jueves, 24 de septiembre de 2009

SEMBLANZA CRITICA: ERNESTO MORE

FOTOGRAFÍA: César Vallejo y Ernesto More Barrionuevo (hermano de Federico More), el gran amigo de Vallejo y uno de sus primeros apólogos ("Ver Vallejo en el drama de la encrucijada peruana", un bello libro de anécdotas al lado del poeta de Los Heraldos Negros)



Escribe: Ricardo Arbulú Vargas


Hermano menor de Federico More y caminante del mismo sendero poético y periodístico, Ernesto pudo y supo superar ese problema de personalidad creando su propio estilo y abriendo distinta. y propia trocha literaria. Pero de manera ninguna lo imitó, sino, más bien, en el fondo y en la forma, en los principios y en los fines, señaló hitos y trazó perfiles de una dirección original e inconfundible.

La extensa bibliografía de Ernesto More, a la cual, se integra el libro de poesía andina que ahora se presenta, la voy a distinguir, conforme a un criterio que denominaré cronobiográfico, en las siguientes seis facetas de su trayectoria espiritual: la del poeta, la del escritor, la del periodista, la del político, la del traductor y, en resumen, la del puneño universal.

No corresponde este orden temático estrictamente al desarrollo cronológico de la historia de su vida, pero señala en alguna forma los más notables aspectos que a su quehacer literario impuso el devenir circunstancial e histórico de las primeras ocho décadas de este siglo. Durante su trayecto no fue ciertamente Ernesto More mero espectador sino, en algunos casos, testigo de parte y, en no pocos otros, primer actor.

EL POETA

Del poeta —nacido en la primera juventud, cuando decía ser “el joven poeta y la juventud de la mañana”—recibimos Hésperos y el día de los buhos, título de su primer libro publicado en Lima en 1918, de cuyo texto considero importante destacar la “Carta-Prólogo” que allí aparece dirigida a su hermano Federico, en la cual afirmó, con el valor y el énfasis de sus 21 años, que con los versos que publicaba ponía “las bases de la poesía andinista”, coincidiendo con el movimiento iniciado por aquel —el andinismo—, así en la política como en la literatura y en el arte hispanoamericanos. Definió, ya entonces, con adjetivo, en mi opinión, muy más acertado que el usado por críticos como Luis Monguió, quien califica de nativista a la poesía andina, o como Anderson Imbert y otros resonadores de nuestra literatura —Núñez, Tamayo Vargas, etc. —, que la han denominado indigenista, término ya objetado por Luis Alberto Sánchez en su reciente discurso de incorporación a la Academia Peruana de la Lengua. En efecto, si bien lo pensamos, la poesía de los poetas llamados serranos o altiplánicos ha sido, es y será andina, esto es, impregnada del cosmos donde bate sus alas el Maicu, el Jefe de los Cóndores, para citar el título de uno de los más bellos poemas del joven poeta More.

EL ESCRITOR

Su obra de escritor empezó con el género novelesco y dentro de la temática telúrica en su novela Kilisani, escrita en París y publicada en Lima en 1939. En su trama de ambiente puneño o, más precisamente, lampeño, inspirada a la vera de Vallejo, recreó el paisaje y el hombre de su comarca ancestral con formas nuevas y rotundas.

