domingo, 27 de septiembre de 2009

movimientos sociales y escuela en el altiplano



ESCRIBE: Feliciano Padilla Chalco


En la Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos se puede leer un lema muy sugestivo: “La Universidad es lo que publica”. Tiene apariencia nimia, pero, en el fondo, expresa de modo inobjetable la función esencial de la universidad, que es publicar la producción intelectual y científica de sus docentes. Una universidad que se precie de pionera y líder tiene que publicar. Así lo vienen haciendo la “Cayetano Heredia”, la “PUC del Perú”, “Ricardo Palma”, Villarreal, San Marcos, etcétera -sólo por citar algunas de las más prestigiosas universidades del país-. La Universidad Nacional del Altiplano –aunque todavía es poco lo que publica-, como parte de su proceso de reorientación académica, ha realizado durante el último semestre hasta tres publicaciones importantes: “150 Años de Universidad en Puno”, una edición facsimilar de ANDE del poeta Alejandro Peralta y “Movimientos Sociales y la Escuela en el Altiplano” de José Luis Velásquez Garambel. Los puneños tenemos que alegrarnos de que nuestra Primera Casa de Estudios haya, por fin, entendido que la publicación es la forma más fehaciente de justificar su existencia. Una universidad se muestra ante la comunidad académica y ante la sociedad a través de sus publicaciones. “Movimientos Sociales y la Escuela en el Altiplano (1860-1936)” de José Luis Velásquez Garambel es un trabajo riguroso y científico que tiene la virtud de mostrarnos de modo documentado la relación umbilical que se estableció entre las rebeliones y movimientos acaecidos en el Altiplano peruano desde 1860 hasta 1936 con la reivindicación educativa, como uno de los aspectos más sentidos de las demandas socioeconómicas y políticas de las naciones quechuas y aimaras.


No cabe duda que las insurrecciones se produjeron contra la explotación gamonal, por la recuperación de tierras, contra la tributación irracional y las distintas formas de explotación de la fuerza de trabajo del indio. Sin embargo, en todas ellas, desde el levantamiento armado de Juan Bustamante Dueñas ( diciembre de 1867 a enero de 1868) hasta la revolución de Wancho Lima (1923), la educación ocupó el segundo punto de la agenda política de la masa indígena. Juan Bustamante escribió numerosos artículos publicados en periódicos y revistas de la época defendiendo el derecho a la educación de los indios; puntos que posteriormente se sistematizaron en el manifiesto de la Sociedad Amiga de los Indios que exigió la educación de los habitantes con la creación de escuelas en el campo y la ciudad. La revolución de Wancho Lima tuvo indudablemente un contenido político y económico; sin embargo, de las actas y los manifiestos se puede concluir que la educación del indio fue uno de los pedidos más sentidos de los aimaras. Es más, se sabe que, desde inicios del siglo XX funcionaba una escuela clandestina en casa de Mariano Luque o Antonio F. Luque, a donde asistían tanto niños como personas mayores. La actitud indígena favorable a su propia educación es más contundente si recordamos las arengas del presidente Carlos Condorena que decía en 1923: “Si los mistis incendian 05 escuelas, nosotros levantaremos 10, y si queman 10 escuelas, levantaremos 20”.


Los sucesos de Pomata (tres levantamientos que se suscitan desde 1895 a 1900), la acción heroica de Telésforo Catacora por una escuela para obreros y campesinos (Escuela de la Perfección), la lucha de Manuel Alqa Cruz (Manuel Z. Camacho) por la pervivencia de la Escuela de Utawilaya fundada en 1904, las ideas pedagógicas de José Antonio Encinas y otras contingencias sirven a José Luis Velásquez para demostrarnos que la educación nunca estuvo ajena a las reivindicaciones políticas y económicas de la masa indígena. Y, claro, hay una razón de fondo: La lecto-escritura, desde la época de la conquista, había servido para marginarlos, devaluarlos, expoliarlos y excluirlos. Había llegado la hora de apropiarse de aquellas competencias ajenas a su idiosincrasia. Había surgido en ellos una motivación histórica para ser reconocidos como seres humanos y, desde la perspectiva de la otredad, para sentirse iguales a los “otros”, por medio de la educación. La otredad es un concepto legítimo para comprender las diferencias culturales en una sociedad multiétnica como la nuestra y, por ello, se encuentra muy arraigado entre los actores del mundo andino. José Luis Velásquez Garambel, con esta obra publicada por la Universidad Nacional del Altiplano, ha dado un gran salto en su formación académica, al pasar de la simple relación de datos al análisis e interpretación de los hechos que, es en sí, la esencia de la historia. Nuestros historiadores más reconocidos son nuestros maestros, no dateros; son los que guían nuestros pasos, lo cual sería difícil de conseguir si redujeran la historia a la simple apostilla de fechas y datos. Ésta es una obra donde José Luis pone en juego su rigurosidad, su respeto por las fuentes que utiliza, su adhesión a un procesamiento metodológico adecuado y a una sistematización notable que nos confirma que este joven intelectual viene madurando a grandes pasos. Enhorabuena.

(Del Diario Los andes 06/08/07)

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