José Luis Velásquez Garambel
“Escribe para tu disfrute y no desvíes tu atención hacia el dinero o el éxito. Quien se auto-elige como escritor, elige un estilo de vida a la que entregará toda su energía. Recuerda, el talento no nace sino que se construye con esfuerzo. El punto de partida de los temas es la propia experiencia; pero luego, el escritor la transforma de manera creativa búsqueda de originalidad” (Mario Vargas Llosa, en cartas a un Joven Novelista, Edit. Planeta 1998.)
A quien no le ha pasado, por lo menos alguna vez, no tener una sola idea sobre lo que se pueda escribir, teniendo sobre el escritorio tanto material, tanta información, tanto dato, tanto de todo y sentir que no basta. A pesar de la disciplina y cierto orden.
Había programado publicar algo sobre “Alas y Espadas” un poemario de la dignísima Señora Elsa Gaona, la fuerza y la inteligencia me abandonan; sería creo una nota comprometida con el género y el rol que las mujeres cumplen en nuestra sociedad (tan mediocre y ridícula y de la que soy parte), al igual que unos comentarios sobre los libros de Darwin Bedoya y de Walter Bedregal, también sobre los libros del Dr. Mariano Cáceres; a pesar que ya tengo los comentarios avanzados prefiero escribir sobre la idea de escribir (aunque parezca una idea jocosa y redundante).
Tuve la suerte, hace algunos años, de trabajar con un grupo de jóvenes que ahora inician una carrera en la escritura (Javier Núñez, Luis Incacutipa, Saúl Huamán, Yudio Cruz, Glino Cruz, Edgar Pacompía, entre otros), con quienes desarrollé talleres de escritura en la UNA-P, como parte de los programas académicos, fue, lo confieso, una tarea difícil, uno de los primeros obstáculos fue la metodología a emplearse, y en ese momento, aún ahora, la poca solvencia en el ejercicio constante de la escritura, porque el escribir es también un ejercicio como salir a caminar, correr, hacer gimnasia; quien no se ejercita escribiendo no sólo no adquiere el hábito sino que como en un ejercicio físico siente los dolores de los músculos, en este caso la ausencia de las ideas (como con la que sopeso al escribir esta nota breve).
Recuerdo que en el taller de poesía, los alumnos me pedían resultados antes de ingresar a las aulas. No faltó una alumna, Noemí (a la que llamábamos cariñosamente Nao) me dijo terminantemente que no podía asistir al taller hasta que yo no mostrara parte de lo había escrito y que si me atrevía a exigir que los estudiantes _o sea ellos_ presenten sus escritos y los sometamos a correcciones públicas primero debía empezar yo; el resto opinó del mismo modo. A pesar de haber escrito algo y de haber intentado ganarme la vida escribiendo (algo que por cierto no logré nunca, bueno hasta ahora que este diario en el que laboro, no sólo me paga por escribir sino que me tolera).
Me sometí a la prueba que los alumnos me exigían, transcribí el poema en la pizarra y lo sometí a la crítica, lo primero que observaron fue si poseía o no lenguaje literario (habla poética), si tenía imágenes, ritmo interior y si lograba aperturar nuevos campos semánticos. Si enunciaba directamente versos opuestos a la lógica racional. Por ejemplo, imaginemos (en palabras de Luis Rodríguez) a “Un elefante que se detiene en la mitad de la calle/ y discute con los semáforos la velocidad de los autos/ aunque no lo creas/ un elefante con su torpeza/ puede arrancar una flor delicadamente/ y entregartela” obviamente nadie puede concebir realmente que un elefante pueda discutir con los semáforos sobre la velocidad, es irracional, no es verosímil; y precisamente en eso radica la capacidad y la exigencia de encontrarle un significado.
Como lo hacían los vanguardistas a inicios del novecientos, los juegos con los significados, las aperturas a campos semánticos difusos mediante el uso del cadáver exquisito, que era una técnica para crear autonomía en los versos y para que estos puedan ser combinados e intercalados todas las veces que el escritor cree un nuevo poema con los mismos versos. Y es que la poesía es ante todo un juego de significados, con la precisión y la delicadeza de cada imagen construida matemáticamente colocada en el lugar exacto, pura orfebrería fina.
Así, la idea de escribir sólo por ocasión iba desapareciendo, poco a poco, pronto ellos comprendieron que no se escribía por inspiración como vulgarmente se cree, sino con sudor, con esfuerzo. Sin exageraciones, recuerdo que uno de los participantes se demoró dos horas frente a una hoja en blanco para reescribir una descripción empleando lenguaje literario, esas escenas se repetían y en algunos casos se demoraban hasta quince días a más para reescribir un solo poema.
En el caso de los relatos y los cuentos, obviamente Feliciano Padilla, era la voz autorizada, por su ejercicio en el oficio y por su amplia experiencia; me limité sólo a revisar estructuras y teoría de los personajes, así también momentos en las tensiones narratológicas. Sin duda, en estos últimos años los libros que nos ayudan a despertar el interés en la escritura son los de Daniel Cassany (La cocina de la escritura), Mario Vargas Llosa (cartas a un joven novelista), Ramón Passacale (el viaje del escritor), Harold Bloom, entre otros muchos.
Existen muchos textos que bajo un enfoque estructural continúan con los conceptos y la importancia excesiva (y necesaria obviamente) en la normatividad de la redacción, sin embargo ello no siempre es determinante, lo que importa es que nos sigamos nutriendo de la lectura y de la experiencia para escribir, esto sin perder el amor por la aventura de escribir, de escapar de este mundo y de crear nuevos espacios de libertad.
Supongo, quienes se han atrevido a publicar lo que escriben, luego de hacerlo sienten una sensación de alivio, otros de vergüenza, otros simplemente se esconden como si lo que escribieran tuviera tanta ingerencia en la sociedad que temen haber ofendido a alguien, como le ocurrió alguna vez a don Lucho Gallegos, quien alguna vez me comentó que la primera vez que publicó algo (precisamente en este diario) había atacado a un prefecto y se había escondido por temor a que la gente no comparta las ideas expuestas, temor también a que el aludido se ensañe con él y lo busque para “arreglar cuentas” al mismo estilo andino o de “hombre a hombre” como se dice en nuestro argot. Pero lo cierto es que, los tiempos cambian, y como los colores también nuestras costumbres se deterioran al exponerlas al sol; hoy con tanta tecnología nos estamos olvidando de las formas que nos han hecho más sensibles a los asuntos del resto, a lo humano. Una forma de vivir es también escribiendo… y viviendo.
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