lunes, 14 de septiembre de 2009

EGUREN



Emilio Armaza


EL SER

Como no es filósofo Eguren no intenta una definición del ser. En cambio puede expresarlo mediante el símbolo poético, imaginado en el instante en que la mente está absorta ante el misterio, contraída en la indagación ontológica. El ser es el dominó-vacío, pero animado.

Vacío, vacío, apenas una tela. Menos que un fantasma y sin embargo ciento por ciento vivo.

Dominó vacío, pero animado.

Es el ser separado de sus cualidades, sin corporeidad, sin antecedentes, sin transmigraciones. Una esencia cuya naturaleza ignoramos.

Además de abstracto, este “ser” es un disfraz. Está desfigurado para que no sea conocido.

En el vértigo de la meditación ontológica, ante el abismo de la oscuridad y el silencio, el poeta imaginó al ser algo distinto a su apariencia.

Como un disfraz.

De esta manera nos ha dado una extraordinaria, originalísima y profunda imagen poética del ser, que nos induce a su sentimiento –sentimiento del ser- igual que una definición nos conduciría a su conocimiento.

Alumbraron en la mesa los candiles moviéndose solos los aguamaniles, y un dominó vacío, pero animado, mientras ríe en las calles la verbena, se sienta, iluminado, y principia la cena.

Ya hay algo más que lo animado en el disfraz vacío. Al sentarse a la mesa se le ve iluminado. Es como si, frente a la vida de relación, próximo a dialogar con los comensales, hubiese adquirido plenitud de existencia. Ahora es un ser existencial. Si el lector desease penetrar en el detalle, podría tomar el participio “iluminado! como sugerencia de comunicativo, locuaz, sonriente, ingenioso… o quizá el poeta ha querido significar intensidad de pasiones.

Su claro antifaz de un amarillo frío da los espantos en derredor sobrio esta noche de insondables maravillas.

Insondables ciertamente porque estamos en el límite de la nada.

En antifaz de un amarillo frío, es la imagen de la muerte en otros capítulos, que la idea de la muerte pinta en la retina de Eguren el color amarillo.

¿Qué mejor antifaz para ese “dominio vacío” que el rostro enmascarado de la muerte?, con dramática lógica el poeta ha creado un protagonista cuyas esencias son el ser y la muerte. Es una manera altamente bella de expresar el destino de la vida: Pero hemos de morir con espanto (“da los espantos en derredor sombrío”) y el miedo ha de transmitirse al mundo exterior, conmoviéndolo, trastornando sus circunstancias, pues el antifaz amarillo

tiende vagas, lucífugas señales a los vasos, las sillas de ausentes comensales.

Sin embargo, el signo del momento es el goce de vivir, pleno de dicha, porque es la

…alta noche de voluntad ignota.

Voluptuosidad ignorada por el dominó; pero henchida de promesas, de fragantes recuerdos y embriágueses al otro lado de los muros, “en las calles (donde) ríe la verbena”.

¿Qué hará el ser, transido de muerte?
En la luz olvida manjares dorados ronronea una oración culpable llena de acentos desolados y abandona la cena.

Renuncia a los goces (“olvida manjares dorados”); se cree culpable y recurre a Dios, con palabra triste y sombría. Entonces, lleno de preces y de culpa, abandona la cena.

La frustración de la vida. Vivir no es sino mero preparatorio de algo que jamás se realiza.


EL TIEMPO

Un ensayo de Mariano Iberico sobre el sentimiento del tiempo, me dio la clave para comprender a Eguren.

El filósofo sanmarquino, explica que cuando ciertos hechos del pasado se estereotipan, no sólo como recuerdo sino con vigencia de presente, operando como presente, quien así los vive tiene el sentimiento del tiempo mágico.

En el tiempo histórico, diríamos el tiempo normal o común, el suceder pasa por los planos de pasado y presente; pero en el tiempo mágico o mítico estos planos son simultáneos. Para Don Quijote, cuya luminosa locura inspiró a Iberico el estudio sobre el tiempo, el pasado es a “a la vez ido y actual”, sentimiento que le hace ver como realidad del presente la existencia de caballeros andantes, quienes eran ficciones del pasado. “Al contrario del tiempo histórico que es un pasar irreversible –dice el ensayista- el tiempo mítico se renueva, lo que implica el retorno del pasado que sin dejar de ser pasado, vuelve a incorporarse a la plena actualidad del presente”.

