domingo, 20 de septiembre de 2009

INTERLUDIO BRUNÍLDICO

Extraordinario poemario rescatado del olvido. Publicado en 1931 en el diario El Comercio de la ciudad del Cusco. Gamaliel Churata vierte en estos versos todo el dolor por la muerte de su amada Brunilda y de sus hijos Teófano y Quemensa. Por el valor testimonial de estos poemas, consideramos necesaria su publicación en formato virtual. Gracias a la labor de rescate emprendida por nuestro amigo José Luis Velásquez Garambel, es que tenemos disponible el presente poemario. Asimismo, la revista WAYRA de Suecia, bajo el auspicio del Centro de Estudios y Trabajo «América Latina» (CETAL), mediante su editor Carlos Arroyo, lo publicó en su edición Nº 5 del primer semestre del 2007. la Revista APUMARKA de Puno, en su edición de homenaje a Gamaliel Churata y el grupo Orkopata publicó también el poemario. (Wilmer. http://skepsis-wilmer.blogspot.com/)
(nota: la edición completa se puede revisar en el blog de enlace dedicado exclusivamente a Gamaliel Churata arriba mencionado, los poemas que se presentan aquí son sólo una selección en forma arbitraria)

INTERLUDIO BRUNÍLDICO
(Gamaliel Churata)
El Comercio – Cuzco1931
Prólogo

Creo que al hablar de arte americano decir que no somos originales equivale a decir que no hemos encontrado el lenguaje que traduzca en fórmulas estéticas el contenido espiritual de América; esa fuerte emoción panteísta que, avasalladora y dominante, se impone desde el paisaje andino.

Creo, incluso, que hablar de paisaje andino es un error léxico, y estrictamente, no es lícito. No podemos hablar de paisaje con referencia al mundo americano, ni en sentido pictórico ni como interpretación del medio ambiente, ya que el paisaje surge como una forma característica de lo objetivo correlativamente a una determinada posición del intérprete. El paisaje es, pues, actitud vital, valorable sólo por quienes pueden proyectarse. Es situación en la que inciden los haces luminosos que hacen posible la comprensión total de lo interpretado, vale decir la VIVENCIA, acudiendo al léxico filosófico de la estética alemana. Lo inicial para vivir lo objetivo como paisaje es, pues, estar situado, y esto es lo que falta en América. Esta actitud vital no se ha precisado para el hombre andino. No hemos conseguido adoptar la posición conveniente para la vivencia de nuestro mundo particular. En otros términos, no estamos situados frente a lo cósmico. Esta carencia de actitud, dice tanto como desequilibrio entre psiquis y naturaleza; falta de correspondencia entre léxico y paisaje: en definitiva, total ausencia de espíritu.

Acaso no sea posible para el hombre americano (refiérome al colla y quechua mestizos encasillados en la cultura de occidente) situar lo vital dentro de lo cósmico en la misma manera que lo han hecho los hombres de otras razas y de otras culturas, pero, fatalmente, lo vital y lo cósmico americano deben mantener relaciones; deben existir entre ellos especiales nexos de correspondencia que no podemos aun precisarlos, siendo lo único efectivo por ahora, que nosotros IGNOREMOS DONDE COMIENZA EL HOMBRE Y DONDE CONCLUYE EL PAISAJE.Esta, de momento, aventurada afirmación, pretende llevar implícita la solución de muchos problemas culturales, psicológicos y políticos, atribuyendo nuestra falta de contextura espiritual a un dislocamiento entre el cosmos y la vida. Aquello de que vemos el paisaje deformado por lentes ajenos llegados de ultramar viene a ser un postulado axiomático para la solución del problema de nuestra cultura, acaso, sea preciso volver a asegurar que cada paisaje tiene sus líneas de enfocamiento que le corresponden sustantivamente. Dicho esto no parecerá extraño interpretar los poemas de Churata como paisajes verbales, donde el cosmos balbucea y la tierra dice su palabra ordenadora. Ha desaparecido el poeta en sentido clásico. Ha desparecido como intérprete transmutador de valores y sólo vive como energía cósmica. La frase por él dicha es la que llega desde la soledad de la puna, por boca del viento, arrugada en el entrecejo del picacho, estrangulada por la garganta del abismo. Es la frase pura, lavada por el arroyo, dada a secar al sol y que surge limpia, mañanera, depurada, nuevamente vivida.

Así por el despojo, por un renunciamiento heroico a todo lo cultural extraño, como hace Gamaliel Churata, se puede llegar a lo propio, a lo sustantivamente americano.