Después de esta novela y dentro de una labor literaria extraperiodística inauguró su obra crítica, en la cual hay que destacar por supuesto, la referente a César Vallejo. Por haber sido camarada de ideales, por haber sido el más frecuente testigo de su intimidad cotidiana y de las vicisitudes de su angustia y de su hambre en el ciego, sordo y sórdido París donde murió, por su entrañable afinidad andina y, además, por la circunstancia de haber convivido un tácito destierro del país natal aun más ciego, más sordo y más sórdido, al cabo de aquellos años de aventura intelectual y de bohemia, regresó a Lima Ernesto More, ya no sólo como el camarada y el testigo, sino como el crítico de mayor autoridad en César Vallejo, de cuya camaradería y testimonio nos ha dejado escritas páginas sin duda las más veraces y patéticas. En 1954 publicó su libro titulado Huellas humanas, amenísima narración de lo que algunos de sus amigos escritores y poetas, parvos de peculio aunque millonarios de talento —como fueron? Domingo Martínez Lujan, Adán Felipe Mejía “El Corregidor”, José María Eguren o César Vallejo— dejaron como huella humana, fugaz e ignorada, en el café, en la esquina, en algunos hitos cotidianos ya olvidados y que, sin embargo, han sido los únicos episodios existenciales que han trazado el real valor espiritual del hombre superior. Con este libro creó Ernesto More, a mi juicio, un nuevo género literario en el Perú: el género anecdótico. Porque, como reitero, de los poetas y hombres de pluma que vivieron en la Lima del pasado medio siglo ha quedado —cuando ha quedado— nada más que una huella bibliográfica, cuyo contexto, aun bien apreciado y hasta consagra-do por la crítica vigente, revela apenas los rasgos auténticos de su personalidad y, sobre todo, esa cosa prístina y única que denuncia a través de un acto, de una frase o de un gesto, la esencia de su alma. Ni la obra escrita ni su posterior estudio crítico, por muy certero y autorizado que sea, dirán ni podrán jamás decir tanto como una frase espontánea, o una actitud o una reacción, o aquella poética sin retórica que,, en determinados momentos de la bohemia trashumante, al socaire de la noche o del hambre, o de una embriaguez compensadora del fracaso en el torneo filisteo, expresa de pronto, en episodio patético, el talento de carne y hueso, su viviente y muriente existir durante los días y las noches de lo que Neruda dijo ser “su residencia en la tierra”, Papini su trágico cotidiano y Rimbaud su soison en enfer. Y es que el texto autógrafo, lo mismo que el momento crítico y aun la semblanza devota, si no se penetran de la sal anecdótica, denunciarán apenas un aspecto, quizá el más prosaico, de la entidad anímica del prójimo evocado. Únicamente el testimonio afectivo de quien supo mirar su trayecto y escuchar su discurso en el gran teatro del mundo, a la vez que acertado a describir sus episodios espontáneos y auténticos, esto es, sus anécdotas, revelará aspectos sin cuyo conocimiento y aprecio la silueta espiritual del que fue quedará en la historia sin les más típicos indicios de su identidad. Tal fue, en mi opinión, el género narrativo de la conducta del hombre de talento que Ernesto More, en cuanto tuvo de observador perspicaz, de certero ana-lista y de fraterno contertulio, creó con su libro Huellas humanas.

Es decir, un género literario precioso para la historia literaria de nuestro país porque, si bien se mira, la vida de no pocos de los mejores talentos peruanos carecía de una zahorí crónica anecdótica, sobre todo cuando, como en nuestro caso, la gran mayoría de escritores, poetas y periodistas de sobresaliente inteligencia ha dejado una huella bibliográfica mínima y, en algunos, nula, no dejando otra que la humana de su presencia y de su tránsito por el camino sin rumbo —tan característico, tan frecuente y, por qué no decirlo, tan trágico— que, en verdad, fue su destino. Fue en este género que Ernesto More, como escritor y crítico al modo fraterno y como testigo íntimo de cuanto no fue su huella textual, escribió sus opúsculos César Vallejo, publicado en 1955, y Los pasos de Vallejo: itinerario de su vida y documentos humanos, aparecido en 1966, testimonios documentales sin” cuya lectura todo estudio del poeta soslayará la realidad de su alma.


EL PERIODISTA


Su labor en el mundo del periodismo peruano y, más específicamente, limeño —tan obnubilado por su infierno— fue extensa y no por extensa menos intensa: abarcó algo más de 60 años y toda su prosa fue de crítica o comentario siempre positivos, vibrando con el momento del Perú y de la humanidad entera, pero muy afectuosamente de la humanidad andina. En diversos diarios y revistas de Puno, Arequipa y Lima, aparecieron impresos bajo su firma textos de varia y necesaria lección, cargados de una verdad sencillamente expuesta, plenos de intención noble y generosa.

