccionista de piezas antiguas. Profesor jubilado de Historia y Geografía, ha invertido su vida buscando y comprando material histórico de la provincia y durante los últimos 20 años lo tiene todo expuesto en la primera planta de su vivienda, en la calle Alfonso Ugarte de Lampa.
Este particular museo se llama Tampaq, en clara referencia a la denominación que la ciudad tenía antes de la colonización española. Hachas, boleadoras y cuchillos del año 8000 a.C., jarros de la época Tiwanaku (1000 a.C.), dos grandes monolitos pukara y aymara, objetos de la cultura inca y de la edad colonial, un vaso lítico ceremonial del 2000 a.C. con dibujos de la cosmovisión andina e incluso la momia de una niña envuelta por un manto de lana de bicuña. Estas son algunas del centenar de piezas expuestas en este espacio que el pasado miércoles se reinaguró oficialmente tras varios meses de rehabilitaciones.
Con la ayuda de organizaciones como Cáritas Puno y la fundación SwissContact, y la intervención de la arqueóloga Cecilia Chávez (Programa Huancavelica), este pequeño museo de dos salas ha logrado sistematizar y ordenar de forma cronológica todo este material para que sea visitado en mejores condiciones.
El proyecto de refundación de este museo, que se empezó a gestar el pasado marzo, ha costado unos 10.000 soles y ha sido financiado por varias instituciones que apoyan el turismo rural y vivencial.
Ahora, sin embargo, queda el trabajo más duro por hacer. Y es que será necesario que los turistas tengan el museo Tampaq como uno de los objetivos primordiales a visitar durante su visita al Perú. Precisamente, en la inauguración del miércoles, que contó con la presencia de asociaciones de empresas y guías turísticos, se hizo un llamamiento para reivindicar Lampa y su museo como parte de los circuitos visitables en la región Puno.
*Albert González es fotoperiodista de Barcelona (Catalunya, España) que actualmente colabora para el diario Los Andes
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