José Luis Velásquez Garambel
En el 2007 Walter Paz publicó un bello libro de poesía, el mismo que reúne su trajín por los campos semánticos y por las sendas de las metáforas y demás licencias que forman un universo poético, “el suyo”, que comparte con nosotros y lo recrea a través del lenguaje literario; el libro es “Obituario del búho”, que no ha sido difundido por quienes se dedican a la literatura y que por el contrario intentarían aparentemente desaparecerlo con la indiferencia y el silencio. Y que por cierto se comprueba con que a veces el silencio no sólo es cómplice sino también mediocre.
El libro de Walter Paz posee un prólogo de Teun A. Van Dijk, fundador del Análisis Crítico del Discurso y alto exponente en el mundo académico mundial de la lingüística del texto. En él Van Dijk emplea un análisis muy técnico desde el conteo de palabras empleadas en el texto y la forma de la funcionalidad de las mismas, quizá para hacer un hincapié en que “en poesía una palabra abre las puertas, de acuerdo a su ubicación, a universos semánticos cada vez más amplios y ricos en significación”, siempre desde la perspectiva del lenguaje literario, algo que muchos maestros de literatura no han llegado a entender. Concluye a la vez en que la poesía “no es un texto didáctico sino un texto laberíntico en el que los lectores tendrán que buscar sus propios caminos, sus propias salidas” y por ello sus propias comprensiones.
En “Obituario del búho” el poeta recurre a los “Bablus” – expresión india que alude directamente a “la condición de nacida o muerta de una niña” ofrecida a los dioses para que ellos determinen el lugar de su morada, si a la de los hombres vivos o a la de los espíritus. Sin embargo se trata sólo de una imagen, por cierto compleja; es decir “el lugar”, el féretro (Obituario, de recurrencia tierna). En el que define que el universo connotativo del poemario linda con lo thanático, o acaso “a cierto riesgo” con los orishas del panteón afrocubano, una muestra desbordante de las lecturas del poeta de los libros de ensayo de Octavio Paz, en donde sus reflexiones sobre poesía calan y dejan profunda huella “onomatopéyica o anagramática”- en donde se tejen textos (como en una iconografía andina) en verso y en prosa.
Este libro, de Walter Paz Quispe Santos, se caracteriza por el uso de un rico lenguaje literario, por un desborde de imágenes poéticas; sin embargo para no influir en el lector sólo se recomienda su lectura, de la poesía más que del prólogo (por supuesto).
Ahora déjenme confesarles algo, aunque a mis amigos “literatos no les guste”, sobre los gajes de este oficio noble; pero nada santo. En donde los territorios de difusión de una determinada obra se ven delimitados por “el me cae mal” o “el me cae bien” o los clásicos “yo te alabo, tú me alabas, nosotros nos alabamos” se deben a que no se practica una crítica sana de los textos en cuestión, y “todos los que presentan libros” intentan exaltar en demasía la calidad de los textos para imponer una supuesta autoridad en el tema, por demás está decir que nos hacen colonos de sus comprensiones, de sus prejuicios y de sus tedios.
El papel de la crítica literaria, que debe orientar nuestras lecturas de un modo libre y liberador, se ha mediatizado; así como el de los medios publicitarios, por lo que Ayari Porras Acevedo manifestaba ferozmente que “nuestra crítica literaria está en agonía. Que hemos llegado a esta situación poco a poco. Pero ¿Qué es un crítico literario? ¿Qué es lo que hace y cual es su deber? Es una buena interrogante: muy difícil, específica y tiene una respuesta. Las complicaciones comienzan en la práctica. Según Rafael Rattia tenemos la siguiente definición: La versión que circula en el ambiente literario alude al crítico como a un individuo con un cierto aire profesoral o académico refugiado entre revistas especializadas o libros recién salidos del mercado editorial y que por fortuna o desgracia caen en manos de esa extraña y paralela figura denominada por los lectores con el nombre de crítico literario”, sin embargo es éste el personaje el que define qué debemos leer y porqué debemos hacerlo.
En la literatura (como tema) no existen pecados, “simplemente los textos están bien escritos o mal escritos” como lo decía Oscar Wilde; los prejuicios aparecen en el imaginario del lector, del difusor que completa el significado y generalmente impone cargas emotivas sobre los “significados”, así un profesor de escuela o colegio y hasta de universidad al no acceder a una imagen que rompe con su razón (ejemplo: “de tu corazón brotó un manojo de flores/ los colores danzaban en tus ojos”) prefiere emplear, en sus actividades propias de la enseñanza, textos versificados con lenguaje no poético (y por ello no literario) como: “banderita, yo te saludo por tu día/ por tus colores rojo y blanco”, construcción en la que no existe lenguaje poético y menos una dimensión connotativa y de riqueza semántica; como, al propósito del tema, en cierto concurso de poesía reciente, en el que al parecer los jurados no se detuvieron reflexionar sobre la naturaleza del lenguaje que se emplea en la literatura.
Walter Paz Quispe Santos. Obituario del Búho. Lago Sagrado Editores. Lima-Perú. 2007. pp 64.
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