La poesía de Eguren está fuertemente impregnada del tiempo mágico.

El tiempo mágico, que lanza a Don Quijote a la aventura, estimula en Eguren las preocupaciones ontológicas y le sirve eficazmente para el logro de creaciones, que no tienen comparación en la historia de la poesía.

La más característica es El caballo:

Viene por la calle a la luna parva un caballo muerto en antigua batalla.

No es que haya resucitado. Sigue muerto, pero “viene por las calles”. El pasado, sabe Dios cuán remoto, durante el cual el equino tuvo existencia, retorna “como nuevo presente”.

Retorna también, más escalofriante que el pasado de la vida, el pasado de la muerte, el episodio de la muerte, “en antigua batalla”.

Es un caballo, en el que funcionan simultáneamente la vida y la muerte.

Sus cascos sombríos… trepida, resbala; da un hosco relincho, con sus voces lejanas.

El plural indica diversos grados de lejanía (“voces lejanas”) porque el sujeto gramatical no se refiere a varios animales, sino a uno. Sus voces vienen como escalonadas, de todos los rincones del pasado, hasta el más remoto; y en este surcar el tiempo nuestro pensamiento encuentra el pasado de la vida, o sea la plenitud vital del caballo. Así nos gana, también a los lectores, el sentimiento del tiempo mágico.

¿Cómo ha de ser sino hosco el relincho de un caballo muerto?. El animal se muestra huraño, esquivo, áspero porque está usando una propiedad de la vida –relinchar- que no le pertenece; y además se le entraban los pasos (“trepida, resbala”) y sus cascos son sombríos, como las manos de los hombres espectrales. Hay en esta imagen, obtenida con acumulación de materiales de angustia, una gran fuerza expresiva que rompiendo los límites de la lógica nos da la versión completa de la muerte; más patética, que si el poeta hubiera presentado un caballo yacente, yerto o mostrado sus huesos descarnados.
En la plúmbea esquina de la barricada, con ojos vacíos y con horror se para.

La barricada ha sido seguramente el lugar de la antigua batalla. Allí murió el que ahora retorna hasta la silenciosa esquina gris, otro escenario de fragor. Entonces el equino vuelve a vivir su muerte. (“Con ojos vacíos y con horror, se para”). Ya no hay hoscos relinchos, ni andares vacilantes. Sólo las cuencas de sus ojos vacíos… y el horror eterno que sufre, la conciencia de su muerte.

Eguren ha creado otros de estos muertos, cuya vida perdura en el tiempo mítico. Leamos Los Delfines.

En amplio salón cuadrado de amarillo iluminado principia la angustiosa contradanza a la hora de maitines de los difuntos delfines.
…………………………….
Ora avanzan en las fugas y compases como péndulos tenaces de la última alegría.

La alusión al tiempo se manifiesta en la figura del péndulo, sugerida por la objetividad con que el poeta capta el rítmico ir y venir de los delfines en la danza. El reloj marca las horas del tiempo mágico; y en sus manecillas, o en el péndulo, ésta asida, tenaz sobrevivientes, “la última alegría”.

En Lied III los muertos vivientes son cosas, embarcaciones náufragos:

En la costa brava suena la campana llamando a los antiguos bajeles sumergidos.
…………………………..
Carcomidos, flavos, se acercan vagando…
…………………………..
En la costa brava suena la campana y se vuelven las naves al panteón de los mares.

Los bajeles muertos no tienen sentido. Es distinto de estar al garete. Simplemente vagan. En la inmensidad de los mares no hay para ellos ni ruta ni puerto. Por toda esperanza sólo esperan que vuelva a sonar la campana para retornar “al panteón de los mares”.

LA MUERTE

A pesar de que la muerte es su tema primordial Eguren no hace necroscopias.