¿Barbarie y primitivismo? No. Simplemente poemas que parecen dichos en el primer día del génesis de la palabra; cuando los vocablos claman por la realización de la forma e intactos de virginidad traducen un estupor mañanero de ojos deslumbrados. Poemas que son como un desgarramiento viril de la entraña cósmica; como el grito anunciador de una desfloración propicia al germen de las nuevas formas en el dominio del espíritu.

A.D.D.27 de abril de 1931.

I

Se elogia el nombre de la Amada


Tu nombre fue un tibio cristal de madrugadas
Venías, hornalla, sonando, desde la garganta del arroyo.
Te vertiste como la leche dulce –
Sonrisas solares - hasta atenuar mi gesto,
¡copo de nieve! ¡pluma suave! ¡trino auroral!
Ya confundo mi grito, atestado de voces,
en tu rosa mejilla, dormida en amor,
dulcemente engreída en mis fogatas…
muñeca de ojo asiático, trigueña de Inti;
te besamos, tierna mama, caricia de tu pulpa
reclinada en mi músculo…

¡Brunilda: sorbo tu nombre desnudo,
bañado en rocíos empapado en canciones!



II

Holocausto de todo el amor para El


Yo perdi mi wawa una mañana,
cuando mejor danzaban los tuqus
enternecidos en mi canto!
Le he gritado fuerte desde entonces,
y desde entonces mis orejas,
están llenas de agua, están llenas de viento…
¿Para qué le lloras? Me dicen las imillas,
dándome sus senos,
al gozar del ñuñu
me he sentido como la leche, nuevo!
Más otra vez yo lo reclamo,
hozando sangre entre las nubes,
al filo de la madrugada,
en el vientre del agua;
porque esta wawa que se me fue un ratito, no mas, del pensamiento,

era un alegre tiro de mi honda,
la piedra de mi chujlla,
el dominador justiciero que floreaba!
¡Ya no quiero el seno de la imilla,
ni su pezón pintado de mieles,
no quiero para mi su pierna ni su brazo:
¡serán para mi wawa que ya viene!



VI

Liturgia de su carne virgen


Tímida insolación de gaviotas en el lago.
Adentro, el orto del sol
y el respiro inhollado del agua.

Estoy jadeante en el dintel de tus ovarios,
y me atacan las espadas del frío.
¿Quién está, pues, más intenso?
Luego se agarran a mi piel lobos de fuego…
¡Oh, bestia en mi, y yo bestia en ti, soledad!

¡Temerario y fragante, cimbro el sexo
con esta sed de carne virgen!


VII

Exaltemos su cadáver desnudo


Trilla el sol en los campos.
Las mañanas se alegran de niñez.
La tierra es virgen;
en las parvas hay cantos
y en las aleluyas de la fuente…

Brinca la imilla kalatita:
¡se desnudó la muerte en sus caderas!

Y una noche duerme cien años,
pero está preñado de cielo,
su vientre redondo de esperanza…

Canto de albas, de trinos,
la imillita revestida de campos.
Las flautas en el aire tienen tonadas de virgen.
¡Oh, tu dulce, tu hedionda desnudez!

IX

La cólera del Achachila

Me robé tu corazón, mama-kota,
y un día de sol reventó pajchas en mi kepi…
¡Cómo eran claros mi puñal y mi beso!
(Nunca querré callar bien dicho todo)
y se abrió un boquete maligno,
allá, por donde duerme el trasero del cielo!

Desde entonces me baña
la suciedad;
se me atraganta la sombra,
y me ahoga!

¡No fue el rayo, no!
¡Fue la línea escalonada de los awichos!

¡Ellos, ellos son: todavía tienen hambre de wawas!
¡Todavía!
¡Todavía!
¡Así aprendí para no llorar, a llorar!


XII

Y finalmente, el vacío.


Temblorosos de trinos,
vienen los pichitankas…
Despacito se descuelgan
en el kañiwal lleno de besos…
¡Son los cantores de la solana!
Cuando rompen el aire a trueno,
hay latigazos de luz entre sus alas.
Cada uno viene de muy lejos…
Si pudiésemos apresarlos,
dirían, callarían lo mucho que saben de nosotros.
¡son un piar continuo,
y un hilito de agua de siempre!
Todos son buenos. El canto los educa;
y si al canto se unen las alas
a eso llama un pichitanka…

Muy de mañana se acercaron a mi alma!
Mi alma que está oyendo unos pasitos en el patio,
y unos phusiris que rompen a bombo mis montañas,
llegaron en bandada,
y cada cual se trajo un airecito de lejanía,
y cada cual segó la mies de mi distancia.
Están yendo y viniendo.
Salen y entran
de mi alma…
Y cada vez, afanosos, traen una dulce alegría
y se van barriendo una tristeza.

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