Dentro de un quehacer como el del periodismo peruano, plagado casi en la totalidad de sus textos, durante todas las épocas de su historia —salvo excepciones que confirman la regla— de genuflexos ditirambos comprometidos, de mentiras aprobadas por la censura oficial de turno, de pseudocrítica injusta y calculada, de publicidad de los desvalores y de espacio tipográfico siempre negado para difundir lo de veras importante y valioso, además de exhibir un manejo inculto y muy menos que mediocre del idioma, lo escrito por Ernesto More resalta un raro caso de ética informativa, de pluma caballeresca y nobilísima, de alto porte intelectual, de campañas plenas de inmaculado desinterés. Así aparecieron sus Charlas al carbón y sus Charlas cubistas, series de entrevistas y anecdotarios retrospectivos, con especial referencia a César Vallejo, que publicó en La Revista Semanal allá por los años de 1930-1931, o su Perfil del Tiempo, sección suya de difusión cultural y crítica muy leída en la revista Cultura Peruana, o sus Reportajes con Radar, interesante y justipreciador rosario de semblanzas de peruanos cuyo nombre liberó del anonimato, cuya figura extrajo generosamente de la sombra con la cual los ganosos mediocres ocultan a los mejores, cuya alma dibujó en líneas esenciales, que se publicaron primero en el diario La Crónica y luego se recopilaron en una edición de 1960. Crónicas, entrevistas, comentarios y ensayos críticos firmados por Ernesto More deben, a la hora de su tramonto, acumular algunos tomos en cuyos textos de prosa bien labrada se podrá hallar un juicio y un testimonio de la realidad nacional y mundial de la época que va de 1928 a 1980 que, si no coinciden con el nuestro, nos despertarán en todo caso una simpática inquietud por el Perú y por lo del Perú en el mundo.

EL POLÍTICO

Por lo que toca a Ernesto More político, opino que conviene distinguir al escritor doctrinario del militante. El primero está en el texto del Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, correspondiente a los períodos presidenciales de Manuel Prado (1939-45 y 1956-62), así como en sus opúsculos titulados Orientación Democrática, edición de Lima 1943, El Perú ante URSS y la China Popular, edición de Lima 1958, Las Comunas Populares de China, edición de textos castellanos y quechua de 1960, y Juan XXIII, Pontífice de la Paz, edición de Lima 1963. El segundo se presenta como Diputado por la Provincia de Huancané entre 1939 y 1945 y, por la Provincia de Puno entre 1945 y 1962, después de haber sido elegido con votos, más que de compromiso con su partido, de adhesión a su prestigio de escritor y periodista y a su lucha apasionada, valiente y a veces amarga por la causa de la paz en el mundo problemático de la post guerra de 1945 a hoy.