Nada hay en sus creaciones, que se asemeje siquiera lejanamente a ese hurgar en las emanaciones de los cadáveres, en que es maestro el genial autor de Las Flores del Mal.

El simbolista peruano, jamás habría imaginado el macabro relato de Baudelaire:

Al borde de un camino una carroña infame en lecho de piedras sembrado.
………………..
Las moscas bordoneaban sobre aquel vientre pútrido del que salían batallones de larvas negras, que corría como líquido espeso por esos vivientes jirones.

Muy otra es la visión de Eguren. Sus muertos no pasan por la etapa de descomposición, no cumplen el proceso hacia el polvo, no necesitan formol.

O viven en el tiempo mítico, como el caballo y los delfines; o en ellos la muerte está cristalizada, hecha marfil. Purificada.

Contemplé en la mañana la tumba de una niña.
………………..
Murió canora y bella y están sus restos blanco como el marfil pulido.

Ante el esqueleto, Eguren evoca la vida con serena nostalgia. Pone de lado los crespones funerarios, que le quitan perspectiva al recuerdo, dulzura al pasado. El poeta, por haberse situado más allá de lo perecedero de la carne, eternizar en el hueso (“como el marfil pulido”) la existencia de la muerte.

Entonces, qué sonriente, dichosa y alegre, a pesar de la tumba, se siente a la niña de marfil.
¡Y qué intensa vida hay, cuánta vida en su recuerdo!.

Pensé en el jardín claro, en el jardín de amores de la beldad despierta.
…………………..
Pensé en la rubia aurora de juventud que amara la niña, flor de cielo.
………………….
La núbil áurea, bella de otras edades, ceñida de contento.

La magia del poema es maravillosa. Logra la resurrección de la niña. “Ceñida de contento”, que se entiende además, como un cuerpo formado por la dicha, un cuerpo que la felicidad ha dibujado. Hay un rejuvenecimiento radiante. El momento del “núbil aurea”, el más alto potencial de amor durante la vida de la niña, está eternizado en la muerte.

Este recuerdo de la ausente, surgido ante sus “restos blancos”, es como un río de aguas azules, una corriente de inolvidable transparencia que regresa de la muerte hacia la vida.

En cambio el recuerdo de los muertos es sombrío y triste, catapulta de la desesperación, cuando en ellos perdura aún la forma que tuvo la materia viva. Ese recuerdo irá siempre hacia la muerte. Es lo que Eguren rechaza, se niega a ver, porque en la forma de la materia que tuvo vida se concentra todo el horror de la muerte.

Formas, sólo formas de la vida, son las manos muertas una sobre otra, implorando, el semblante del recién fallecido, expresivo de sus últimas emociones, como dormido para que el ensueño sea más íntimo… y la carne allí, helada, la misma que se estremecía de angustia o de goce, intactos los órganos de los sentidos como si prosiguieran conduciendo el fluido de la lucidez. O el plumaje del ave recién muerta, sedoso, brillante, íntegro para el vuelo; o la piel lustrosa del caballo y sus ijares nerviosos. Tendido todo esto, inútil, yerto. Solo forma, forma sólo de la vida.

Es lo que sigue muriendo, en el muerto y en nosotros. Recordemos a Vallejo; “Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo”.

Los muertos de Eguren ya no mueren. Viven y brillan. Contrariamente a lo fúnebre son muertos blancos, como la de marfil; como

los nevados muertos
……………………
lentos brillan blancos por el camino desolado.

Sobre todo son tranquilos, angélicos:

Pasó el vendaval: ahora con perlas y berilo, cantan la soledad aurora los ángeles tranquilos.

Aquí advino un sentimiento escatológico. El vendaval simboliza el fin de todo, la muerte total. El poema dice que están “caídas las hojosas plantas de campos y jardines”.

Se alejan de madrugada y con la luz del cielo en la mirada los ángeles tranquilos.

La muerta de marfil tiene quizá, en su vieja tumba, “luz del cielo en la mirada”.

En La marcha fúnebre de una marioneta, encontramos excepcionalmente en la obra poética de Eguren.

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