EL TRADUCTOR

Una tarea de la mayor trascendencia que Ernesto More supo cumplir al servicio de la investigación y el conocimiento de la cultura peruana y, desde luego, preferentemente de la cultura andina, sin el obvio patrocinio y apoyo obligatorio de la Universidad, ni del Instituto Nacional de Cultura ni tampoco de la Biblioteca Nacional, donde mayormente la desarrolló. Me refiero a la capital obra de traducción de libros de peruanistas alemanas y franceses, sin la cual aún permanecerían ilegibles para la mayoría de nuestros estudiosos e investigadores. Son de relievar, entre otras, las traducciones de Perú: beobachtungen und Studien über das Land und seine Bewohner wahrend eines 25 Jahrigen aufenthalts (Lima, 1893) de Ernst W. Middendorf, cuyo texto es comparable y en determinados aspectos superior al famoso El Perú de Antonio Raimondi; o, del mismo autor, su Das Runa-Simi, oder die Keshuar Sprache (Leipzig, 1980) que tradujo con el título de Gramática quechua, editada por Aguilar en Madrid en 1969, o Die Ruinen von Moche de Max Uhle. Podría continuar citando más versiones de
tanta o mayor importancia que éstas, pero creo que ellas bastan para apreciar en todo su valor documental el trabajo traductor de Ernesto More que, en el plano bibliográfico, emprendió algo que es de veras de prioridad básica porque —valgan verdades—, al menos en lo tocante a la cultura peruana autóctona, esto es, Chavín, Chimú, Muchik, Nazca, Paracas, Tiahuanaco, etc., así como en lo referente a determinados aspectos del Perú histórico, geográfico, europeos han escrito y publicado en su respectiva lengua obras realmente fundamentales, fruto de muy seria investigación de las cuales se desprende una teoría del Perú muy más objetiva y universal que la producida en nuestras universidades e institutos has-ta la fecha (1982). En cuanto concierne a la cultura del altiplano surperuano por ejemplo, la obra del peruanista alemán Max Uhie (1856-1944) expuesta en libros como Kultur und Industrie der südamerikanischen Volker, o su Tiahuanaco, o de su compatriota Hans Dietrich Disselhoff (1899) en su Gott muss Peruano- sein: archaologische Abenteur zwisschen Stillem Ozean und Titicacasee,o del suizo Oskar Greulich (Director del Colegio Nacional “San Carlos” allá por los años 1915 a 1918) en su monografía Der Titicacasee und seine Umgebung, o de inglés Barton Warren Ever-mann (1853-1932) en su The fishes of the west coast of Perú and the Titicaca basin, o del estadounidense Norman Dennis Neweil en su Geology of the lake Titicaca región, o del francés Daniel Barbey en su Le pays du Titicaca, o del también francés Roger Waisbard (1914) en su Sub Perou, Pays de chimere, figuran en bibliografías mundiales pero permanecen inéditas en castellano y, por consiguiente, ilegibles para la mayoría de profesores y alumnos de la Universidad del Altiplano y de las demás del país. Pues a ese arsenal de estudio e investigación acumulado desde hace cuatro siglos por los peruanistas que lo escribieron en alemán, francés, inglés y, más recientemente en ruso, chino y japonés, dirigió Ernesto More, durante los últimos 20 años, lo mejor de su atención y en buena cuenta comenzó una suerte de cruzada reveladora del ser histórico, social y espiritual del Perú en las fuentes de mayor solvencia académica y de más alta autoridad científica. Continuar a More en este trabajo queda como deber ineludible de la Universidad y de los centros de investigación de nuestra Patria.



EL PUNEÑO UNIVERSAL


Y del largo y proficuo quehacer intelectual y moral de Ernesto More debo mencionar algo que de veras merece nuestro elogio y reclama nuestro justiciero reconocimiento, cuando ya su modestia yace 19 meses en el ataúd: estoy aludiendo a dos honores que le confirió Francia, como fue la Condecoración con las Palmas Académicas en 1952 y otro que fue el de haberlo incorporado como Miembro Correspondiente de la Societé de Gens de Lettres de París en 1968. Tales honores fueron otorgados al peruano eminente, al escritor, al poeta, al periodista, al constante incitador de la atención peruana e hispanoamericana hacia Francia, hacia Europa, cuya cultura, cuyo espíritu, cuya literatura, cuyo arte, le tuvieron siempre alerta y quiso apasionadamente traerlos al Perú en el libro, en la revista, en el periódico, en la radio y en la televisión. Tanto fue así que la verdad de las cosas ha sido que Ernesto More cumplió a lo largo de 50 años una positiva e insubstituible función de intercambio cultural, sin la personería protocolar del funcionario diplomático, pero, sin duda, con todo el prestigio y toda la autoridad de un legítimo embajador de la cultura: de un embajador sin burocrática investidura, fuera de escalafón y exento de plenipotencias y de condecoraciones, pero, desde luego, embajador muy más representativo y de labor, no por discreta menos fecunda, pues —algo al modo como, en otro plano y con distinta filosofía política, lo hizo su hermano Federico— supo ejercer con estilo, con sencilla prestancia y con fruto positivo, la representación en el Perú de la cultura francesa y europea y en Francia la de la cultura peruana e hispanoamericana. Así llegó a ser, durante medio siglo, un puneño francófilo y europeísta porque, al igual que Mariátegui, no encontró mejor modo de ser peruano y, en buena cuenta, un puneño universal.

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